martes, noviembre 5, 2024

Apostar es jugar con fuego y quemarse

Por Valentín Tami Todaro

25 de junio de 2024. La selección argentina enfrentó a la selección chilena por la segunda fecha del Grupo A en la Copa América disputada en Miami. Nicolás no vio mejor oportunidad para festejar su cumpleaños número 20 y organizó un asado con sus amigos. Eligió no invitar a la familia y hacerlo solo con sus amigos de la facultad, con quienes estudia contabilidad en la Universidad Católica Argentina y los de su club, Lamadrid. Aunque eran distintos tipos de amistades las que tenía con cada grupo, él sabía que el partido rompería el hielo, ya que todos los que iban a estar presentes eran futboleros. La noche llegó y comenzaron a aparecer los invitados. Faltaba una hora para que arrancara el partido y ya se comenzaban a armar los grupos. Por un lado los amigos de la facultad y por el otro los del club. Nicolás iba de grupo en grupo y charlaba un rato con cada uno.

En cuanto empezaron a salir las achuras, todos se sentaron en la mesa. Juan, padre del cumpleañero y encargado de la parrilla, acercó la tabla y sirvió plato por plato. Ya había empezado la previa del partido. Se comenzó a hablar de lo que podía pasar. Estaba feliz porque estaban todos los amigos de su hijo presentes. Aunque su sonrisa comenzaba a desdibujarse. Empezaba a escuchar el tema de conversación. Ya en la mesa, no se hablaba acerca de la rivalidad entre ambos países, ni de cómo llegaba cada equipo. Tampoco de los jugadores ni del partido en sí. Todos abordaban el mismo tema. Cuántas amarillas iban a haber en el partido, cuántos córners, o si iba a haber un gol antes del primer tiempo.

Nicolás, quien todavía no trabaja y no tiene ingresos, comentaba que “le había puesto diez lucas a una combinada”. Según él, era muy probable y solo se tenían que dar cuatro situaciones durante el partido: una victoria de Argentina, más de diez tiros de esquina, un gol de Lautaro Martínez y más de cuatro amarillas. Si todo eso pasaba, ganaba 60 mil pesos. Los demás opinaban y contaban lo que ellos habían apostado. No había uno en la mesa que no hubiera puesto dinero en juego. Juan, con 52 años, estaba asombrado porque nunca había visto algo igual. Todos apuestan plata en el partido de la noche. Creían que por ver cinco partidos por día sabían lo que podía llegar a pasar.

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En una encuesta a más de 4 mil jóvenes de entre 15 y 29 años realizada por Apostar No Es Un Juego, un proyecto sin fines de lucro, se conoció que ocho de cada diez adolescentes aseguraron tener un conocido, amigo o familiar que apuesta o apostó online alguna vez.

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Durante los 90 minutos, todos estuvieron más preocupados por su apuesta que por el partido. Los córners se gritaron como goles. Las amarillas también. Por el contrario, Lucas, amigo de Nicolás y quien había apostado que iba a haber menos de siete corners, le pegó un golpe a la mesa y comenzó a los insultos cuando por octava vez la selección tuvo un tiro de esquina. Por la reacción de Lucas pareció que Chile había metido el 5 a 0. Perdió toda su plata por más de que las otras tres apuestas que había hecho estaban bien encaminadas. A partir de ese momento, Lucas no emitió una palabra más y, durante todo el partido, estuvo mirando el celular con cara de nada.

Otro dato que dio a conocer Apostar No Es Un Juego es que el 40% de los adolescentes que realizan apuestas deportivas lo hacen por sus “conocimientos deportivos”. El concejal de Chivilcoy por Unión por la Patria y quien forma parte de este proyecto, Fernando Cabani, confesó que este tipo de apuestas deportivas pueden ser más peligrosas que las de un casino, como la ruleta o la maquinita traga monedas, ya que quienes las realizan creen que no están dejando su dinero al azar.

Juan, que sufrió de ludopatía pero logró salir a tiempo, era consciente de lo peligroso que era lo que estaba viendo, tanto para Lucas como para su hijo, ya que por más que haya ganado su apuesta esa noche, sabe cómo terminará este tema a la larga, con una pérdida de dinero muy grande, deudas, adición, y muchos problemas. En su juventud, Juan solía destinar gran parte de su sueldo en las ruletas del casino, pero al entender que estaba perdiendo todo su dinero por regalarselo al azar le puso el punto final al casino en el momento justo.

Al finalizar el partido entre Argentina y Chile, Juan evitó hablar con Nicolás ya que no quiso arruinarle su cumpleaños. Se fue a dormir preocupado y eligió postergar la situación. Al otro día en la facultad, Nicolás apostó los 50 mil pesos que había ganado la noche anterior en otra combinada, esta vez de cinco apuestas. Era a todo o nada. Si ganaba se llevaba 500 mil pesos. Estaba convencido de que se le iba a dar. Lucas, quien había perdido todo la noche anterior, le contó a sus amigos que tuvo que sacarles “unos pesos” a sus padres sin que se enteraran, pero que cuando ganara la apuesta que estaba por hacer, iba a devolverla. Horas más tarde, tanto Nicolás como Lucas perdieron sus apuestas. Uno perdió todo lo que había ganado la noche anterior. El otro, plata que no era de él.

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Nicolás, con una ira que nunca había sentido en su cuerpo, miró a su costado, donde estaba Lucas. No estaba enojado, sino llorando. Asustado. Se acercó a él y le preguntó qué había pasado. “No es para tanto”, le dijo Nicolás. Lucas lo miró y le respondió: “¿No es para tanto? Le saqué 800 dólares a mis viejos, plata que era para mi abuela”. Nicolás se quedó mudo. Sabía que nadie podía enterarse. Lo levantó del suelo, lo consoló con un abrazo y le dijo que todo iba a estar bien. Pasaron las horas que les quedaban en la facultad sin hablar y se fueron a sus casas. 

Lucas sabía que no podía volver sin esos 800 dólares. También sabía que su vecina no iba a estar en su casa hasta dentro de cinco horas. No quería hacerlo, pero en la desesperación rompió el vidrio de la ventana del patio y se metió rápido. Empezó a buscar plata pero sin hacer mucho ruido, hasta que abrió la puerta de un placard. Bingo: 1500 dólares dentro de una lata. Su subconsciente lo atormentó. “¿Agarro los 800 que necesito o todo?”. En el nerviosismo agarró todo. Supo que los 700 dólares restantes le iban a servir para jugarlos en otro momento. Se fue rápido, volvió a su casa y dejó los 800 dólares justo donde los había agarrado. Durante toda la tarde se quedó en su cuarto mirando el techo. Se comió la cabeza esperando que su vecina llegara y viera que alguien estuvo en su casa. Era cuestión de tiempo. De lo que nunca se percató fue de que su vecina tenía cámaras en la casa y lo vería a él entrando a robar.

Llegó la noche. Lucas se sentó a cenar con su familia pero no le pegó ni un mordisco al bife que había preparado su padre. Su madre sabía que algo no andaba bien. Toc toc. Alguien golpeó la puerta y la cara de Lucas lo delató. Sabía que estaba en graves problemas. Su padre fue a abrir la puerta. Lucas, por su parte, corrió al baño y se encerró. “¡Lucas!”, se escuchó desde la puerta. Era el padre llamándolo. No sabía qué hacer. Se miró en el espejo y fue. Veía que su destino era la cárcel. Estaba pálido. Antes de acercarse a la puerta, observó por la ventana. No había ningún patrullero. Le volvió el color a su cara. Quien tocó la puerta fue su vecina. Pidió hablar con Lucas y sus padres. Se sentaron los cuatro en la mesa del comedor. Sin decir nada mostró la grabación de su casa cuando su hijo había entrado a sacarle plata. No lo podían creer. Lucas rompió en llanto y lo único que salió de su boca era la palabra “perdón”. Una y otra vez: “Perdón, perdón, perdón”. Los padres, con una cara de desilusión hacia su hijo, lo miraron y le preguntaron: “¿Por qué?“.

“El problema con las apuestas online es que están a tu disposición las 24 horas y en cualquier momento. Además, como se puede ingresar dinero con billeteras virtuales, muchas veces los padres nunca se enteran de que sus hijos apuestan. Por lo que la gran mayoría de veces se enteran cuando el tema explota en la casa”, señala Fernando, el Concejal de Chivilcoy.

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Lucas contó la situación y confesó que lo había hecho por miedo. La vecina, mirándolo con pena, le pidió que le devolviera la plata y le confesó que no había llamado a la policía porque lo conocía. A él y a su familia. Sabía que Lucas no era un ladrón y qué estaba pasando por un problema. Los padres le agradecieron profundamente a su vecina, le devolvieron lo que le pertenecía y obligaron a Lucas a visitar a un psicólogo para lograr superar el problema antes de que se agrandara más aún.

“Lo recomendable es que, apenas se sepa que existe un problema con las apuestas, se acuda a un experto para tratarlo. La gran mayoría de las personas que apuestan, si no lo cortan a tiempo, van a terminar con problemas en su vida personal”, comenta la psicóloga María Basile.

Nicolás, por su parte, apenas llegó a su casa le confesó a su padre que las apuestas se le estaban yendo de las manos. Había perdido todo lo que había ganado la noche anterior y, peor aún, había visto a su amigo asustado por un grave error que había cometido. No quería apostar más. Juan, que supo pasar por ese miedo, le recomendó que vuelva a entrenar. Que vuelva a jugar a la pelota, que volviera a hacer lo que más le gustaba y lo que en su momento había dejado por perder las ganas. Casualmente, poco después de arrancar a apostar.

“Muchas veces la persona que comienza a apostar lo hace por frustraciones en su vida, busca ciertos estímulos que las casas de apuestas te dan constantemente y con mucha facilidad. Es estímulo tras estímulo. Entonces cuando no apostás, perdés eso y sentís un vacío que solo lo podés llenar apostando otra vez. Como primer paso, es importante entender que es una adicción más. Por lo que hay que tratarla como tal y reconocerla desde el primer momento”, confiesa la psicóloga Basile.

Tanto Nicolás como Lucas, con el paso del tiempo, perdieron esa necesidad que tenían de apostar. Lucas, con ayuda de un psicólogo que lo guió y el apoyo de su familia. Nicolás, encontró esa felicidad genuina en el deporte. Ambos se alejaron de las apuestas enfocándose en hábitos saludables. Pero principalmente reconocieron sus problemas para poder afrontarlos.

5 de septiembre del 2024. La selección argentina vuelve a enfrentar a Chile. Esta vez, por la séptima fecha de las Eliminatorias sudamericanas. A pocos meses de aquel partido de Copa América, Nicolás esta vez lo vio solo con su padre. Lucas, también. Pero algo en ellos había cambiado: habían vuelto a disfrutar del deporte sin tener que apostar y compartiéndolo con su familia. Recordaban a ese Nicolás y a ese Lucas de un año atrás y se les dibujaba una sonrisa en su cara.

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