viernes, diciembre 6, 2024

Desde el cielo yo voy a alentarte

Por Joaquín Aguilar

“¡El día que me muera, Fortinero vos vas a escucharme, porque vos sos mi vida, desde el cielo yo voy a alentarte!”, cantan los hinchas de Vélez cuando La Pandilla de Liniers decide que el Estadio José Amalfitani entone “100 años de locura”. Pocos lo viven con el sentimiento de los seres queridos de Emmanuel Álvarez. El Gordo vivió por y para Vélez y lo mataron por eso. Ahora alienta desde arriba como siempre lo hizo en la tribuna.

Los 15 de marzo pasaron de ser un día más de los 365 días del año a ser una fecha especial para los Álvarez a partir de 2008. Esa tarde de sábado, el pecho de Emmanuel recibió una bala calibre 22 cuando se dirigía en colectivo a la cancha de San Lorenzo para ver a su querido Vélez. Fue asesinado por ser un simple hincha.

No solo lo mató el disparo, sino que también el Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME), que demoró en ir a buscarlo al Bajo Flores, la doctora Rosalva Kroug que lo revisó en el momento y realizó mala praxis, y el Hospital Piñeiro, donde sufrió un abandono de persona por parte de los médicos.

Emmanuel Álvarez fue un chico tranquilo. Compañeros de escuela, amigos de cancha, familiares, todos coinciden en esa descripción. El Gordo, como lo llamaban sus pares, solía fumar cigarrillos V8, reírse de todo y ayudar a los demás. “Fue un pendejo fantástico, un muy buen hijo, familiero y buena persona”, lo define con orgullo su padre, Hugo Álvarez. Criado en una familia creyente, el joven vivió bajo los valores de la Iglesia Nueva Apostólica, la cual cree en una segunda venida de Cristo. Los domingos dedicados a la iglesia y a la cancha. Una persona de tradiciones.

Llegó el 15 de marzo de 2008. El puntero e invicto del Torneo Clausura se enfrentaba a las 17.10 a San Lorenzo. Emmanuel terminó antes en su trabajo de repositor en un supermercado Carrefour para poder llegar a tiempo. Se pagó un taxi hasta Liniers, donde se encontró con Leo, Mariano, Pelda, Carlitos y Galgo. Emma se compró una cerveza Schneider y un fernet, que compartiría con los amigos, y se subió a uno de los 40 colectivos que partieron hacia Bajo Flores.

Bebidas van, bebidas vienen, el grupo organizaba dónde iban a ir a comer pizza a la noche mientras Álvarez alentaba con medio cuerpo atravesado por la ventana del micro. La caravana se detuvo al llegar al Nuevo Gasómetro y los primeros colectivos intercambiaron insultos con hinchas del local en Avenida Perito Moreno y Mariano Acosta. Una vez que arrancaron de nuevo, cuando el colectivo del grupo pasó por la intersección, a las 15.45 Emmanuel cayó a su asiento de manera brusca y comenzó a pedir ayuda a balbuceos. Le habían pegado un tiro. “No escuchamos el disparo, apenas vimos una manchita negra bajo la tetilla derecha y, como no respondía, lo bajamos del micro”, detalla Leonardo Medina, parte del grupo que lo acompañaba. “En el momento pensamos que era un balín, nunca se me cruzó por la cabeza que le habían disparado con un arma de fuego”, agrega Mariano Vaccaro, uno de los cuatro amigos que se bajaron con la víctima. Ya en la vereda, se les acercó un policía de civil que llamó al SAME. Mientras tanto, los micros siguieron a pesar de las cinco bajas.

Por si fuera poca la crueldad, Emmanuel viajaba en el asiento del pasillo, pero en el recorrido se lo cambió a su amigo Gastón Aguilar, quien no aprovechaba su lugar como él quería. Si no hubieran intercambiado asientos, nadie sabe lo que hubiera pasado, tal vez el Gordo seguiría con vida. Como recitó Carlos Gardel en su tango llamado Destino: “Destino que ciego, rudo, implacable, al inocente o culpable aplica el golpe fatal”. En este caso el ciego, rudo e implacable le aplicó el golpe fatal a un inocente. Demasiado rudo. De igual manera, el golpe fatal no fue la bala calibre 22 que perforó el cuerpo de Emma. De eso se encargó el SAME, que tardó alrededor de 40 minutos en llevarlo al Hospital Piñeiro, a 16 cuadras de la esquina donde Álvarez recibió el balazo. Sus siglas perdieron sentido este día.

Llegó el Sistema de Atención Médica de Emergencias y la doctora Kroug que lo atendió no solo no lo ayudó, sino que empeoró la situación. La médica diagnosticó que Emmanuel tenía un impacto de un balín de aire comprimido, por lo que se le había bajado la presión del susto. Solo uno podía acompañarlo en la ambulancia. Subió Leo. Este último escuchó que la enfermera le dijo “no exageres, no tenés nada”, al receptor de una bala en el pecho mientras iban en camino al hospital. Como la médica diagnosticó que el joven solo tenía la presión baja, no ingresaron con código rojo al hospital y tardaron en atenderlo. Mientras los doctores charlaban y tomaban mate en otra sala, Emmanuel se descomponía cada vez más.

Después de 40 minutos en los que los doctores sobraron la situación, los amigos del Gordo comenzaron a desesperarse porque vomitaba saliva mezclada con sangre. Llamaron a un doctor que lo revisó y se lo llevó a urgencias, donde intentaron salvarle la vida junto a otros tres médicos. Demasiado tarde. Ya había pasado hora y media desde el disparo. Los enfermeros convocaron a un familiar de Emma y, como solo estaban los amigos, fue Mariano.

“Te comento que tu amigo ingresó en un estado grave, tratamos de reanimarlo pero lamentablemente falleció por un paro cardiovascular. Decile a los padres”, fueron las palabras de uno de los enfermeros a Mariano, quien, entre lágrimas, se lo contó a los presentes. Emmanuel murió. El padre de la víctima llegó justo después y confiesa que se sentía el protagonista de una película de terror. Se arrodilló y se tiró al suelo a llorar de dolor. No lo podía creer.

Gastón, uno de los amigos, llamó a Gabriel Castaño, otro amigo que estaba en la cancha. “El Gordo falleció”, le dijo a Castaño, quien se encargó de divulgar la noticia en la tribuna. Mientras los jugadores entraban al campo de juego para disputar el partido, la hinchada de Vélez comenzó a hacer disturbios para que no se jugara.

Héctor Baldassi, árbitro a cargo del partido, recuerda que se le acercó Fabián Cubero, quien venía de hablar con los hinchas en el alambrado, y le dijo que no tenían ánimos para jugar. Las condiciones no estaban dadas y decidió suspender el encuentro. Castaño, después de difundir la noticia del balazo a Emmanuel, comenta que entre los barras de los equipos se comunicaron y encontraron al culpable esa misma tarde: Marcelo Javier Aliandre, uruguayo de 29 años, hincha de San Lorenzo pero que no formaba parte de la barra del Ciclón. Tan solo una hora después del asesinato habían encontrado al asesino, algo que la ley nunca pudo hacer.

“Aliandre disparó desde su terraza, arriba de una parrilla, a los micros de Vélez y una de las balas impactó en Emmanuel. Luego baja y se lo cuenta a un testigo”, asegura Hugo Carriaga, abogado de la familia Álvarez. El 5 de abril de 2010, Aliandre fue condenado a 15 años de prisión por homicidio y portación ilegítima de arma de uso civil. 20 días antes, en el segundo aniversario del asesinato, José María Aliandre, padre del asesino, se suicidó por la situación. Su hijo no solo era un asesino, sino que también estaba “perdido en la droga”, según cuenta Hugo Álvarez. Además, se hizo un juicio civil contra los enfermeros, la médica del SAME del “no exageres”, el Hospital Piñeiro y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, todos ganados en primera instancia por el abogado de los Álvarez.

La familia de Emmanuel se tranquilizó; si bien la pérdida de Emma era irreversible, al menos se había hecho justicia. Eso duró tres años y un mes. En mayo de 2012, la Cámara Federal de Casación Penal anuló la condena y dispuso la inmediata libertad de Aliandre. Además, la Cámara dio de baja los juicios anteriores. Todo por falta de pruebas contundentes. Según el padre de la víctima, hasta el propio abogado de Aliandre sabía que era culpable, pero lo liberaron igual. La familia de Emmanuel pidió no apelar a la Corte Suprema porque necesitaban hacer el duelo. Hoy se encuentra cerrada la causa. Jamás se hizo justicia. “En el juicio yo tenía al asesino a diez metros mirándome y cagándose de risa, ya tenía el disco rígido de su cerebro dañado, era consumidor de paco. No tiene ni idea del daño que hizo. Cuando matan a alguien, no solo muere él, sino que matan a un amigo, a un padre, a un abuelo”, recuerda el padre de Emmanuel.

Bandera que cuelgan sus amigos bajo el sector Emmanuel Álvarez. (Foto: gentileza Hugo Álvarez)
Bandera que cuelgan sus amigos bajo el sector Emmanuel Álvarez. (Foto: gentileza Hugo Álvarez)

A pesar de la pérdida de su hijo, Hugo Álvarez pudo seguir con su vida en una iglesia apostólica en Salta. Gracias a su fe pudo perdonar al asesino de su hijo: “Lo hice por mí, si no perdonás no podés seguir viviendo, tenés que soltar. De la justicia de Dios nadie se escapa”.

Pasaron más de 16 años y la justicia nunca llegó; sí la trascendencia. El consuelo de la familia fue que el nombre de Emmanuel pasó a la historia de Vélez. El codo de la Popular Este, donde era infaltable la presencia del Gordo, pasó a llamarse Sector Emmanuel Álvarez. “La decisión fue por unanimidad, no teníamos dudas de que era un buen gesto para él”, confirma Álvaro Balestrini, presidente del club de Liniers entre 2005 y 2008. El estadio de Vélez solo tiene tres nombres presentes: Carlos Bianchi, nombre de la platea sur; José Amalfitani, nominación del estadio; y Emmanuel Álvarez. Esa es la trascendencia de Emmanuel, al nivel de los dos máximos ídolos del club. Además, detrás de la Popular Este, se pintó un mural de su cara acompañada de la palabra “memoria”. También, en cada partido de Vélez cercano al aniversario de su fallecimiento, lo recuerdan en la remera, en la cinta de capitán, en un parche y en banderas.

Pudo haber sido cualquiera de los 2.000 velezanos que iban en los micros. Pudo haber sido Leo, Gastón, Mariano o Carlitos. Fue un golpe a la familia velezana. Por eso trascendió y chocó tanto en el hincha. No mataron a Emmanuel Álvarez, mataron a un fortinero. Por eso el hincha de Vélez siempre recordará su nombre.

Más notas