Por Matías Besana
El viejo Rafael Nadal, el joven, el de siempre, persiste. Obstinado, enfrenta el insoslayable paso del tiempo. En la cancha, suda y corre, con menor velocidad aunque con idéntico esmero e ilusión que cuando tenía 18 años y abrazaba su primera Copa de Los Mosqueteros. “Ojalá fueran 28, no 38 (cumplirá el 3 de junio)”, lamenta el manacorí. Sus hábitos no cambian, el instinto no lo pierde. Lucha y aún transforma puntos perdidos en tiros maravillosos, porque lo imposible con el español sobre el polvo de ladrillo no existe. Luego, salta, aprieta su puño izquierdo, grita y busca energía en el público, incluso encontrándose en desventaja de dos sets, con un panorama más oscuro que el inicial: el sorteo definió a Alexander Zverev, campeón en Roma y número cuatro del mundo, como su rival en la ronda inaugural, instancia en la que nunca había caído. “Hay un gran porcentaje de que no regrese a Roland Garros, pero todavía siento que no es suficiente”, descarga el ganador de 22 Grand Slams, con los ojos brillando y los Juegos Olímpicos de París en el horizonte (26 de julio al 11 de agosto).
Con siglos de anterioridad, el poeta griego Homero narró, desde la leyenda de Ulises y con el faro en la isla de Ítaca, el viaje del balear a su presunto día final en Roland Garros. Una odisea caracterizada por diferentes malestares físicos, entre ellos una lesión en el psoas Ilíaco, la cual lo marginó del Abierto de Francia 2023, no frenaron al español. “Rafa, Rafa, Rafa, Rafa”, se oyó con sintonía de coro en el estadio Philippe Chatrier, principal del evento y con capacidad para poco más de 15.000 espectadores. La figura que dominó el torneo como nunca nadie antes, 14 trofeos y 112 victorias, se despidió – muy probablemente para siempre- con los brazos en alto y ante la mirada de su hijo Rafael, próximo a cumplir 20 meses.
La proeza de un retorno triunfal se transformó en una mera utopía cuando el bolillero emparejó al mallorquín con el alemán Zverev. Una década más joven, Sascha hizo galantería de su cabellera rubia y sus 198 centímetros de estatura, desplegó golpes violentos con su drive y lució el revés cruzado, su mejor recurso. Se adueñó de las ilusiones de su rival (6-3, 7-6, 6-3) y luego destacó: “Llama la atención el nivel en el que jugó hoy (Nadal) respecto a los partidos anteriores. Si se mantiene sano, seguirá cada vez mejor”.
Por el momento, no fue suficiente. “La primera ronda no fue la ideal”, comentó sonriendo el manacorí. Ante el tenista de mejor forma del circuito mundial (10 victorias en los últimos 11 partidos), se sintió “competitivo” y avizora un objetivo cercano: Los Juegos Olímpicos de París. “La Fiera” regresará al Bois de Boulogne, donde solo tres tenistas lo derrotaron en 116 duelos (Robin Soderling 2009, Novak Djokovic 2015 y 2021 y Alexander Zverev 2024). El tiempo indica que el cargador tiene una bala menos pero también una más. Una especial. El sueño español lo imagina en dupla con su heredero, Carlos Alcaraz (21 años y ganador de dos Majors) en la búsqueda de su tercera medalla dorada, a 16 temporadas del éxito en Beijing y ocho del triunfo en Río de Janeiro junto a Marc López.
A merced del poderío de una máquina germana sin laceraciones y sin posibilidades tangibles durante la tercera manga, no se persignó. Masticó bronca cuando la pelota que lo condenó voló por detrás de la línea de fondo. Del gran campeón, sobrevive la esencia. El sueco Mats Wilander, ganador de siete Grandes y comentarista en la cadena Eurosport, lo explicó: “Puede que Rafa haya envejecido, pero no ha perdido su espíritu y eso lo convierte en el mejor, probablemente uno de los mejores luchadores en la historia del tenis. No importa cómo juegue, peleará cada punto”. En la máxima cita del deporte mundial, Rafael Nadal lo intentará. Una vez más y como siempre, Rafael Nadal lo intentará. Solo así se sentirá en paz.