martes, octubre 22, 2024

La última de Monzón en el Luna

Por Yamil Toral

El 5 de octubre de 1974 Carlos Monzón defendió contra el australiano Anthony Mundine su título de peso mediano por última vez en Argentina. Con un Luna Park rebalsado, el santafesino marcó una era del boxeo argentino. De los cinturones pasó al cine, y de la fama a la cárcel. A los 50 años de aquella pelea se lo recuerda como el ídolo popular y el femicida que supo ser.

La noche del sábado 5 de octubre de 1974, en la manzana de la Avenida Corrientes, Bouchard, Av. Madero y Lavalle se escribió un nuevo párrafo en la historia del boxeo argentino. Una multitud esperaba el combate que iba a disputarse sobre el ring del Luna Park. En una esquina del cuadrilátero, Carlos Monzón, defendía por décima vez su título mundial de los medianos de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). En diagonal, el australiano Anthony Mundine buscaba quitarle el cinturón. La campana sonó y el visitante no dudó en dar el primer manotazo, los primeros tres minutos se mantuvo firme. En el segundo round, Monzón empezó a demostrar por qué era el campeón desde hacía cuatro años. La pelea siguió a buen ritmo, los dos revolearon y aguantaron las trompadas que llegaban a destino. En el séptimo, solo entraron las del argentino y al minuto se sentenció el final. Un cross derecho y un uppercut con la zurda directo a la mandíbula dejaron a Mundine sentado, apoyándose con su brazo derecho en la lona y sin poder levantarse durante el conteo. Monzón había defendido por tercera y última vez su cinturón mundial en Argentina.

Para ese entonces, el campeón ya era una celebridad en el país, dos meses antes se había estrenado “La Mary”, película que había protagonizado junto a Susana Giménez. En la mitad de su carrera deportiva, el mundo del espectáculo aparecía en su vida. Pero sus raíces estaban muy alejadas a esa realidad que empezó a tener a mediados de los 70’. Había nacido en la ciudad de San Javier, Santa Fe, el 7 de agosto de 1942. Fue uno más de los tantos hijos de una familia de pocos recursos. Casa de chapa y madera y un piso de tierra que ensuciaba sus pies descalzos. Tenía rasgos guaraníes, aunque se desconoce su descendencia, y un pelo liso y oscuro que tomaba una forma de casco sobre su cabeza. Los ojos achinados acompañaban esa nariz, que durante los años iba a aplastarse producto de alguna piña. A sus 8 años se mudó con su familia a la Ciudad de Santa Fe, al barrio de Barranquitas Oeste, cerca del estadio 15 de Abril. Estudió hasta tercer grado de la escuela primaria cuando dejó para trabajar. Hizo varios cambios y pasó de lustrador a canillita, y también sodero.

La primera vez que llegó a Buenos Aires fue en 1963, cinco meses después de su debut profesional. Monzón, con siete peleas y 6 victorias, enfrentó a Andrés Cejas, en el Luna Park, a quien derrotó por nocaut en cuatro rounds. La bolsa para ese entonces fue de un valor nunca antes visto por el santafesino: 15 mil pesos. Un mes después, el mítico estadio también fue testigo de su primera derrota. En 10 rounds perdió por puntos frente al platense Antonio Aguilar. Tres años después llegó el día de su campeonato, en Avenida Madero 470, se midió por el tíitulo mediano de la Federación Argentina de Boxeo (FAB) contra el defensor Jorge Fernández, apodado el “Torito de Pompeya”. La pelea llegó hasta el final, y en 12 rounds Monzón se consagró campeón argentino por decisión unánime. Fue el quiebre de su carrera, la ganancia: 300 mil pesos que le sirvieron para comprometerse de lleno en el deporte. Un año después se repitió el rival y el escenario. Esta vez, el boxeador de 25 años, le arrebató el título sudamericano de peso medio. 

En 1970 sus puños, envueltos de vendas y cubiertos por guantes, lo llevaron a lo más alto del boxeo. Una serie de tres peleas de abril a septiembre, en Buenos Aires, lo prepararon para viajar a Europa por el título mundial de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). El promotor Tito Lectoure había cerrado el encuentro frente al italiano Nino Benvenuti con el manager Bruno Amaduzzi y el promotor Rodolfo Sabatini en una pizzería sobre Avenida Corrientes. Los italianos buscaban un boxeador frágil, “que no esté a la altura” de un título mundial. El promotor argentino advirtió que ese pibe callado de metro ochenta y uno y 72 kilos, “si te engancha te lastima o te noquea”. Antes de su partida, noqueó, en un Luna a medio llenar al panameño Candy Rosa. Su llegada a Italia pasó desapercibida, igual a ese Carlos de 17 años que le había pegado a una bolsa por primera vez en el Club Unión de Santa Fe.

Antes de la pelea por el cinturón mundial, el campeón argentino estaba confiado y declaró que para Benvenuti también iba a ser peligroso porque él pegaba “con las dos manos”. Antes de la pelea, Roberto Paladino, su médico, lo infiltró por los dolores que sentía en los huesos de sus puños a causa de su raquitismo. Esa noche del 7 de noviembre de 1970, en el doceavo round, el defensor de la corona, acorralado en una esquina, cayó después de dos trompadas, un jab de zurda y un cruzado con la diestra. Argentina volvía a tener campeón mundial, el primero de los medianos. Hasta entonces solo se habían consagrado tres: Pascual Pérez obtuvo el primero en 1954 (AMB – peso mosca), Horacio Accavallo ganó los dos cinturones mosca (AMB-CMB) en 1966 y en 1968 Nicolino Locche fue campeón de peso superligero (AMB).

El título lo defendió en 14 oportunidades, tres veces en el país. En 1972 Buenos Aires fue testigo de la segunda velada de Monzón como campeón mundial. Emilie Griffith, quien ya había obtenido el título años antes, llegó a la Argentina con las ansias intactas. En el desarrollo del combate, el estadounidense mostró personalidad. El argentino lo pasaba en altura por una cabeza, pero los golpes de Griffith llegaron igual, con jabs direccionados a la cabeza y ganchos que entraron de lleno en el abdomen. Horas antes, el entrenador argentino Amílcar Brusa le explicó la estrategia: “Los primeros seis rounds dejalo venir. Vamos a trabajar la izquierda desde lejos y la derecha para el contragolpe. Nada de ir a cambiar golpes, ni meterse en media o corta distancia”. Similar a la táctica que había planteado frente al italiano en el 70’. Pero Griffith iba a costarle más trabajo, después de aguantar 14 rounds, el nacido en las Islas Vírgenes, encerrado, recibió una ráfaga de trompadas argentinas y desde su rincón tiraron la toalla.  

En noviembre de 1972 visitó el Luna Park el oriundo de Filadelfia Bennie Briscoe. Los primeros minutos Monzón iba a mantener la línea de siempre. Tranquilo y a la espera, sus brazos largos le permitieron jugar con la larga distancia. Los constantes jabs debilitaron lentamente a quien lo estaba enfrentando. No obstante, Briscoe aguantó los 15 rounds. Al finalizar el octavo quedaron los dos sobre la esquina del argentino, la campana sonó y tiró un manotazo de más. Desde las tribunas se soltó algún silbido, Monzón lo miró y mostró una sonrisa irónica. En el noveno el visitante se plantó y sus trompadas fueron más precisas. Un derechazo cruzado, que entró de lleno en la dentadura del local, lo dejaron contra las cuerdas. Rápidamente salió del apuró y se mantuvo hasta el final. El título mundial se quedó en Argentina por decisión unánime. 

Monzón en su última defensa contra Valdez.

El boxeo a Monzón le salvó la vida. El deporte fue el único espacio en el que aprendió sobre disciplina, también donde controlaba su violencia. Con su entrenador tuvo una relación distinta a las cotidianas, lo que le ordenaba, el campeón lo cumplía. Hasta en sus últimos días en la cárcel respetó, “no fumar enfrente de su Brusa”. Su respeto lo demostró también arriba del ring. Todos sus combates los encaró bajo sus órdenes, con la mente fría y las piñas precisas. Aquel 5 de octubre de 1974, nadie supo que era el último espectáculo con el cinturón mundial del santafesino en el país. Si las calles porteñas hablaran, tal vez, nos contarían varias historias de ese pueblo que esa noche copó las tribunas del Luna. El 30 de julio de 1977 retuvo por última vez el título y se retiró con una victoria por decisión frente al colombiano Rodrigo Valdez en Mónaco. Con un récord de 87 victorias (56 por nocaut), 9 empates, 3 derrotas y 1 sin decisión. Su reinado duró siete años (1970-1977) y defendió 14 veces el título mundial.

La vida de Carlos Monzón siguió por el mundo del cine, la noche, el alcohol y la fama.  Su figura en los medios creció, así como sus amistades en ese universo. El boxeador de San Javier había sobrepasado lo deportivo. Sus rutinas luego del retiro se vieron interrumpidas a principios de 1988 cuando mató a su pareja Alicia Muñiz en Mar del Plata. El gran campeón se había convertido en femicida. 

En 1995 falleció, a los 52 años, en un accidente sobre la Ruta Provincial N° 1, a la altura del paraje Los Cerrillos, durante una salida transitoria mientras cumplía una condena de 11 años. El Renault 19 que manejaba golpeó con la banquina, descarriló y dio siete vueltas. En el accidente murió también Jerónimo Mottura, de 63 años. Se determinó que el conductor tenía alcohol en sangre y manejaba a una velocidad mayor a la permitida. A 50 años de su última defensa del título mundial en el país, Monzón es recordado tanto por ser uno de los mejores boxeadores argentinos de la historia como por su final violento que lo llevó a terminar su vida en la cárcel. 

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