Por Joaquín Arias
Máximo ganador de Grand Slams, Masters 1000 y más semanas cómo número uno. Es innumerable la cantidad de estadísticas que rompió Novak Djokovic en toda su carrera. Aquella que había comenzado en la devastadora década del 90, marcada para siempre por el bombardeo de la OTAN en 1999. “Vengo de Serbia, un país devastado por la guerra, y enfrenté mucha adversidad. Hemos pasado por dos guerras durante cuatro años”, recordaba Nole en los inicios de su carrera. Su mayor objetivo siempre fue obtener una medalla de oro. Esto no sólo significaba el éxito tenístico, sino haber representado con orgullo y coraje la bandera de su país, la que siempre levantó y defendió cada vez que tuvo la oportunidad.
La primera experiencia de Djokovic en los Juegos Olímpicos fue, por muchos años, la más fructífera. Corría el año 2008 y llegaba a Beijing como la revelación de la temporada, habiendo ganado el Abierto de Australia de ese año, su primer Grand Slam. El número 3 del ranking llegó tranquilamente a las semifinales, donde lo esperaba el vigente campeón de Roland Garros y Wimbledon, Rafael Nadal. El de Manacor atravesaba su mejor momento y lo hizo saber, derrotándolo en tres sets. Al serbio le quedaba la chance del bronce, que obtuvo tras ganar con comodidad al estadounidense James Blake. Nole lograba un hito para el tenis de su país y su futuro se vislumbraba brillante.
Para Londres 2012 ya había explotado. Ya había ganado cinco Grand Slams y alcanzado el número uno. El césped de Wimbledon le sentó cómodo y nuevamente llegó a estar entre los cuatro mejores. Sin embargo, allí se encontró con el ídolo local Andy Murray, que jugando un partido sobresaliente se metió en la final. La decepción era grande, aunque estaba la
posibilidad de repetir la presea del 2008. Enfrente estaba Juan Martín Del Potro. El argentino había jugado un match memorable ante Roger Federer, el más largo a tres sets de la Era Abierta. Lo que parecía un partido sencillo terminó siendo una enorme muestra de coraje de Delpo, que venció por 6-4 7-5 a Nole y esta vez lo dejó afuera del podio.
Si para Londres Djokovic era uno de los candidatos, para Río 2016 casi no había chances de que no salga campeón. Arribó a tierras cariocas siendo el ganador de cuatro de los últimos cinco Grand Slams y el mejor de la clasificación ATP por mucha diferencia con el resto. El sorteo le trajo un rival sorprendente: Del Potro. No obstante, el tandilense no era el mismo del 2012. Había estado más de un año sin jugar por una lesión en la muñeca izquierda y entró al torneo con ranking protegido. Eso no evitó que aquel 7 de agosto se escribiese una de las páginas más increíbles de la historia del tenis argentino, donde Delpo, jugando prácticamente sin revés y tirando cañonazos con su derecha, venció a Nole por doble 7-6. Mientras que en nuestro país se festejaba semejante triunfo, Djokovic agarraba su bolso y se iba de la cancha con lágrimas en los ojos, como nunca se lo había visto antes. Según él, fue la derrota más dura de su carrera.
La pandemia del COVID-19 retrasó los juegos de Tokio por un año, por lo que cinco fueron los que tuvo que esperar para intentar tener revanchas. Djokovic viajó a la capital japonesa al límite de lo físico, pero seguía siendo el máximo candidato cuando avanzó a semifinales
con un cuadro accesible y victorias holgadas. El sueño de la final olímpica estuvo más cerca que nunca cuando se adelantó por 6-1 ante Alexander Zverev. Y allí todo se derrumbó: el alemán le remontó el partido y un Nole totalmente agotado veía como se le escapaba su tercera semi. Esto lo afectó mentalmente para el partido por el bronce contra el español Carreño Busta, donde incluso rompió una raqueta y nuevamente se quedó sin medalla.
La actualidad del nacido en Belgrado antes de París 2024 no ilusionaba. Aterrizó en la capital francesa sin ningún título en el año, con una lesión en los meniscos que le obligó a usar un vendaje en la rodilla y habiendo sido superado ampliamente por Carlos Alcaraz en la final de Wimbledon. Además, el escenario iba a ser el polvo de ladrillo, quizás la superficie que menos cómoda le resulta.
Tras pasar la primera ronda en la segunda tendría su primer gran desafío, ni más ni menos que Nadal, su eterno rival, y en la Phillipe Chatrier, donde se coronó 14 veces. La que probablemente fue su última batalla no cumplió con las expectativas, ya que Rafa estuvo lejos de tener su nivel de antaño y Djokovic lo sacó adelante en dos sets. Djokovic avanzó en el torneo sin ceder mangas pero con partidos duros. Koepfer, Tsitsipas y Musetti fueron sus víctimas. Ante el italiano se lo vio con un temperamento difícil, discutiendo con su propio staff, lamentándose demasiado sus errores y festejando por demás los puntos. Y es que allí logró lo que parecía imposible, jugar una final olímpica.
Con 37 años le llegó su gran y última oportunidad, y su rival no podía ser más complicado. Carlos Alcaraz: el mejor tenista del año, el que con solo 21 años ya sabe lo que es dominar el mundo del tenis y está llamado a ser su sucesor. El murciano partía como claro favorito después de tener una racha implacable y haber iniciado un “cambio de guardia”. Nole afrontó esta final como el partido más importante de su carrera, y por momentos minimizó a su contrincante, que no fue el que venía siendo en los últimos meses. Se llevó el primer set en el tie break después de tener múltiples break points en contra.
Ya en el segundo el partido continuó siendo parejo, impredecible. Otra vez hubo un desempate, y el punto clave llegó cuando estaban 2-2. Después de un intenso peloteo, Carlitos cruzó una drive que parecía lapidaria, pero Djokovic golpeó la pelota con todas sus fuerzas y la Chatrier festejó como un gol en el fútbol. A partir de eso el partido se inclinó para él, ganó los siguientes cuatro puntos y con otra derecha formidable consiguió lo impensado. Llorando y temblando se acostó en el polvo de ladrillo parisino mientras el estadio lo ovacionaba. Novak era campeón olímpico.
Lo que vino después se asemejó al final de una película. Subió a la tribuna y entre lágrimas se fundió en un eterno abrazo con sus hijos Steffan y Tara.. El camino del héroe, que había comenzado en la oscuridad del refugio antibombardeos, terminó en el escalón más alto del podio con una luz dorada que brillaba en su pecho.