Por Fernández Perotti, Giglio y Tesolin
El silencio invadía el Arena Zagreb. La tensión de un país que anhelaba que se rompiera la maldición de casi 100 años era demasiada. Pesaba mucho esa pelota, muchísimo. Tenía la carga de las finales perdidas de 1981, 2006, 2008 y 2011, sumada a las tantísimas semifinales y ediciones en la que la gloria le fue esquiva a la Argentina. Con todo eso, y el match point en su poder, Federico Delbonis dejó pasar la devolución de saque de Ivo Karlović y después se tiró al piso, quebrado de la emoción: sabía que ya estaba, que por fin se logró la hazaña.
Probablemente a mucha gente se le venga a la mente Juan Martín Del Potro cuando recuerdan la victoria de la Copa Davis en 2016, y es entendible, porque su legado es gigante. Hasta el propio Delbonis lo reconoció: “Delpo era nuestro ancho de espadas, el que daba el plus. De entrada entendió que se unía a un equipo que estaba armado, lo tomó muy bien, se adaptó rápido y después sabemos todo lo que aportó”. Sin embargo, Federico cumplió un rol preponderante en ese torneo.
En la llave de octavos de final ante Polonia y de semifinal ante Gran Bretaña no fue partícipe por decisión técnica, pero Delbo nunca dejó que su ego interfiriera en el objetivo principal: “Orsanic sabía jugar bien sus cartas, en el sentido de cómo trataba a cada uno, que todos se sintieran importantes. Daniel decidió que en Glasgow jugaran Delpo, Pella y Mayer, me lo explicó y lo entendí, estábamos todos alineados con su idea. Tomó decisiones siempre pensando en el grupo, y eso fue fundamental”.
Quizás ya sabía que tendría su momento de brillar y aportar su granito de arena. Y ese momento llegó en los cuartos de final, de visitante frente a Italia. El oriundo de Azul cargó con la llave en su espalda y ganó el primer partido ante Andreas Seppi (N°52) y el cuarto partido ante Fabio Fognini (N°36), ambos por 3 a 1. En la final, todos sabemos lo que pasó. A pesar de perder el primer partido ante Marin Čilić, Delbonis fue el protagonista del último partido de Argentina en esa Copa Davis tan recordada. El encuentro lo ganó en 3 sets, y de esta manera selló con fuego su nombre y el de sus compañeros en la historia del tenis del país.
“Se me caen las lágrimas cada vez que veo cómo ganamos la Davis. Me sigo emocionando cuando me veo en el punto final. Por suerte se pudo dar y quedará el recuerdo para siempre“, dijo Federico hace ya dos años. Ayer cumplió 34 años, pero la emoción y orgullo sigue y seguirá siendo el mismo para la eternidad.