Por Laureano Vergara
La amazona relató su camino a la élite de la equitación, los motivos que la condujeron a elegir a la Argentina como país a representar en el plano internacional, la experiencia en su primera Copa de Naciones y su lucha por conseguir caballos del más alto nivel.
Fusionar la cultura europea con la latinoamericana puede dar como resultado a Kelly Collard-Bovy, destacada amazona belga-argentina que decidió representar a su segunda nacionalidad en el terreno deportivo. Ella es capaz de entrenar 24/7 junto a sus caballos en busca de la perfección profesional, siguiendo el camino lógico de la educación del Viejo Continente. Lejos de tener una personalidad fría y seca, su forma de ser la conduce a compartir y transmitir. Cuando responde no deja espacio al silencio porque el entusiasmo la conduce a hablar: “Creo que tengo lo mejor de los dos mundos”, dice orgullosa de sí.
A finales de junio tuvo lugar en Praga, República Checa, la Copa de Naciones de Salto, donde Argentina se enfrentó a las 15 mejores naciones del mundo de este deporte. El equipo estuvo integrado por José María Larocca, Matías Larocca, Damián Ancic y Mariano Ossa. La sorpresa fue el puesto de reserva, ocupado por Collard-Bovy. La caballista de 38 años nació en Bélgica, pero a los 6 meses ya había cruzado el Océano Atlántico y se mantuvo del otro lado hasta los 4 años. Gracias a su familia y al deporte, formó un vínculo inquebrantable con el país, relación que hoy está en su cenit.
—¿Por qué preferiste representar a la Argentina?
—Porque me siento argentina. Tengo la cultura del trabajo europeo, pero mi mentalidad es latina. Aprendí a caminar y a hablar allí. Creo que eso quedó siempre en alguna parte de mí. A los 17 le dije a mi mamá “me vuelvo” y así lo hice. Si no fuera por mi marido seguiría en Argentina —responde convencida—.
Lionel Collard-Bovy es el responsable de que su hija tenga la posibilidad de elegir entre dos alternativas. En 1981, Collard-Bovy padre —campeón Junior Europeo— ganó el reconocido Derby General San Martín, por lo que el General Carlos Delía Larocca —abanderado en los Juegos Olímpicos de Munich 1972— decidió otorgarle la nacionalidad argentina para que represente al país.
—¿Cómo se dieron tus comienzos en la equitación?
—Mi mamá tenía terror de que yo no montara porque su pasión eran los caballos. Ella era amazona amateur y trabajó 14 años en la Federación Ecuestre de Bélgica. Antes de caminar ya tenía un pony y me subía arriba de él todos los días. Mi carrera ecuestre la empecé en Europa, pasando por las categorías Pony, Children, Junior, Young Riders y Senior. A los 17 volví a la Argentina y estuve trabajando en Zangersheide —Haras de alto rendimiento deportivo— con Ricardo Kierkegaard —jinete olímpico en Atlanta 1996— y mi papá. En mi vida hice muchos deportes: gimnasia artística, tenis, maratones; pero la conexión con el animal me hizo poner a este delante del resto.
La competencia, otro pilar fundamental. Sin ella, su pasión flaquearía, la motivación se vería disminuida y dudaría de si seguir montando. Medirse y crecer junto a sus caballos, desde los más jóvenes hasta los de Grandes Premios, es el combustible que necesita para poner en marcha su cuerpo; lo único indispensable para estar en concursos de lunes a lunes.
Desde un primer momento, se la nota preocupada por su aspecto en cámara. Se consuela al saber que su imagen momentánea no será revelada en esta entrevista. A pesar de que falten un par de horas para la medianoche en tierras belgas, Collard-Bovy hace apenas instantes que bajó del último caballo.
—¿Qué significó para vos estar por primera vez en la Copa de Naciones?
—Fue increíble. Una noticia de último momento porque la reserva era Ignacio Maurín, pero sus caballos no llegaban de México y cuando me dijeron: “Sos la quinta”, no tuve ni tiempo de emocionarme. Había que hacer los test de sangre, de anemia, organizar el transporte, los papeles de salud. Obviamente me tocó ser la suplente, pero pude hacer las pruebas paralelas, vivirlo de adentro, compartir desayunos y cenas con el equipo. Uno siempre quiere que a su país le vaya bien, sea Argentina en mi caso o Bélgica, porque el corazón tira de los dos lados, pero cuando estás dentro es otra adrenalina.
—¿Cómo es el trabajo en conjunto en medio de la competencia?
—Esta vez nos tocó estar sin Vitor —Alves Teixeira, entrenador nacional—. Nos comunicábamos con él por un grupo de WhatsApp, donde se mandaban planos, distancias y, aunque es difícil al no caminar la cancha, trataba de darnos sus opiniones. A mí nadie me lo pidió, pero filmé las pasadas para aportar algo al segundo recorrido, ya que eran idénticos. Entre los jinetes también nos dábamos tips, después cada uno elige; todos los binomios tienen una personalización distinta.
El ambiente que envuelve esta competencia es distinto al resto y solo se asemeja al clima de los Grandes Premios. Tribunas colmadas sumadas a un público más entusiasmado de lo normal aportan a crear una atmósfera de entretenimiento puro. Los espectadores se sumergen en un espectáculo que los teletransporta a tradiciones medievales, recordando a caballeros armados, carrozas y corceles.
La presencia de Collard-Bovy pareció traer buena fortuna al equipo argentino, que finalizó en el quinto puesto del concurso, empatado en faltas con Francia, pero un segundo más empleado en el recorrido lo relegó a dicha posición. El podio fue completado por Holanda, Irlanda y Emiratos Árabes, respectivamente.
—¿Cómo está conformado tu equipo de trabajo en Bélgica?
—Hacemos casi todo con mi marido —Pablo Leiton—. Hay un herrero que trabaja con nosotros desde que estamos acá. También varios veterinarios porque tenemos caballos que son nuestros, pero también algunos en sociedad o de otros propietarios. Mi esposo es el podólogo de los equinos descalzos. Entrenador fijo no tengo; hago clínicas privadas con algunos, ya que en este nivel lo que suma son los detalles. Tuve la suerte de estar con Ricardo Kierkegaard, con mi papá y, después, un año y medio en México con eminencias mundiales. Creo que podés aprender de cualquier persona, un amateur incluso. La equitación cambia y crece todo el tiempo —dice en un español perfecto, aunque con un acento delator que le hace resaltar las eses al pronunciarlas—.
Lo que nunca hizo Collard-Bovy es entrenar junto a otra amazona. Hace tiempo que lo desea y está tratando de hacerlo realidad. Ansía saber qué cosas puede aportarle. La equitación es uno de los pocos deportes donde hombres y mujeres compiten en igualdad de condiciones, pero ella está convencida de que la forma de montar de ambos no es la misma.
Desde hace tres años, Kelly Collard-Bovy junto a Pablo Leiton reciben a work students —estudiantes de trabajo—, provenientes en su mayoría de Argentina, aunque también de Paraguay, Italia o Francia. “Los chicos vienen a ayudar, aprender, crecer y vivir la experiencia en la cuna de la equitación. Tenemos una buena organización: ellos hacen desayunar a los caballos y los ponen en el caminador, mientras con Pablo hacemos las camas en las caballerizas. A las 10 arrancamos a montar, tratando siempre de que salgan afuera tres veces por día”.
—¿Entrenás toda la semana?
—Sí, siete sobre siete. Solo descansamos los domingos a la tarde cuando no hay concursos. Empezamos a las 7:30 de la mañana, pero no tenemos horario fijo para terminar. Es sin reloj, con pasión y trabajo. Al gimnasio no voy —aunque muchos jinetes sí lo hacen— justamente por la vida que tengo. Creo que con armar las camas, las pistas y demás cosas, ya me hace tener un estado físico increíble.
—¿Le dedicás un tiempo al bienestar psicológico?
—Tengo la suerte de tener una frialdad mental impresionante; nervios de acero. Mi marido y mis amigos son mis psicólogos.
El salto de calidad para Collard-Bovy llegó este año, con una oportunidad caída del cielo. Luego de los Juegos Panamericanos de Chile, el jinete uruguayo Martín Rodríguez le envió tres de sus caballos que habían participado en dicha competencia. La tarea de la amazona consistía en sacar a relucir la performance de estos equinos en los distintos concursos para una mejor comercialización. Esto le permitió participar en pruebas de 3 y 4 estrellas —el máximo es 5— e ir a la Copa de Naciones con uno de ellos —Lanciano SP—.
Collard-Bovy admite haberse convertido en una discípula de Martín Rodríguez, quien le brindó la chance de explorar un mundo desconocido hasta el momento: “Las competencias tienen mayor exigencia, las pistas son más chicas, los tiempos son cortos y los armados delicados. Hay varias cosas a las que uno no está acostumbrado si monta caballos nuevos o de comercio. No hay tanta fineza en los detalles y estrategias. Todo eso lo hemos aprendido de la mano de Martín, a quien estamos eternamente agradecidos”.
Kelly Collard-Bovy junto a Pablo Leiton tienen una caballeriza que se dedica a desarrollar equinos. Por ello resulta destacable el amplio progreso realizado en tan solo 5 años desde que están radicados en Bélgica. “Todavía no he llegado a un nivel muy alto. Los jinetes con los que compito desde enero trabajaron años para estar ahí. Siempre tratamos de aguantar un caballo para seguir creciendo. Para mí no es fácil pensar de acá a tres o cuatro años; los caballos me duran 1, 3, 5 meses. Por ejemplo, uno de los que trajo Martín se vendió a principios de febrero luego de una gira en España, donde quedé segunda en mi primer ranking con 110 caballistas de los mejores del mundo”, rememora con alegría.
—¿Cómo trabajan el tema de la comercialización del animal?
—Tratamos de pensar siempre en una buena carrera para venderlo y de conseguir la mejor casa para ellos. No somos dealers; queremos buscar los destinos adecuados y también los jinetes. No es comprar o vender cualquier cosa. Realmente deseamos lo óptimo para nosotros, los animales, nuestros alumnos y clientes.
—¿Creés que las amazonas tienen un feeling distinto con los caballos que los jinetes?
—Sin duda. Nosotras somos de hablar, dar caricias; somos más mujer. Y después no tenemos ni la fuerza ni el estado de los hombres por cuestiones físicas. Son dos equitaciones distintas. Nunca me tocó montar con una mujer y hace meses que le digo a Pablo que me gustaría. Tengo dos en mi cabeza; por lo menos hacer una clínica de un día, aunque es difícil porque están en un nivel 5 estrellas y se la pasan en concursos. Por ahí salgo decepcionada, pero quiero probarlo.
En Europa, al contrario de lo que ocurre en Argentina, alrededor del 80% de los grooms —persona encargada del cuidado de los caballos— son mujeres. Collard-Bovy destaca el trabajo realizado por ellas: “Es impresionante; mueven camiones, alzan cajas pesadísimas y van de un concurso a otro. Sin duda están más en los detalles. Yo sigo muchas grooms y los equinos son casi sus hijos; no paran. Al fin y al cabo son atletas; la atención que requiere hoy el caballo es increíble: tiene masajista, fisioterapeuta, acupuntura. Hace 20 o 30 años esto no pasaba”, asegura con admiración en la voz.
—¿Qué diferencias encontrás entre ambas culturas con las que conviviste?
—En Europa todo ronda alrededor del trabajo; te enseñan a que cuides al caballo. No importa el estatus social que tengas. Los padres te inculcan desde niño a ocuparte de tus ponys; no te ponen un groom, uno mismo tiene que hacerlo. La base de la formación es la responsabilidad. Mi papá siempre decía que en Argentina era “el cafecito, la medialuna y la bota lustrada”. Acá es todo profesional y allá es una equitación más social —se escucha decir a Pablo Leiton de fondo, una voz ilocalizable, pero que recuerda y hace repetir a Collard-Bovy para completar su idea—.
Ella no necesita tomar aire para continuar, por lo que enseguida reanuda: “En Argentina, al tener más facilidades, empleada doméstica y caballerizo, piensan en ir a montar, pero solo hacen eso. Al caballo lo tiene el petisero para la hora que precisan y se suben en el momento que quieren. Cuando estaba allá, en los últimos años, tenía varias alumnas y les enseñaba a preparar sus bolsos, limpiar sus equipos y ayudar. Al llegar en 2003 creo que shockeó que yo era la única mujer en realizar todas las tareas”.
El dominio del deporte por parte de los países europeos va de la mano al profesionalismo inculcado en los jóvenes jinetes y amazonas; no existe otro secreto. Varias de las mejores razas de caballos de salto tienen como origen en común al Viejo Continente, pero en territorio nacional también se crían los Silla Argentino —raza equina—, capaces de competir en el más alto nivel. Es la pasión y el trabajo lo que expande los límites de la disciplina, cuestión poco arraigada aún en la cultura criolla.
—¿Qué objetivos tenés a corto plazo?
—Lamentablemente, los caballos de Gran Premio están a la venta, así que nunca sé cuánto tiempo los voy a tener. Sí te puedo decir que voy a competir en un concurso de élite en Francia que se llama Dinard. Desafortunadamente, para entrar hay que pagar, y si bien me regalaron el pase, la prueba de tres estrellas tenía un costo muy alto, por eso voy a ir a la de una estrella. No me animé a pedir tanto. Es un sueño tener esa experiencia.
El pasado 21 de julio, el anhelo tan esperado se cumplió y con creces. Junto a uno de sus compañeros de andanzas, Lanciano SP, Collard-Bovy finalizó en la sexta posición de la prueba principal, que tuvo un total de 28 participantes.
Cercana la medianoche belga, sigue despierta, pero su estado de ensoñación no hace más que agigantarse. Proyecta en forma de deseos nuevas oportunidades a través de sponsors que le brinden la posibilidad de demostrar al público su capacidad con caballos de primer nivel, para agrandar así su carrera deportiva y, sobre todo, seguir representando a la Argentina en el plano internacional.