Por Juan Graib
Aráoz entre Gascón y Soler. En la única cuadra de Palermo que parece no haber sido penetrada por la arquitectura modernista, la Asociación de los Húngaros Católicos en Argentina se esconde detrás de dos troncos deshojados por el otoño. Belén Pérez Maurice se bajó de la Avenger 220 roja con Lucas Saucedo, y atravesaron el portón antiguo del trespisos porteño. La Fundación Argentina de Esgrima (Fundares) los esperaba en la primera planta.
El CASIO en su muñeca izquierda indicó las cuatro y media pasadas un minuto. Como todos los lunes, miércoles y viernes, la ‘Flaca’ -así le dicen religiosamente sus compañeros, los alumnos, veteranos, periodistas y un largo etcétera -se hizo presente una hora antes de que lleguen los demás esgrimistas.
Con el casco en su mano hábil y su buzo grisáceo de los Juegos Olímpicos abrigándola, la sablista avanzó por el pasillo opaco de la entrada. Paso a paso sobre el piso de mármol granito blanco, la firmeza que caracteriza su marcha sobre la pista dejaba entrever un rengueo. Atrás había quedado el mes con bota que demandó su rotura de ligamento interno, y dio inicio a los ejercicios de rehabilitación: “Esta semana estoy fortaleciendo. Todavía tengo dolor, pero puedo caminar normal”, confesó.
Belén dejó su retiro de la selección nacional sin efecto: en julio de 2023, hizo pública la decisión en su Instagram, tras quedar eliminada en el Campeonato Mundial de Milán. Tal determinación le duró unos meses: para marzo de 2024, como reza su conducta competitiva y disciplinada, se calzó la careta otra vez para disputar una Copa del Mundo en Sint Niklaas, Bélgica. Terminó en el puesto 24, dentro del Top 30. Con cinco victorias y una caída ante la joven francesa Manon Apithy-Brunet, Pérez Maurice volvió al alto rendimiento con 38 años.
Ya había amagado con dejar su vocación luego de Lima 2019, justo antes de que el coronavirus virtualizara su rutina diaria de entrenamiento. De haber sido así, ni el modelaje ni la ingeniería en alimentos la hubieran llenado como lo hace el deporte: “Me gusta hacer campañas o publicidades desde el lado de que soy deportista. Pero tengo contemplaciones, o sos deportista o sos modelo”.
La sonrisa blanquecina que sucede todas sus oraciones hizo lo suyo cuando recordó su lesión en el Preolímpico de San José un mes atrás, que la dejó tercera en la competencia y con las ganas de ir a sus cuartos Juegos Olímpicos consecutivo. “Tuve desgarros que no me pararon tanto como esta lesión. Igual no lo nombraría como algo dramático. Si me recupero, iría un poco vendada al Panamericano de junio. El equipo dijo que me necesita”.
“El esgrima no estaba acostumbrado a tener este tipo de resultados. Siento que abrí un camino, pero somos varios: están Isabel y Pascual Di Tella, Jesùs Lugones… Somos varios los que, comparados con otra generación, hicimos historia. Ojalá yo fuera un referente, ¿no?”. Dos décadas y media en la élite, siete medallas repartidas en sudamericanas y panamericanas- una dorada, dos de plata y cuatro de bronce- y tres citas olímpicas al hilo debe ser el currículum soñado para cualquier deportista, fuere de una disciplina popular o no.
Y es que, desde que Argentina dijo presente por primera vez en la esgrima olímpica- con Francisco Camet en París 1900, sólo cuatro tiradores disputaron tres ediciones al hilo: Alejandra Carbone (Atlanta 1996, Sydney 2000 y Atenas 2004 en florete individual), Raúl Saucedo (Los Ángeles 1932, Berlín 1936 y Londres 1948, en espada individual), Omar Vergara (México 1968, Múnich 1972 y Montreal 1976 en espada) y Belén Pérez Maurice (Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2021 en sable).
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Cuando pisó la escalera caracol a mitad del pasillo, la caminata imperfecta de Belén pasó a ser una escalada de trekking. El mango de su sable sobresalía del cierre de su bolsón, en movimiento siempre que lo pateaba con su jogging gris.
Llegó a una pequeña antesala blanca con un perchero negro vacío y tres puertas de madera cerradas. Dos de esos rectángulos daban a baños angostos. En el restante, aguardaba un despacho iluminado moderadamente por el cielo gris que pintaba el vidriado superior, con dos estanterías de madera antigua, un escritorio y el cuadro de un jardín. Pasado el mini hall, el salón: tres pistas largas de peana negra abarcaban casi toda la inmensidad del ambiente de luz fría y dejaban las sillas de cuero apiladas contra la pared izquierda. Un baúl decorado con retratos de Belén y Lucas y stickers de competencias internacionales, se posaba contra la derecha.
Lucas Saucedo arrendó el espacio gracias a uno de los miembros de la Fundación, que a su vez pertenece a la comunidad húngara. Y así, con ayuda de Rodrigo Álvarez, entrenador de la selección nacional de esgrima, y Nicolás Alitisz, expresidente de la Federación de Esgrima de la Ciudad de Buenos Aires (FECBA), el ‘Maestro’ creó la FUNDARES en 2006, donde enseña esgrima a niños, adolescentes y adultos, y entrena a los atletas del combinado argentino. Siempre acompañado de Belén, su alumna y esposa.
“La FUNDARES inculca la honestidad, el respeto por el otro y la ayuda mutua, principalmente. Somos todos muy compañeros”, explicó Belén, presente en cada sesión celebrada allí. Confesó que en un futuro daría clases, pero que tiene que aprender a hacer los gestos al revés y que enseñar no solo se reduce a eso: “Te podés formar en escuelas de esgrima de Europa y tener un título, pero no quiere decir que seas bueno. Lucas aprendió de los mejores del mundo y ese es el conocimiento que vale. Él sigue aprendiendo, sigue preguntando”.
Es difícil hablar de la ‘Flaca’ sin hablar del ‘Maestro’, y viceversa. Se volvieron indispensables el uno para el otro desde el verano de 1999, cuando Lucas la vio hacer saltos ornamentales en la pileta del Círculo Militar, en Retiro. Belén no pensaba en la esgrima como una posibilidad remota- pese a que su mamá fue amateur hasta poco antes de concebirla el 12 de julio de 1985. Hasta la actualidad, madre e hija jamás se enfrentaron en la peana.
Con Saucedo emprendieron un viaje que empezó con el arribo al Seleccionado Nacional de Esgrima a los 16 años, y que abarcó Juegos Olímpicos, Panamericanos, Suramericanos y competencias globales de la FIE. En veinte años, el binomio puso a la Argentina nuevamente en el circuito del deporte mundial.
La propuesta de matrimonio televisada en Tokio 2021 es solo una muestra de cómo su relación mezcla lo deportivo con lo sentimental en todo momento. A la ‘Flaca’ la invadió un nudo en la garganta que atascó su voz risueña y prolongó sus oraciones prearmadas. Reconoció que no supo manejar la presión en los juegos ODESUR DE 2014, donde se llevó la medalla de bronce: “Tenía que ganar la de oro y dudé de si iba a tener apoyo para Río 2016. Fue horrible, pero jamás me planteé dejar la esgrima. No me daba cuenta, pero la forma de alentarme de Lucas era exigiéndome. Uno se entrena siempre para lo mejor pero tenés que entender que las derrotas son parte del juego. La pasás mal pero después pasa: te entrenás el doble y listo”. Más tarde, Belén le ganó el Panamericano de Costa Rica a la norteamericana Mariel Zagunis, n°1 del ranking mundial en ese momento. Según ella, el 2014 fue su mejor año.
La sutil presencia de una esgrimista olímpica en las clases volcaba un popurrí de emociones en todos los presentes, tanto aprendices como guías: “Tenerla acá, verla y escucharla es un privilegio. Que Belén te corrija un movimiento es como estar peloteando en una plaza y que aparezca Messi a decirte cómo patear un tiro libre”, describió Dante Rosa, miembro del seleccionado argentino, mientras elongaba en el piso luego de dar una sesión.
Saucedo se movía en zig zag por el salón. De vez en cuando, Belén se paraba a retocar la postura o el fondo de algún tirador. Con menos palabras, el profesor le siguió la corriente, mirando fijamente a los ojos. El grito de ‘¡En garde! ¿Pret? ¡Allez!’, seguido del choque de metales, compusieron un ritmo intenso que retumbó en todo el edificio. Entre indicaciones y consejos, esbozaban las bromas y risas que hicieron de la concentración y del frenesí de cada asalto una experiencia llevadera.
Uno de los profesores y tiradores salidos de la Fundación es Tomás Alitisz, hijo de Nicolás. El sparring de la ‘Flaca’ confesó que ella “es como un farol, que te guía a donde es el camino. Es mi ídola y también una gran compañera: divertida, tranquila y a la que es fácil acercarse aunque no parezca. Al ‘Maestro’ (Lucas) los chicos lo ven como una figura de mucho respeto, que a la vez es divertida y carismática. Los dos son el arquetipo de cómo hacer bien las cosas”.
En el despacho de al lado, los zapatazos y los sablazos se traducen a simples zumbidos. Plegado contra la silla de roble oscuro, Alitisz gesticulaba vividamente con las manos, como si tuviera a un contrincante enfrente suyo. Debe ser porque, a la hora de hablar de su pasión, lo hace con la misma energía con la que practica: “La ‘flaca’ me enseñó la resiliencia, que a ella se le sale por las orejas; a disfrutar de la esgrima a nuestra manera y que lo más importante es la salud”.
El joven que llegó a la Fundares cuando tenía 14 años hizo una pausa. Su voz grave se meneó en un limbo entre el dolor efecto de la migraña y el quebranto: “Pensándolo bien, lo que mejor me enseñó (Pérez Maurice) es que uno, ante todo, tiene que sonreír. Porque ella siempre lo hace, con esa sonrisa que tiene… creo que a mucha gente le serviría aprenderlo”.
Nueve de la noche. La sección de calentamiento recién había terminado. Los que estaban en sus primeras clases entrenaban separados de los demás adultos. Antes de bajar por la escalera, Belén Pérez Maurice se tomó el tiempo de saludar a las 25 personas que ocuparon el salón.