sábado, abril 27, 2024

El Manco de Teodelina: “El Maradona de la pelota paleta”

Por Matías Besana

Le sorprendió mi pregunta. Se tomó un segundo, infló el pecho y orgulloso contestó: “Yo vi jugar a Oscar Messina”. Luego se puso contento, creía, desde la soledad de su sillón, que era el único en recordarlo. Pero las leyendas no mueren, abuelo, afirmé comprensivo dándole una palmada en el hombro. Permanecen por herencia en la memoria colectiva de los pueblos que los vieron brillar, porque la gente se adueña, defiende e idolatra el andar de quién lo representa. Así, de boca en boca, con algún libro perdido de por medio que pone freno a la exageración criolla, se perpetúan los mitos en las comunidades del interior del país.

Antes de la internet, cuando la práctica de la pelota paleta reinaba en el país y cada pueblo tenía al lado de su bar ilustre un frontón para jugar, surgió de entre los paisanos la leyenda del “Manco de Teodelina”. Lejos de la bravura y el facón, fue un gaucho de talento sin igual que deslumbró en todas las canchas en las que jugó. A Elsa, la mayor de sus tres hijos, siempre le dijeron: “Tu viejo fue el Maradona de la pelota paleta”.

En nuestras tierras, de la colonia a la independencia la vida social mantuvo sus características. Sin lujos, la ciudad de Buenos Aires tenía un aspecto chato, donde solo sobresalían las iglesias, y las diversiones dentro de las comunidades tenían el común agrado por las apuestas de dinero. La gran cantidad de inmigrantes españoles, muchos de ellos vascos, que arribaron al país a fines del siglo XIX y comienzo el XX modificaron él paradigma: para enfrentar el desarraigo comenzaron a jugar a la “pelota a paleta”, su deporte insignia, y pronto la actividad encontró en las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Santa Fe su refugio histórico. Sí, todo esto pasó antes de que la palabra “football” fuera inventada en Inglaterra.

Hijo de un gran pelotari, Oscar Messina nació el 4 de abril de 1930 en Teodelina, un cuadrado de diez calles situado al sur de la provincia de Santa Fe. “El Manco”, así se lo conoce, era derecho para jugar, pero según recordó su gran compañero de vida, el “Negro Cacho”, pegaba aún más fuerte con la zurda. Su apodo fue una demostración de la histórica convivencia humana pueblerina, producto de una deformación en su brazo izquierdo a consecuencia de un golpe que le dio su caballo cuando era chico y trabajaba como boyero en la estancia “Duahu”: “En aquellos tiempos no existían los sanatorios ni los hospitales. Me enyesaron con tablitas de dulce de membrillo y al tiempo mi brazo adoptó la forma de una banana con un sobrehueso en la muñeca”, detalló el accidentado.

A la paleta no te enseña nadie, es una regla. Menos en la época que vivió “el Manco”, cuando los menores tenían prohibido el acceso a los clubes. Sin embargo, Messina y Acevedo, rebeldes y transgresores, se las arreglaban para jugar un rato: “Nos metíamos en la cancha a la hora de la siesta y le dábamos una monedita a alguno para que nos avisará si venía la policía. Muchas veces fuimos presos, los milicos nos llevaban y nos hacían barrer o baldear la comisaría. Han habido tardes en las que nos atraparon hasta tres veces”, coincidieron los protagonistas.

“El Manco fue lo más grande que puede haber. A cualquier pueblo que vayas y digas que sos de Teodelina, lo van a reconocer como la comuna de dónde era Oscar Messina”, comentó Cacho. Su juego, no hace falta aclararlo, era maravilloso. Le ganó a todos y de todas las maneras. Situado a medio camino entre el loco y el genio aceptó muchos extravagantes desafíos, sin importar el rival. No obstante, nunca participó en un torneo Federal. Al pedo no jugaba. Allí solo se participaba por honor y él únicamente competía por plata; lo tenía claro: “Por nada yo no te gano”. Y de eso vivió. “Fue millonario siendo analfabeto. Pero jamás le importó. Sentía desprecio por el dinero al segundo siguiente de conseguirlo y luego lo gastaba todo convidando rondas de tragos para él y sus amigos”, recordó Elsa desde Carabelas, Buenos Aires.

Vivió el juego de la vida como ningún otro. Porque vencer al paso del tiempo es una tarea que contempla mayores requisitos que el simple y, en la pelota paleta, cotidiano hecho de ganar. Dentro y fuera de la cancha sus historias lo convirtieron en un personaje de época, y más. A la edad de diez, once años ya jugaba partidos en Teodelina o Arribeños por cinco centavos. Así inicio, y jamás paro. “Enfrentaba a los mejores de cada zona, y les robaba”, aseguró Cacho. Anécdotas tiene miles. Hay una, completa, que representa la leyenda que rodeaba al jugador: luego de derrotar a Cachol, invicto en Punta Alta, Messina se ganó el prestigio necesario para medirse ante un jugador de Colón llamado Papaolo, el “Cabezón”, quien nunca había perdido hasta entonces. Para entrar al desafío, Messina chico y padre fueron al Banco de Santa Fe, que patrocinó el compromiso. Además, todo el pueblo de Teodelina viajó a Villa Cañas para presenciar el duelo y muchos se jugaron la plata que tenían ahorrada a la suerte de su hombre. En un abrir y cerrar de ojos el “tanteador” se puso 11-1 en favor del bonaerense. Lolo, padre de Oscar, interrumpió el partido y le gritó a su hijo:

-Sinvergüenza ¡Arruinaste a todo el pueblo!

Pero “el Manco”, tranquilo, respondió:

-No ve usted que recién va a once y el juego es a treinta.

Finalmente el resultado se revirtió. Messina ganó 3.800 pesos entre apuestas y regalos, una fortuna con la que nunca había soñado, pero insignificante en la comparativa con el prestigio cosechado.

El talento fue su virtud y el físico su mejor aliado. Un enigma. “Tenía un estado de la gran puta, nunca ví algo igual”, comentó Acevedo, a lo que Elsa agregó: “Oscar no entrenaba y tomaba mucho antes de los partidos, pero era mágico: dormía un ratito y se levantaba nuevito”. Flaquito y menudito era capaz de jugar seis duelos en un día, como hizo una tarde en Arribeños, o de ganar desafíos él solo ante tres rivales. Junto a su compañero José “Pepe” Salvia enfrentó al dúo de Belluso y Gervasoni, dos entrerrianos que habían sido campeones del mundo en 1968 y 1969, un juego fantástico, que así describió Salvia: “Les ganamos nosotros; ¿les ganamos nosotros? ¡Les ganó él! Le pasó la pelota siempre por encima a Belluso, quien era el delantero, y al otro lo mató a palos. Lo logró pegando setenta o más veces a la misma altura. Palo, palo y palo. A los 18 tantos, tras dos horas de partido, Gervasoni se tiró al suelo. Al burro lo mató a golpes”. Además, “Pepe” explicó que para ese partido su amigo le había marcado un redondel con tiza y le había dicho: “Vos atajas las que van ahí, ninguna otra”.

Ciertamente “el Manco” tenía tantas mañas como una estrella de rock. En parte lo era, los clubes se peleaban para que visite sus canchas, las cuales reventaban de gente como nunca antes y nunca después. Oscar Messina era la persona de mayor fama en toda la región. “Siempre encontraba un amigo o un conocido que lo invitaba a dormir cuando íbamos de gira. Tomábamos el colectivo en Junín y viajábamos para todos lados con el mono (mochila) y nada más. Pasábamos 20 o 30 días visitando pueblos de La Pampa o Santa Fe buscando un frontón y un rival. Recorrimos Buenos Aires entera sin saber leer ni escribir; preguntábamos para saber a dónde ir. Era otra vida”, explicó “el Negro” Acevedo. Tal era la popularidad de Messina que llegó a acusar a Juan Domingo Perón de no enviarlo al Mundial de 1952 por sus diferencias políticas. “Oscar nunca se quitaba su boina blanca, él era radical hasta la muerte”, sumó Elsa.

La fama pesa, pasa y a veces confunde. Ninguno de estos tres términos aplica para describir la relación de Messina con el tiempo. Sin embargo, la leyenda de su nombre atentó, ya de mayor, contra su propósito. Llegó el momento en que ya nadie quería apostar con “el Manco de Teodelina”. Fue entonces cuando la ponderada viveza criolla tomó protagonismo: “Oscar era un diablo de las apuestas y un gran actor, te ofrecía ventaja o te dejaba ganar el primer partido para robarte aún más en la revancha. De grande se ponía una venda para tapar su muñeca y que no lo conocieran, se vestía de paisano para aparentar que venía de trabajar en la cosecha o se tomaba -a la vista del rival- varias botellas de cerveza previo a ofertar un desafío”, detalló Cacho.

Oscar Messina jugó a la pelota paleta hasta los 75 años, cuando se divertía con los “chambones” en la cancha del Club Teodelina. Es el principal símbolo del deporte que más títulos mundiales ha dado a nuestro país, pese a no haber sumado ni uno. Finalmente, tras una larga agonía en su casa de Chascomús, murió el 11 de mayo de 2005. Pero su leyenda vive y vivirá por siempre en los pagos de Teodelina, donde desde 2022 una estatua le rinde homenaje.

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