Por Mateo Videla
La pintura de la pared del patio reflejaba a un hombre desnudo con una pelota escalando una empinada línea roja; sobre el borde izquierdo, los ojos de Diego Armando Maradona lo observaban. Redondos e inertes, formados por piezas de rompecabezas, sobre una difusa silueta de su cara. Un mensaje tan potente e inapreciable en aquel templo de Lascano al 2257, ubicado en la Paternal. Una casa tan común, tan de barrio, tan argentina. El 10 vivió allí durante su paso por Argentinos Juniors. La institución le entregó aquel domicilio el 7 de noviembre de 1978 como un regalo. En 2015, la primera vivienda propia del futbolista se transformó en un museo en homenaje a su figura. Un año después la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo declaró patrimonio histórico.
Luego de pasar la puerta principal, enfrente de la parada del 24 y en diagonal a un almacén con una historia de amistad entre Maradona y el dueño del local, Carlos Alberto Pietro, resaltaba una estatua dorada del Pelusa. Sin embargo, no le hizo justicia a lo reluciente que fue en vida. Al ir pasando por cada habitación, recuerdos de juventud, subrayados sobre repisas y muebles, destacaban en cada paso. Trofeos, camisetas, revistas, un piano, fotos, entre otras cosas, generaban un aire de melancolía, de memorias que nunca existieron pero que siempre estuvieron ahí. Entre todos esos objetos había uno casi invisible, de un tamaño imponente, en la galería. Una bota anticuada imperceptible para los visitantes. Después, la cocina con comida, alcohol y cachivaches. En el centro, una fotografía de la familia del Barrilete Cósmico, donde estaban su madre, su padre, su pareja (Claudia Villafañe) y tres de sus siete hermanos. Antes de subir al segundo nivel, otro retrato, del muchacho convirtiendo el gol con la mano a los ingleses, chocaba con el paisaje. Sus rasgos desprendían un aura con un estilo asiático que se agrandaba por artefactos japoneses próximos. En su mayoría, pertenecientes al Mundial Juvenil de 1979, muy cerca estaba la copa de aquel torneo.
En la planta de arriba, el cuarto del joven estaba envuelto en discos, ropas, posters, un tocadiscos, una pequeña tele y una cama arrinconada. Al salir a la terraza, firmas de fanáticos recorrían los muros con palabras de agradecimiento, amor y muchas frases futboleras. Pasado ese sector, una iglesia maradoniana rebosaba de estampas, lienzos, láminas, tablas y remeras de clubes. En el medio, Maradona en la última cena, junto a otros jugadores como Lionel Messi, Pelé, Cristiano Ronaldo, entre otros. Debajo, una bandera del Che Guevara. Finalmente, en el balcón, quedaba un mural con su cabeza en una aureola amarilla y abajo, en letras rojas, la expresión: “D10S”.