Por Esequiel Brizuela González
A veces, el fútbol te puede llevar a los rincones menos esperados, al otro lado del mundo, pero, en ocasiones, esos rincones te devuelven algo familiar. Arístides Pertot jamás imaginó que al llegar a Finlandia, un país que apenas lograba ubicar en el mapa, encontraría a Gabriel Flores, un compatriota que, curiosamente, vivía a solo tres cuadras de su casa en Lanús. “Nos conocimos allá, no nos habíamos visto nunca antes en Argentina, pero resulta que nuestras casas estaban a la vuelta”, cuenta Pertot, todavía sorprendido por la casualidad. Esta conexión inesperada marcó el inicio de una historia que lo llevaría a permanecer casi una década en el fútbol finlandés.
Arístides Pertot creció en Valentín Alsina, Lanús, rodeado de deportes. Desde chico, el fútbol fue parte de su vida, pero no era el único deporte que practicaba. “Con mi hermano jugábamos a todo: tenis, cualquier cosa. Siempre estábamos en movimiento”, recuerda Pertot. Sin embargo, cuando cumplió 15 años, tomó una decisión y dejó de practicar otros deportes para dedicarse completamente al fútbol, a pedido de su entrenador, que necesitaba un jugador para completar su equipo. “Fue así como comenzó todo”, expresó Pertot. A partir de ahí, su carrera futbolística fue tomando forma, hasta que finalmente llegó a Deportivo Español, club que en ese momento estaba en la Primera A, donde debutó con 18 años y jugó hasta el 2000, año en que el club descendió al Nacional B.
En una época difícil, Pertot tuvo que decidir entre renovar contrato o buscar otras oportunidades. Optó por lo segundo, una decisión que lo llevaría a Europa, donde comenzó su aventura en Finlandia. “Tenía pasaporte italiano, lo que me facilitó emigrar. Me fui sin dudarlo”, expresó.
Ya en Europa, jugando para el Inter Turku, club donde Pertot se sintió más cómodo y desplegó su mejor fútbol, se encontró con una cultura finlandesa completamente diferente, donde las personas son reservadas. El clima era todo un reto, con inviernos oscuros y largos días sin sol. El idioma fue lo que más lo complicó; aseguró que es imposible de aprender, aunque por otro lado, el inglés era bastante común. Sin embargo, lo ideal era aprender el finés para poder desenvolverse de la mejor manera, cosa que Pertot jamás pudo hacer. A pesar de estas barreras, encontró tranquilidad y pudo adaptarse al país.
Pertot jamás imaginó que un país casi desconocido para él marcaría no sólo su carrera, sino también su vida. Allí encontró su mejor versión, dentro y fuera de la cancha. Eligió la estabilidad, la familia; aunque se privó de dar el salto a otros equipos europeos, Pertot ganó algo más valioso: paz. Nunca pensó que un país tan frío se convertiría en el lugar donde dejaría una parte de su corazón.