Por Manuel Rojo
La orden de apagar el incendio. El club como un departamento prendido fuego y el entrenador cuál bombero al rescate. Ricardo Zielinski firmó en Lanús y será un nuevo capítulo en una novela sin fin. Un paradigma histórico ante una necesidad urgente. El debate de la ideología generalizada y su importancia. Una eternidad de frases hechas. El de los fines, las justificaciones y los medios. Un club con la imagen de sus dirigentes acorralados por los socios, los cuales buscan explicaciones debido a la nula comunicación. La elección del Ruso y el dilema de los “sacapuntos”.
Nadie se salva de las etiquetas. Zielinski jugó toda su vida en el ascenso salvo la época que tuvo en Primera en Deportivo Mandiyú y en Chacarita, luego de ser parte del plantel que devolvió al Funebrero a la máxima categoría. Se retiró prematuramente a los 32 años por sus repetidas lesiones en las rodillas. Como entrenador siguió el mismo camino del barro. Desde la Escuela de Fútbol de Carlos Bilardo, hasta reencontrarse con su currículum dentro de la cancha. Ituzaingó, San Telmo y Chaca se volvieron a repetir. Anotó su nombre en instituciones como Argentino de Quilmes, Laferrere, Temperley, Defensa y Justicia y El Porvenir, entre otras.
Una carrera que parece transitada con remos, pero a él lo enamoró su cotidianidad. Era reflejo de su persona, porque él siempre se consideró un tipo simple. Llevó una vida paralela al fútbol y tuvo emprendimientos en su barrio, Lanús Oeste. No porque no pudiese vivir de lo que ganaba un jugador de la B, sino que nunca quiso depender de una profesión en la cual el pago no estaba asegurado. Cuando un ajeno opina que la vida de otro es difícil, suele decir que le tiene que gustar a lo que se dedica, como si fuera algo imposible. Pero el que la transita se da cuenta de que no existe un termómetro de lo complicado o lo sencillo, el sentimiento es importante. La pasión no se entiende. Eso es exactamente lo que movía al Ruso por el ascenso. Laburó desde los 14 años. Empezó a jugar en las inferiores de San Telmo en una etapa de su vida en la cual puede desenterrar las mejores anécdotas. Viajaba en el último vagón del tren con los que se colaban. Dentro de ese grupito estaba Diego Armando Maradona. Ambos bajaban en Pompeya, uno iba a la Paternal y el otro a Isla Maciel. A veces tomaba el bondi para ir a entrenar, pero también solía ir en bote. Quizás no era lo más productivo, pero era lo más divertido. Aventuras que compartió con Marcelo Tinelli en la época de Reserva. Luego de su debut y de destacar en Primera fue vendido a Argentino de Quilmes a cambio de un colectivo. No había plata, pero el presidente del Mate era dueño de la línea 148 y la utilizó como método de pago ¿Cómo no enamorarse de esto?
La categoría “jugador de ascenso” se trasladó a su época de técnico. Según Zielinski, la ausencia de un mánager en su vida y su rechazo hacia el marketing o las relaciones mediáticas hicieron que su carrera en el banco se haga un poco más cuesta arriba. Él se considera un entrenador que se adapta a sus jugadores y los transforma en su actitud y entrega en la cancha, más que en la técnica. Busca en sus planteles un paralelismo a su época como futbolista. Volvió a Primera con Chacarita en 2009 y luego lo hizo con Belgrano en la promoción que mandó al Nacional a River por primera vez en su historia en 2011.
Luego vino el cuento que todo el país reconoce. Clasificó a Belgrano a copas internacionales, también lo logró con Atlético Tucumán y Estudiantes, en los cuales alcanzó cuartos de final de Copa Libertadores. La etiqueta que le impusieron ya había vencido. Sin embargo, sus cortos pasos por Racing e Independiente lograron que creen un nuevo mote. El de “entrenador de equipos chicos”.
La situación actual del país hace que el argentino se abrace más a los pocos rincones de su vida que le mueven el corazón. Su club de fútbol es uno, pero también coincide con la vuelta del descenso por tabla anual. Los estallidos sociales son cada vez más comunes en varias instituciones y hay una palabra que reina en cada una de las situaciones. Desesperación. Es como la sangre para los tiburones. Allí se meten los representantes, políticos o incluso los empresarios ajenos al deporte. Muchos dirigentes ceden y el que sufre es el socio. Dentro de este caos, muchas filosofías e ideologías construidas a lo largo de los años se tienen que interrumpir o incluso desechar para salvarse del desastre, el cual, para los equipos de Primera, significa irse a la B. Es ahí el momento en el cual aparece una rama de entrenadores que la prensa catalogó de “sacapuntos”. Como si fuesen los únicos capaces de sumar, aunque no vi que utilicen los mismos apodos para aquellos que mencionan como exitosos, que según los medios son los campeones. Ese fue el motivo por el cual Zielinski arribó a Lanús, otra etiqueta a vencer. Sin embargo, si se repasa la historia personal del Ruso y de la institución granate, a veces las justificaciones que carecen de un orden futbolístico, encuentran sentido en el sentimiento.
“Es del barrio” fue la respuesta. Los dirigentes de la institución de la zona sur del conurbano bonaerense estaban rodeados por sus socios. El Granate ganó uno de sus últimos quince partidos. La racha negativa comenzó con el equipo en puestos de Copa Libertadores, para que hoy esté fuera de todo cupo a copas internacionales, sumado a la eliminación en Copa Argentina ante Colón y ante el amanecer de una nueva lucha por el descenso el próximo año. A la salida del último encuentro contra Defensa y Justicia, un cordón policial interceptó la salida de los hinchas que fueron a la popular del Estadio Néstor Díaz Pérez. Botellazos y los famosos tiros al aire de las balas de goma. Un ambiente irreconocible para un club que presumió ser un ejemplo. Sebastián Salomón, excampeón como jugador en 2007, fue otro nombre que tuvo que abandonar el banco de Lanús. La respuesta del socio fue reunirse el martes a la noche y pedir explicaciones ante una comisión directiva que perdió el rumbo de los últimos años. Aún así, la historia granate no comenzó en la final del 2017 ante Gremio por Copa Libertadores.
Tiene sentido cuando los periodistas identifican a Lanús como un equipo que juega bien aunque el momento sea una excepción. En 1955 irrumpieron en el sur “Los Globetrotters”, apodados así por el show que exponían los jugadores granates al público al igual que el equipo de básquet que realizaba giras por el mundo. Ese plantel ganó la Copa Juan Domingo Perón del mismo año y al siguiente consiguieron un subcampeonato histórico para el club. La pelea había sido mano a mano ante River y se resolvió a favor del Millonario sobre el cierre. No era normal que los “equipos chicos” peleen torneos, pero lo más llamativo de ese Lanús era el juego por abajo y su protagonismo. Algo que se asociaba a los clubes de más poder, mientras que los rivales resistían los enviones de la camiseta pesada. El tiempo pasó, el Grana descendió a la B y luego a la C a fines de la década del 70’. Sus agrupaciones se juntaron y trabajaron para sacar el club adelante con la ilusión de que vuelva a una época similar a la que Héctor Guidi, José Nazionale y Nicolás Daponte. Levantaban la bandera del sur en el país o los albañiles Ángel Silva y Bernardo Acosta popularizaron las paredes del toque de pelota.
En 1992 Lanús regresó a Primera y hasta la fecha no volvió a descender. Dentro de estos 31 años pocos fueron los momentos en los cuales estuvieron cerca de bajar, pero si fueron muchos los momentos de gloria, todos bajo un mismo paradigma. Las épocas del ascenso con Miguel Ángel Russo o los de la Conmebol de 1996 con Héctor Cúper. Los sistemas de juego no eran su coincidencia, pero el sentido de pertenencia destacó y convirtió a Lanús en uno de los mayores y mejores exportadores de fútbol del país. Ariel Ibagaza, Carlos Roa, Armando González, Ariel López, entre otras vueltas como la de Héctor Enrique. Las llegadas ajenas que se reconvirtieron como si hubieran sido criados en la pensión del club como Hugo Morales, Gabriel Schurrer, Marcelo Ojeda, Ángel Gambier y más. Todo desembocó en un pensamiento que unía las inferiores del club como el fútbol por abajo con atisbos de verticalidad. Una idea que germinó en la cabeza de Ramón Cabrero y que la explotó como entrenador en el Lanús campeón del Apertura 2007. Bajo esa idea, la institución continuó el proyecto con gente del club como Luis Zubeldía y el mencionado Schurrer en el banco. El título no se volvió a repetir, pero el Grana se acostumbró a clasificar todos los años a copas internacionales y pelear los campeonatos hasta el final. Luego decidieron traer técnicos por fuera del club como los mellizos Guillermo y Gustavo Barros Schelotto y luego Jorge Almirón. Ambos con mentalidad ganadora, de juego de triangulaciones y posesión de la pelota que desembocó en la obtención de una Copa Sudamericana en el 2013, de un campeonato en 2016 y de dos copas nacionales. Los nombres idolatrados acompañaron el paradigma de las inferiores como Lautaro Acosta o Diego Valeri, al igual que los ajenos como Maxi Velázquez o José Sand.
El proceso finalizó en la final de la Libertadores en 2017, que también coincidió con la muerte de Cabrero. Casi como si fuera una metáfora. A partir de ese momento hasta la actualidad, Lanús tuvo seis técnicos al incluir a Zielinski. Algunos con una idea, otros con la contraria. El ejemplo es este mismo año. Frank Darío Kudelka logró alejar al club de los puestos de abajo y posicionó al equipo en la cuarta posición. El Grana no lograba un puesto tan alto en la tabla desde el campeonato del 2016. Sin embargo, el entrenador nunca se ganó el cariño de la gente por la baja productividad de sus jugadores en cancha. Los cuales sí eran efectivos, porque las estadísticas los posicionaban como goleadores y con una de las mejores defensas del país. Pero de nuevo, el juego no identificaba al hincha y cuando Kudelka dejó obtener los puntos se tuvo que ir. Ahí los dirigentes tomaron la decisión de que un entrenador del club como Salomón, el cual pregonaba el juego vertical, la pelota al piso y que trabajaba con las inferiores, se haga cargo de la Primera. Aún así, cinco partidos sin victorias alcanzaron para finalizar con el paradigma y devolver la desesperación. La apuesta de Lanús se caracterizó por ser lo contrario a una apuesta en sí, Zielinski.
Le decían Polaco de chiquito. Cuando alguien lo llama así, se da cuenta a que etapa de su vida pertenece esa persona. Se cansó de caminar el barrio y ahora le tocará dirigirlo. El hincha no tiene paciencia y tampoco le gusta lo que los medios hablan de él. Sin embargo lo van a bancar, simplemente porque lo conocen de toda la vida. No es del club, así que no es un propio, pero tampoco es un ajeno. Los casilleros en los cuales lo encerraron hicieron que fueran a buscarlo. Zielinski y Lanús no sólo se juegan una historia institucional, sino también la barrera del mito y la caracterización de las comillas en el fútbol. Sacar puntos no es para cualquiera. Salir campeón tampoco. Pero lo más complicado es enamorar al hincha. Ahora el Ruso enfrentará otra etiqueta en su larga carrera. Antes, la del ascenso. También la del equipo chico. Luego, la del sacador de puntos. La nueva será el “entrenador del barrio”.