Por Leandro Manganelli y Santiago Gutiérrez
Son los últimos años de la década del 60 y unos pibes de Villa Devoto juegan a la pelota en un campito de tierra -potrero- cercano a la General Paz. A unas cuadras, en Asunción y Lope de Vega, vive José Luis Lanao, un niño que, cuando no está en el potrero, juega al baby fútbol debajo de las tribunas de la cancha de Vélez y le gusta leer. Con 64 años y un acento españolizado, de visita en Argentina por el cumpleaños de su madre -él vive en España desde sus épocas como delantero en el Salamanca y el Logroñés-, Lanao habla del Mundial Sub 20 de 1979 que ganó junto a Maradona, de César Luis Menotti y la lectura, del fútbol sobrevalorado y de la dictadura a la que tuvo que saludar, como campeón del mundo, cuando volvió de Japón.
-¿Se tardó en reconocer a los campeones del 79, como les pasó a los del 78?
-Una parte de la sociedad confundió al fútbol con las connotaciones políticas que había alrededor. No hay que olvidar, este juvenil fue un equipo sublime, con un respeto por el balón, un juego ofensivo, con individualidades excepcionales. Creo que hubo un desmerecimiento de la sociedad argentina de un triunfo futbolístico legítimo, que se asoció a una situación desesperante, de sangre, de muerte y de torturas que se vivió en Argentina.
-¿Se enteraban de lo que pasaba en Argentina, desde Japón?
-No lo teníamos presente. Empezamos a ver algunos movimientos que no estaban dentro de lo planificado: desde Tokio debíamos llegar directamente a Buenos Aires, a Ezeiza, haciendo escala en Cancún, pero el avión hizo una escala en Río de Janeiro que no estaba prevista. Ahí nos pasaron a un avión de la Fuerza Aérea Argentina y nos trasladaron directamente al Aeroparque Jorge Newbery. Muchos familiares nuestros se habían ido a Ezeiza a recibirnos y no sabían que íbamos para Aeroparque. La dictadura había planificado, de alguna manera, un festejo para contrarrestar la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que estaba en el país investigando la desaparición de personas. De Aeroparque nos subieron a unos helicópteros y nos llevaron a la cancha de Atlanta, y de ahí a unos micros que desfilaron por la Avenida Corrientes y pasaron por el obelisco, para llegar a la Casa Rosada, donde teníamos que saludar al dictador Videla. Yo desconocía esta programación y, hablando luego con mis compañeros, nadie conocía este nuevo trayecto que se generó de forma precipitada. Fue una sensación amarga la de asistir a la casa rosada a estrechar la mano a este genocida.
-¿Los tomó de sorpresa que Menotti, campeón del mundo un año antes -en 1978-, iba a ser el técnico en el Mundial Sub 20?
-Nosotros sabíamos que el Mundial lo iba a dirigir Menotti, pero en uno de los entrenamientos anteriores a la selección definitiva se presentó todo el cuerpo técnico campeón del 78: Menotti, (Ricardo) Pizzarotti como preparador físico y (Rogelio) Ponzini, que era el segundo de Menotti. Para nosotros era como si cayera una nave espacial de otro mundo.
-¿Recordás el partido -en el que fuiste titular- con Polonia?
–En ese momento César decidió dejar al “Pelado” (Ramón) Díaz descansar y me incorporó de número 9. Con Diego, (Osvaldo) “Pichi” Escudero y (Gabriel) Calderón, ganamos con cierta facilidad -el partido terminó 4 a 1-. Maradona ya estaba a un nivel de prestigio internacional y con su presencia conseguías un cierto desequilibrio. Nos llevábamos muy bien, siempre fue un hombre humilde, sencillo, se integró al grupo y teníamos una amistad sincera y profunda. Dentro de la cancha: ¿Cómo no te vas a entender con alguien como Diego?
-¿Qué les dijo Menotti antes de la final contra la Unión Soviética?
–Yo estaba en el banquillo en ese partido… En el banco, bueno, se me escapan algunas palabras españolas, je. Recuerdo un discurso de Menotti muy centrado en esa necesidad de seguir haciendo el fútbol que veníamos realizando, que ese fútbol era para la gente, que era para los sectores que se identificaban con el fútbol argentino y que estábamos pasando momentos de suma dificultad en Argentina. Menotti consideró a ese equipo como el mejor que tuvo en su historia; tenía un aprecio muy grande por nosotros. Él sintió el fútbol que produjo ese juvenil y siempre lo rescata como el equipo con el que mejor se sintió representado.
-¿Cómo fue el después de la enfermedad que te dejó afuera de las canchas, cuando recién llegaste al Logroñés?
-Se me metió un virus en una herida que me generó una parálisis de la cintura para abajo. Los neurólogos me dijeron que tenían una noticia buena y una mala: la mala es que no iba a poder volver a jugar al fútbol de forma profesional y la buena era que, seguramente, iba a volver a caminar. Mas allá del dolor de abandonar una carrera con 25 años, estaba la alegría de que no me iba a quedar incapacitado a la hora de caminar.
-Fue un anuncio duro.
-Sí, pero mi gran pasión no era el fútbol. Puede sonar sorprendente: me gustaba y lo hice siempre con mucho cariño y afecto, pero mi verdadera pasión era la escritura y, paradójicamente, dejar de jugar al fútbol de forma temprana hizo que me integre más rápido al mundo periodístico y de la escritura.
-Jorge Valdano dijo que en el Mundial del 86 leía. ¿Vos llevaste algún libro al Mundial?
–La lectura me acompañó siempre, desde muy joven. Por eso creo que tengo ese acercamiento con la escritura. Difícilmente alguien escribe si en su vida anterior no leyó mucho. Menotti, en el Mundial del 78, le encargó a René Houseman que dirigiera una pequeña biblioteca que hicieron para los jugadores. El Flaco siempre ha intentado desplegar un mensaje de acercamiento a la cultura y la educación a los jugadores que tuvo en sus equipos. Hay una frase que dice “mis verdaderos amigos están en la biblioteca”: es una exageración, pero sin dudas puedo decir que tengo muy buenos amigos en la biblioteca.
-¿Cómo fue tu partido despedida en el Logroñés, pese a que no debutaste oficialmente por la lesión y te respetaron los dos años de contrato?
-Jorge Valdano y otros muchachos de la selección campeona del mundo del 86 se contactaron conmigo para intentar hacerme un partido homenaje. Se armó un combinado de jugadores extranjeros y vino Valdano, Julio Olarticoechea, Jorge Burruchaga, Marcelo Trobbiani, Carlos Fenoy y jugamos en el campo del Logroñés. Es un recuerdo inolvidable, la gente fue muy solidaria.
-¿Crees que dramatizamos mucho el fútbol?
–Más que dramatizado, el fútbol, en su verdadera dimensión, está sobrevalorado; el jugador de fútbol está sobrevalorado debido a esa pasión desmedida que siente la gente respecto a este deporte. Es un tema cultural: si Maradona hubiera nacido en la India, tal vez hubiese sido un excelente jugador de criquet. Dónde naces, dónde creces y dónde te desarrollas tiene un componente muy específico sobre la dimensión de tu figura. Si naces en Brasil, Argentina o un país europeo, pasas a ser una figura que traspasa todo componente de realismo, porque pasamos a ser figuras que traspasan el talento de un escritor, de un científico o un arquitecto.