viernes, mayo 3, 2024

El día que el vóley humilló a los militares

Por Leticia Villagra 

Octubre de 1982 en Argentina. La herida abierta de una guerra perdida en Malvinas, un gobierno militar con un pie afuera, y una sociedad desesperada por festejar, expresarse y gritar. El 15 de ese mes, la Selección Argentina de Vóley jugaba un partido crucial en su historia ante Japón por la obtención del bronce en el Mundial. Y tenía el condimento especial que la definición iba a ser en el estadio Luna Park, en el microcentro de la Ciudad de Buenos Aires.

José Luis Barrio, redactor del medio El Gráfico en ese período (parte de la editorial Atlántida, afín al gobierno de turno), había seguido de cerca todos los partidos del conjunto albiceleste en ese campeonato. Desde la fase inicial disputada en Rosario, el plantel dirigido por el surcoreano Young Wan Sohn superó las expectativas y dio qué hablar al clasificar a la instancia final. A pesar de la derrota ante la Unión Soviética, posterior campeona de esta edición ante Brasil, esos pibes de entre 20 y 21 años se prepararon para pelear por el bronce en un Luna Park que los esperaba repleto.

Barrio llegó al estadio y, casi como de costumbre, ingresó por la Avenida Madero directo al palco de prensa, ubicado de ese lado. Para ese momento, el Palacio de los Deportes no contaba con la instalación de butacas, y se colmó la capacidad con casi 15.000 espectadores parados rodeando el campo de juego y calentando el ambiente. Como cualquier periodista que cubre un deporte relegado de la atención de los argentinos, notó que la participación de los aficionados ya no se cerraba en los fieles seguidores del vóley local, sino que se extendía al público más general, ese “de fútbol, que va cuando los equipos ganan”, según José Luis. Hasta el propio Waldo Kantor, armador titular del equipo, recordaba a la hinchada argentina por sus reacciones: “Mucha gente no sabía ni las reglas; perdíamos tres puntos, algo normal en un set, y nos puteaban”. La Selección jugando partidos decisivos, motivo suficiente para despertar la pasión y aliento de cualquier argentino en cualquier disciplina. Pero también, un evento imperdible para los miembros de la Junta Militar, deseosos de limpiar su deteriorada imagen y adjudicarse la gloria y los colores con las victorias deportivas.

Y desde el palco de prensa, Barrio observó todo. En la pequeña platea de enfrente, del lado de la calle Bouchard, entró el Almirante Lacoste, hombre fuerte del Ente Autárquico Mundial 78 y reconocido por la gente del deporte, junto a Osvaldo Cacciatore, ex intendente de la Ciudad de Buenos Aires. Inmediatamente fue detectado por la gente y, antes de que llegara a sentarse, comenzaron gritos e insultos individuales. “Estoy casi convencido que surgió de la cabecera de la calle Lavalle. Empezaron algunos, y luego subieron los cantos”, aseguró el periodista.

“Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar” retumbaba de punta a punta en un estadio cubierto, que llevaba el eco de los cánticos al centro de la escena: un gobierno de facto que buscaba promoverse al mundo mediante la propaganda, y una tribuna que los defenestraba frente a las cámaras. “Evidente, les salió el tiro por la culata”, aseguró Kantor. Él lo vivió fuera del campo; el equipo se encontraba haciendo la entrada en calor debajo de las tribunas, en unos gimnasios chicos de box. Escucharon los cantos de la gente, y vieron como se flexibilizaba el cemento por encima suyo. Kantor, quien había participado en manifestaciones previamente, lo sintió como un orgullo y un desahogo frente al contexto de represión que se vivía: “No podías opinar mucho de ese momento y, aunque sabía lo que pensaba, era consciente de que distintas posturas quizás me costaban el puesto en la Selección. Ver que el vóley provocaba eso era reivindicatorio”.

Sonó el silbato y el público se metió en el partido. En distintos pasajes resonaba “el que no salta es militar” y hervían el encuentro mientras alentaban por el conjunto celeste y blanco. Esa fecha sucedieron dos hitos determinantes: Argentina derrotó 3-0 a Japón y marcó un punto de inflexión en la historia del vóley nacional, al cumplir el objetivo de subir al podio. Pero además, la sociedad terminó con el miedo a manifestarse y se envalentonó y les gritó a quienes arrasaban con los derechos humanos desde 1976. Ese grito se extendió en las calles y en otros estadios, y en diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la República Argentina.

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