Por Luca Luvino
Primero de enero de 2018. En la esquina de Balcarce y Venezuela del barrio de San Telmo está por salir a las calles de la Argentina el número 4489 de El Gráfico. Elías Perugino, secretario general de redacción, ultima detalles. El elegido de la tapa es el entonces entrenador de Independiente Ariel Holan. Recibe el “ok” de la editora Marisol Rey y la revista empieza a circular como siempre desde hace 99 años. Dos semanas después, Ignacio Galarza, CEO de Torneos, decide su cierre definitivo.
A los tumbos, pero aún de pie, El Gráfico estaba a un año y medio de cumplir un siglo de salir a la venta. Un verdadero hito. Nada de eso pasó. Los lectores, que esperaban con ansias saber qué harían por el aniversario número 100, perdieron toda esperanza al respecto.
Como si fuese cosa del destino, 400 metros separan a la última casa de El Gráfico de la primera. En 1925, la revista ya cosecha seis años de éxitos desde su creación. La mudanza, del sexto piso de la galería Güemes ubicado en la calle Florida, es inminente.
Constancio Vigil, fundador de la Editorial Atlántida y de El Gráfico, toma la decisión. La esquina elegida es la de Azopardo y México. Allí permaneció hasta 2016. Pero la esencia de El Gráfico, de a poco, desapareció de su primer hogar. En 1998, la revista es comprada por Carlos Ávila, fundador de Torneos. Aquí comienza un proceso de cambios en todos los aspectos. La redacción se muda entonces a cuatro cuadras, donde se cruzan las calles Azopardo y México.
Los cambios siguen. En 2002, se muda también a Torneos el archivo de El Gráfico. Millones de objetos, entre revistas, fotos y cartas, son trasladados. Ni auto, ni camioneta, ni un flete. Se usan carretillas para trasladar el material. A plena luz del día, con todos los peligros que eso presenta. Tres cuadras eternas.
Pero se logra, el archivo tiene nueva ubicación. Pasillos interminables de sobres papel madera lo conforman. Dentro de ellos, imágenes de todo tipo del deportista que se pueda imaginar. Desde el nadador Antonio Abertondo que cruzó océanos por días hasta Diego Maradona. Desde la Momia de “Titanes en el ring” en un colectivo hasta Messi lavando una van.
También placas de vidrio que datan de la década de 1920 y negativos de la década del 80. Cartas, telegramas y, por supuesto, las revistas, aquellas con las que se inició todo. Aunque esto no fue por arte de magia que se construyó.
Juan Arcidiácono fue archivista de El Gráfico desde 1977 hasta 2020, periodo en el que dedicó su vida a la revista. Fue quien ordenó y catalogó, como él dice, el inigualable museo de la historia del deporte mundial. Donde el archivo estaba, Juan estaba. Y ahí estuvo cuando la revista cerró. Todo cambió. En el lugar en que había decenas de redactores, ahora se encontraba solo. Arcidiácono decide entonces, en plena cuarentena, jubilarse por su propia voluntad y dejar su puesto en Torneos, dejar un trabajo y un legado único.
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Julián Marcel sube al cuarto piso de Torneos. Son las diez de la mañana del 3 de julio de 2024. Como todos los días y desde hace dos años, antes de entrar al archivo mira de reojo las dos placas en la entrada. Placas de reconocimientos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entregadas en 1999 y 2009 por los aniversarios número 80 y 90 de la revista. No ocurrió lo mismo para 2019.
A pesar de que Marcel es el archivista desde mediados de 2022, sigue revisando la sección de fútbol. Es apenas un aproximado del 30% de lo que ahí se encuentra. Todavía le falta ver boxeo, automovilismo, tenis y un largo etcétera. Pero prefiere no pensar en eso. Prefiere disfrutar el proceso. Ese lugar es una especie de cementerio de historias, muchas de las que aún esperan ser contadas.
Así lo cree Marcel, que a través de fotos encuentra historias nuevas que escribir y publicar cada día en el sitio web de El Gráfico, todo gracias a el archivo.
Algo especial es encontrar no solo imágenes que puedan repercutir en el país, sino también en una persona en singular. Quizás alguien que recuerda a un familiar o un amigo que, en alguna edición, salió en una página, en una tapa, y desea poder volver a ver ese material. El famoso dicho menciona que solo muere quien se olvida, y así ocurre con esta revista. Pero, a su vez, otro dicho dice que todo en exceso es malo, y esto aplica también en estos casos.
La colección completa de El Gráfico, desde 1919 hasta 2018, es algo con lo que todos sueñan, pero, a su vez, con lo que otros se obsesionan. Durante muchos años la Biblioteca del Congreso de la Nación contó con esta colección desde los números correspondientes a la década del 50. Pero la misma se arruinó. Hubo gente que arrancó páginas sin pensarlo y, ante el descuido del personal, provocó que los números desaparecieran y el estado de las revistas se deteriorara.
Es la propia Editorial Atlántida quien elige donar su colección completa a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, ubicada en el barrio de Recoleta y fundada en 1810. Ante lo ocurrido en la Biblioteca del Congreso, la Biblioteca Nacional decide limitar el acceso a las revistas. A diferencia de la del Congreso, aquí se encuentran en tomos que las preservan. La medida más drástica es la de no permitir que personas que no las requieran con un fin periodístico accedan a los números correspondientes entre 1919 y 1939.
El Gráfico, para muchos, es la vida misma. Es el caso de Ricardo Lehber, cuya muerte en 2016 tuvo también que ver por un obsesionado por la revista. Presidente Roca es una localidad de Santa Fe con poco más de mil habitantes. Ricardo es uno de ellos. 1938, Ricardo tiene siete años. El Gráfico ya lleva 20 años siendo publicado. Se levanta y se dirige hasta el kiosco más cercano. No tiene plata, pero sí ganas de ayudar al kiosquero a cortar el pasto y hacer los mandados. Así, obtiene a cambio sus primeras revistas.
Un día el kiosco se muda a Rafaela. La buena obsesión de Ricardo continúa. Agarra su bici y pedalea 20 kilómetros de pueblo a pueblo. Allí, ya más grande, lo espera siempre su revista semanal, aquella que sus padres tampoco podían comprarle y la que ahora se puede comprar por sus propios medios.
Tras años de coleccionar y con una salud deteriorada, decide vender la colección. Fabio Capeletti se presenta. Un obsesionado en el mal sentido de la palabra. Promete pagar, pero lo hace a medias. Así, lleva en su auto las revistas más antiguas. Ricardo nunca más lo volvió a ver. Tres años después, en 2016, Lehber muere.
Capeletti vuelve a Buenos Aires. Su hemeroteca se encuentra en Avenida San Juan al 800, San Telmo. Esos primeros números los hace plata. Consigue vender uno de ellos a 1000 dólares. Algo impensado por una revista. A pocas cuadras de ahí está Torneos. A Marcel se le pasan volando las ocho horas que debe cumplir como archivista. Se le pasan leyendo historias como esta. Historias que llegan a su mail, y que siempre traen alguna sorpresa.
Son ocho horas en las que está solo. La gente va y viene. Igual le gustaría que más personas visiten el lugar. Al fin y al cabo El Gráfico es un pedacito de todos. Pasaron 105 años desde su creación pero aún así sigue presente en muchos lados de nuestro país. Desde las provincias del interior como Córdoba, Santa Fe o Río Negro hasta la Capital y Buenos Aires.
El Parque Rivadavia, en Caballito, es uno de los lugares más elegidos por los coleccionistas para vender sus revistas. Aunque es en el mundo digital donde se encuentran los mayores nidos de apasionados por El Gráfico. Por ejemplo, en Facebook, hay varios grupos que rozan los 20 mil miembros, provenientes no solo de Argentina sino también de toda Latinoamérica.
Todo puede encontrarse allí. Desde los números más antiguos a los más nuevos. Algunos compran por el simple hecho de revender, mientras que otros lamentan poner en venta sus colecciones o sus más preciados objetos. El denominador común entre quienes se desprenden de sus revistas es el no tener quién quiera heredarlas, ya sea un hijo o un conocido, a quienes poco les interesa acumular lo que para ellos es algo inservible.
“¿Qué va a pasar con todo esto?”, se pregunta Julián Marcel junto a su jefe, Arturo Puig, en el archivo de El Gráfico, en esos momentos en los que uno se pone a pensar de más viendo las pilas y pilas de historia que hay en ese lugar.
Pasaron 100 años. No se sabe si todo ese material estará otros 100 más. Si Torneos seguirá ahí, o si tendrá el mismo destino que el primer hogar, Azopardo y México, que en 2025 terminará de convertirse en un gran espacio compuesto por viviendas y oficinas. O mismo si El Gráfico será tema de charla para los jóvenes de hoy.
Por el momento, lo que Marcel puede hacer de forma “oficial” es construir más paredes, aquellas que Ignacio Galarza, hoy el innombrable para muchos, intentó dejar de hacer. Él tiene la tarea de desenterrar aquellas historias de vida de aquellos que ya no están en vida.
Eso es lo que hace. Aggiorna a El Gráfico en la era moderna. Digitalizando los contenidos que se encuentra en las redes. Realizando videos sobre historias o momentos que quedaron en la historia del deporte y de los argentinos.
Y la gente, de forma extraoficial, tendrá la labor de continuar lo que hizo durante todo este tiempo. Correr la palabra sobre lo que fue y es El Gráfico, porque como muchos dicen, sólo muere quien se olvida.