Por Julián Martínez, Aramis Sturba, Mora Gomez Ferreño, Agustina Camargo y Valentina Conversano
La institución se fundó en 1925, su actividad principal es el básquet pero su objetivo favorito es crear recuerdos inolvidables para quienes forman parte de su gente.
El club de barrio. Canchitas, niños y niñas corriendo, el pique de las pelotas, los pebetes y alfajores del buffet, las charlas entre madres, el truco entre abuelos, las risas entre todos. El Wilde Sporting Club es eso, un lugar donde se forjan grandes amistades, en el que los padres vuelven a conectar con sus hijos a través de las actividades que realizan, espacio en el que los abuelos comparten tardes con sus nietos y donde también se cruzan viejos amigos o vecinos con los que se la pasaban jugando todas las tardes y ahora se reencuentran en las partidas de cartas.
El club es el latido profundo del barrio, allí se transmiten los valores fundamentales del deporte, aunque lo particular de éste es que hace más de cincuenta años que no brinda la actividad de baby fútbol, y hasta hoy el deporte rey es sin dudas el básquet pero también mantienen a la natación, gimnasia o pelota paleta. En sí es una convivencia en la que se aprende a tratar con otras personas, trabajar en equipo, ser solidarios, respetarse y crear una red de apoyo mutuo entre intereses comunes.
La falta de recursos e ingresos junto con el aumento constante de los costos de mantenimiento afectan al funcionamiento del club, porque en su mayoría ni las ayudas municipales alcanzan a cubrir todo eso. Los clubes de barrio no pueden satisfacerse plenamente de las cuotas sociales (el Sporting cuenta con alrededor de 1100 socios) por lo que los padres de las categorías juveniles, los vecinos, o los propios socios suelen organizar decenas de rifas para mantener viva la llama de la comunidad.
“El Sporting es una extensión de la familia”, asegura Raúl Bertotto, tesorero de pelota paleta y expresidente. Los lazos que uno forja dentro de él se mantienen de por vida, y el wildense de 73 años es un fiel argumentador de ello, ya que toda su familia realizó y sigue practicando diferentes disciplinas, por lo que sus relaciones son plenas al club.
El club se metió en ellos y se convirtió en una instantánea extensión de su cuerpo, para todo el que pise la institución se produce un cambio inmediato, ya que comienzan a formar parte de una gran familia sin ser del mismo linaje. El club logra despegar, por un momento, de la tecnología a los chicos que hoy viven rodeados de ella, al igual que hace años atrás, al sacarlos de la calle para insertarlos en el deporte, logrando así la total gratificación de cada una de sus familias, al llevarlos a un ambiente que los ayuda a crecer y formarse día a día. Esto es lo que destaca Roberto Aller al compararlo con su paso en el club, y es que en el presente les enseñan cosas que a ellos no les enseñaron, una de las diferencias que Aller distingue en comparación a la actualidad, una de las tantas razones por las cuales él comenzó a fumar a los 13 años, una situación que no es para nada común en los jóvenes atletas, incluso aunque sea practicado de manera amateur.
El Sporting pasó de ser un galpón de chapa a la cuna de grandes jugadores en la actualidad, como Luz Andujar, quien disputó el mundial U17 en 2022 con Argentina también, Julieta Tubio, con quien Andujar comparte equipo en Berazategui, club con el que se consagraron hexacampeonas de la Liga Nacional y con el que ambas jugarán la final de la Liga Federal U21. En cuanto al masculino, Lucas Andujar, hermano mayor de Luz, fue reconocido este año como jugador revelación de la Liga Nacional siendo el máximo asistente de la misma.
“Para mí es una alegría enorme porque es lo mismo que ver a tus hijos en tu casa, por lo que verlos jugar y que ganen campeonatos es un logro en lo personal”, expresa Leonardo Tubio, actual presidente. El Sporting es más que el lugar donde uno va a hacer deporte, para quienes forman parte de esta familia, como los Tubio, el club es el día a día, es el sitio donde te enseñan que es la pertenencia, pero donde también uno aprende a competir, es el hogar de todos los que llevan los colores en el corazón.
Generación Dorada
Competir contra grandes clubes con peso económico y que cuentan con gran apoyo, sobre todo de las intendencias, no es para cualquiera. Vaya sí conoce de resiliencia y esfuerzo el Wilde Sporting Club. El conjunto de Avellaneda formó un equipo inolvidable, pensado por el director técnico Martín Pulleiro, de la mano de Nicolás González, Neri Ihitz, Esteban Camejo, Emiliano Palma, Jorge Palma, Sebastián Mondino, Leonardo Fabiano, Lucas Andujar, Matías Fernández y Matías Núñez, además de los juveniles Mirko Toman, Donato Vasallo, Martín Carrizo y Jeremías Castillo. Los que volvieron pasaron de cobrar beca a jugar gratis y no solo jugar sino que hacer todas las tareas para posteriormente llegar a la cancha, acciones que en clubes grandes son responsabilidades de los utileros pero ellos lo hicieron, volvieron porque ese es el espíritu que pregonaban, que el equipo es de todos y para todos.
Más allá de la victoria final con un camino que recordarán para siempre, lo más esencial tiene que ver con aquellos sentimientos que sintieron y las enseñanzas que les dejó el deporte, con el condimento de haber vivido distintas experiencias como tardes enteras jugando antes y después del partido, festejos de cumpleaños con el plantel, fines de semana recorridos en otras ciudades, partidos de metegol, cenas de mesas largas compartidas con los padres del equipo al fin de la jornada. Los basquetbolistas no fueron los únicos que se hicieron amigos, sino que sus padres, también.
Si bien todo giraba en torno a la pelota naranja, asimismo el básquet pasó a un segundo plano una vez que fueron forjando las grandes amistades, asegurando que han llegado a comer asados entre 70 personas, lo que refleja el clima de calidez que se palpaba en el plantel y que mejoraba las relaciones intrapersonales de cara al día a día y en las sesiones arduas de entrenamiento, pensando en los encuentros cruciales de cada fin de semana.
Ahora es muy común ver esto en los clubes de barrio, pero el Wilde Sporting Club fue uno de los estandartes en materias de sobrellevar básquet y amigos de la misma mano, abriendo el paso y siendo el modelo a seguir para otras entidades que buscaban lo mismo.
La sangre siempre tira…
Así ocurre con la familia Aller, quienes fueron los principales conductores de este proyecto ya que tanto padre, hijo y ahora nieto, formaron parte de los cargos de presidente y vicepresidente en la que dejaron una gran huella de su familia, tanto que el que va al Sporting habla de los Aller, principales refundadores cuando este se encontraba en momentos difíciles, por los cuales está dentro de las instituciones que sobrevivieron a ola desapariciones de clubes de barrio.
El presidente pasó gran parte de su vida dentro del club, en el que se desempeñó desde los seis años hasta los 33 en la disciplina de básquet. En el presente, sus hijos son deportistas muy importantes para la institución, como ya bien contamos en párrafos anteriores la historia de Julieta Tubio, Nicolas Tubio quien juega en U17 y en la Primera del club, y Rocio Tubio, quien ya no se desempeña en el deporte pero todos los fines de semana los pasa dentro del Sporting.
Ellos y muchos más esperan que llegue esa hora en la semana para ir y pasar un rato, 15 minutos o todo el día, el tiempo que se pueda, pero estar en el club de sus amores. No ir un día a cualquiera le deja un sabor amargo, es como no pisar tu casa durante 24 horas. Cuando uno crece, las cosas cambian, algunas para mejor y otras para peor, y cuando lo haces dentro de un hogar del barrio y del deporte es imposible que la nostalgia no te abunde en algún momento. “Los domingos ya no son lindos como antes, ahora prefiero que sea lunes para venir y ver a los chicos practicar, jugar a las cartas. Las relaciones que yo tengo son todas del club”, Raúl.
En fin, eso es el Wilde Sporting Club, más que un club, más que un deporte, más que una comida, es el lugar a donde su gente siempre elige volver, por una charla más, por un festejo más, por un abrazo más y por un amigo más. Amor de club y de familia.