sábado, octubre 12, 2024

Futbol infantil o cuando lo único que importa es ser felices

Leandro Manganelli

Al arquero visitante se le escapa una pelota que quiso embolsar y se le mete en el arco. “No lo puedo creer, la re puta madre que me parió”, se enoja el técnico, quien está detrás del arco vencido. El arquero se agarra la cabeza. Sufre dos goles más en pocos minutos. Brazos en jarra, cabizbajo, afronta lo que queda del primer tiempo y sale triste de la cancha para la charla técnica del entretiempo. Su equipo tiene que dar vuelta un partido que se hizo cuesta arriba desde el primer minuto, y que sería muy duro de perder si no se tratara de niños de entre 7 y 8 años.

El arquero de la categoría 2017, que se quedó a apoyar a sus compañeros de la 2016, corea el nombre del amigo que está en el arco sin consuelo. “Le estoy cantando”, le dice a su mamá, que estaba a su lado, en la tribuna donde los mates hacen más soportable el frío y los padres miran a sus hijos. “Los chicos soportan pesos cuando en realidad tienen que pensar en jugar, aprender y hacer amigos”, me dice Yannick Sandler, psicólogo especializado en deporte.

En el Estadio Carlos Saraniti hay familia. Cuando entro, engancho un partido que me traslada a mi niñez en esas tradicionales canchas de baldosa de club de barrio. Juventud de Liniers, el local, viste de blanco y rojo a rayas verticales; Amigos de Villa Luro, el visitante, juega con una camiseta negra, gris y bordó.

El número 5 de Amigos de Villa Luro mira al técnico después de cada intervención suya en el partido. Los pequeños jugadores tienen 7 años: lloran cuando se golpean y, cuando la pelota no está en juego, se ponen a charlar distendidos entre ellos. “El problema con los más chicos es que constantemente hay que buscar el orden -me dice Agustín Florít Perán, técnico de Juventud de Liniers- Tienen que combinar el hecho de pensar dónde estoy parado, dónde está el rival, dónde me va a tirar la pelota, cómo defiendo: tienen que pensar muchas cosas”. Cuando el árbitro pone la pelota en juego, cambian la cara y salen de su mundo lúdico: se ponen alerta ante los gritos de orden del DT.

El 19 de Juventud de Liniers está nervioso desde hace unos minutos: su equipo recibió otro gol -que termina de inclinar la balanza para los rivales- y empieza a entregar mal los pases; se agarra la cabeza y comete una infracción por llegar tarde a la pelota: genera un tiro libre que sería peligroso si no se tratara de niños de entre 6 y 7 años. “Es una presión externa que los chicos internalizan. Quieren estar a la altura y ahí es donde se complica, porque el chico quiere poner felices a sus padres; está ligado a lo que es el amor. El chico confunde los verdaderos objetivos del deporte a esa edad”, explica Sandler, que forma parte del Equipo de Psicólogos Especializados en Deporte.

El árbitro encargado de la jornada tiene buen trato con los jugadores y es más permisivo con los más chiquitos. A los 2011 les cobra mal sacado el lateral y no hay vuelta atrás, pero a los 2015 los deja repetir hasta tres veces: antes del último intento les explica la técnica. Un jugador de Amigos de Villa Luro volvió a sacar mal el lateral luego de la explicación, pero el árbitro lo dejó seguir con una sonrisa en la cara y un gesto cómplice de “más o menos”.

Los chicos soportan presiones ligadas a la competencia que les exige salir del juego constante de la niñez. “Los grandes responsables son los padres y entrenadores -dice Sandler-. También ciertos discursos que vienen desde el periodismo, de transmisión de ideas y valores”. Ganar está bien y perder está mal, ¿no?; sin embargo, antes y después de sus partidos, los nenes agarran una pelota y juegan entre ellos en el patio del club o en cualquier rincón que encuentren -y si ese rincón está apretado y pegado a la cancha, no importa-. Siempre juegan. Lo grafica Florít Perán, que dirige a todas las categorías del turno mañana: “A veces los nenes no saben si hacerle caso al profe o al papá. Hay muchos papás que tienen una mentalidad de ‘bueno, andá a jugar a la pelota, divertite, hacele caso al profe’; y hay otros papás con mentalidad competitiva absoluta de ‘dale, dale, levantate y seguí’: ganar, ganar, ganar y nada más. Y ahí es donde se complica bastante: cuando le exigimos a los nenes cosas que no pueden hacer, o muchas veces no quieren hacer. Les pedimos y les pedimos y no se tiene en cuenta el deseo del nene, sino que se tiene en cuenta el deseo del padre”.

“Vamo’, juez… Vamo’, juez… Vamo’, juez”, repitió un hombre -pareciera familiar de uno de los jugadores- desde la tribuna visitante cuando el árbitro cobró una falta en contra de Amigos de Villa Luro. El arquero de la 2011 de Juventud de Liniers aplaudió al juez de manera irónica luego de que este le cobró un tiro libre en contra en la puerta del área y se ganó la amarilla; aplaudir así, en modo de queja, es algo que se ve seguido en el fútbol amateur de distintos niveles y en el profesional.

Desde una protesta hasta un mal rendimiento, la frustración se palpa en esa canchita de baby fútbol: uno de los chicos de la 2011 de Liniers, ante la goleada que sufre su equipo, pide el cambio y, una vez que sale, llora. Y la frustración también está del lado de la victoria: uno de los de Villa Luro terminó el partido muy enojado mientras que todos sus compañeros salieron con una sonrisa en la cara. Después se le acercó un chico de Liniers; un amigo del otro bando. Ambos padres se saludaron y le sacaron una foto a los chicos: el que perdió sonrió; el que ganó no se pudo sacar la bronca. “Dale, no seas boludo…”, le trató de aliviar el panorama su padre; parecía enojado porque no le salieron las cosas en el partido.

– ¿Cómo se maneja a un chico que está enojado cuando el resultado fue bueno?

– Hay que ver qué le pasó -explica Agustín Florít Perán- tratar de bajar los decibeles y que entienda que a veces las cosas salen y a veces no.

– ¿Y la frustración de un nene de la 2017?

– Depende mucho de la personalidad del nene: hay algunos a los que tenés que calmar, manejarlo tranquilo (“no te preocupes, las cosas van a salir bien”), y hay nenes que los tenés que enfocar por el lado de “vamos, dale, tenemos que ganar, te necesito fuerte, te necesito bien”. Depende del rol del nene en el equipo, de la personalidad: se evalúa todo eso. Es complicado porque pasa mucho que en el medio del partido empiezan a llorar porque les hacen un gol. Es parte del proceso: aprender, equivocarse; hay que hablar mucho, tocar fibras íntimas para que siga insistiendo, para que no se quede.

Ese piso de baldosa que mantiene su esencia hace, al menos, 15 años, contiene a una porción del barrio de Liniers. Es un rincón a pocas cuadras de la General Paz en el que niños y niñas se divierten y se cansan de correr. “Socialmente el club creció una bestialidad. Tenemos fútbol todos los días, futsal, fútbol femenino… No da abasto de la cantidad de pibes que tiene y la presidenta del club y la comisión lo mantienen bastante cuidado. Tenemos cuatro tiras de fútbol: FEFI B, FEFI F y dos tiras en el matutino: 5 y 7”, explica Florít Perán. El torneo de baby fútbol matutino es menos exigente que el de la tarde y puede ser un problema tener que cambiar a un chico de la tarde a la mañana y, al ser un club barrial, hay una cercanía mayor con los padres: “Esto no es Vélez, que vos tenés 10 millones de pibes y decís ‘tal pasa de la segunda tira a la tercera’, y lo mandás y no preguntás. Acá tiene que haber una charla previa con los padres, explicarles todo, y después te tenés que bancar la que venga. Muchas veces no lo quieren entender: prefieren que los hijos jueguen cinco minutos a la tarde a que bajen de nivel y jueguen todo el partido. Un pibe que juega cinco minutos no va a aprender absolutamente nada; y no le gusta a nadie jugar cinco minutos”.

“Hermoso mundo de fantasías, de colores, de juguetes, de payasos, de tomar la leche con el mejor amiguito, de ver los dibujos animados como un rito, de llorar por un paquete de figuritas, de emocionarse por haber sacado una difícil, sonreír y sentirse el ser más dichoso del planeta”, escribió Marcelo Roffé -uno de los primeros en hablar de psicología en el deporte en Argentina- en el relato Cuando el niño era niño que le da color a su libro Mi hijo el campeón, y que es muy necesario para recordar que la niñez es un juego, que termina el partido y me olvido del resultado enseguida, que no me saco los guantes o los botines y sigo vestido de jugador de fútbol todo el día, que si me lastimo lloro porque así lo siento, que como rápido el sánguche que me da mi vieja porque mis amigos están jugando a la pelota en el patio y falto yo, y que ya es hora de irse y tienen que llevarme a la fuerza porque se hizo de noche y todavía no terminó el partido infinito que nos jugamos con mis amigos.

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