Por Manuel Rojo
Juan Domingo Perón había ganado las elecciones nacionales y se convertía en el presidente de la Nación por tercera vez. Sacó casi el 62 por ciento de los votos por encima del 24% de Ricardo Balbín de la Unión Cívica Radical y el 12% de Francisco Manrique de la Alianza Popular Federalista. Todo el pueblo había estado pendiente. Los diarios, las radios, la televisión y cualquier responsable de la comunicación tuvo como objetivo este suceso histórico. Nube de acontecimientos. El sueño se avivaba como el fuego, a la espera de que el país vuelva a ser lo que fue. Ah, y también había jugado el equipo fantasma. Formalmente llamado el seleccionado argentino de fútbol.
Era un año más. 1973. Crisis del petróleo, un Golpe de Estado en Chile, el estreno de El Exorcista, Bob Marley sacaba el disco Burnin’ junto a The Wailers y la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) era un desastre. Intervenida por el Estado y responsable de un acumulado de decepciones. La más reciente era la eliminación del Mundial de México 70’. Su objetivo era no repetir el mismo destino y clasificar a Alemania 1974. Para eso necesitaban ganar en el templo de la mala prensa. En el Estadio Hernando Siles de Bolivia. A más de 3600 metros de altura. La fecha del cruce se había fijado para el 23 de septiembre.
El técnico del seleccionado era Omar Sívori. El mismo responsable de que se haya tapado “La Herradura” de El Monumental y fue ídolo de Juventus de Italia. Un jugador de época, pero que le tenía miedo a la altura ¿Qué le quedaba al resto? Por lo tanto, el entrenador idealizó una preparación de más de un mes para sus jugadores y designó a Miguel Ignomiriello a cargo. Un DT responsable de destacar en el banco de Gimnasia de La Plata y de formar la famosa “Tercera que mata” de las inferiores de Estudiantes. El plantel de protagonistas estaba conformado por el inicio de una generación y el continuado de otra. Ubaldo Fillol, Mario Kempes, Enrique Bochini, Aldo Poy, Reinaldo Merlo, Juan José López, Rubén Glaria, entre otros jugadores. Las figuras viajaron a una gira por España con Sívori. Los pasos a seguir estaban escritos y la AFA había asomado su responsabilidad. Iban a bancar el viaje al norte con el pago de hoteles, víveres con el paso de los días mediante aerolíneas y la utilería necesaria. Básicamente lo que le correspondía. Luego de las promesas, aterrizaron en San Salvador de Jujuy el 19 de agosto y oficialmente inició la travesía.
No pasó mucho tiempo para que mal ambiente interceptara en los ánimos de la delegación. La AFA no había cumplido. Los pagos en tiempo y forma no llegaban, ni siquiera los enseres prometidos. Los jugadores miraban a su alrededor y el panorama no ayudaba. Sin familia y con el agobio del poco oxígeno. Casi 3000 metros de altura y el deseo de no mirar hacia abajo. Los primeros en bajarse fueron J.J. López y Mostaza, este último con una declaración que ejemplificaba el alrededor: “No aguanté más. La tristeza me agobiaba”. Nadie hablaba de esto, ni con ellos. Abandonados y olvidados. Lo único que quedaba era pasear entre las punas y tratar de no aburrirse. Lavaban su propia indumentaria y desde Buenos Aires no recibían ayudas para comer y hospedarse. Sin recibir llamados por parte de la AFA, tuvieron que hacer algo al respecto. Prendieron la cámara y se hicieron ver. Para el diario Hoy de Bolivia, los jugadores recortaron cartulinas, se las pusieron en la cabeza y se mostraron como lo que eran, la selección fantasma.
El panorama era desolador, había que probarse ante esa tormenta. Luego de varios partidos que no se jugaron, llegaría el primer amistoso ante un combinado de la provincia jujeña. Empataron, pero luego disputaron 14 encuentros que resultaron en victoria para los albicelestes. La ruta de los cruces atravesó fronteras, pero no de ambiente. La altura siempre estuvo presente y llegaron a jugar hasta tres veces por semana. Se aclimataron para el duelo que importaba en La Paz. “Teníamos pactado menos partidos. Llegamos a jugar más a cambio de plata. Volví de aquel infierno con siete u ocho kilos menos”, recordó Kempes en su autobiografía. Luego de ese sufrimiento, llegó el 23 de septiembre.
Sívori había llegado para el final del laburo. Lo que definía si todo había valido la pena. Quizá ni con la victoria lo justificarían, pero no era momento de pensar en eso. La sorpresa vino cuando en el armado del equipo que Ignomiriello puso en el arco a Daniel Carnevalli, quien recién había llegado junto al técnico principal, y no a Fillol que se bancó la travesía por las alturas. Días antes, el futuro arquero campeón del mundo se había quejado públicamente por televisión del pésimo trato que habían recibido él y sus compañeros. Luego de los pequeños y, al mismo tiempo, agigantados preparativos, empezó el partido. Fue victoria por la mínima con gol de palomita de Oscar Fornari, quien le dedicó su victoria a su madre (fallecida dos meses antes) y a Fillol, el único fantasma que no había jugado. Todo redondeó un triunfo que le daba la clasificación al Mundial y que daba un gran paso para la candidatura argentina en 1978.
La gloria se las dio el tiempo. La prensa lo convirtió en un cuento fantasma ese mismo día, debido al eclipse de las elecciones, y en el futuro como un ejemplo de cómo pueden elegir qué le interesa a la gente y qué no. El cuerpo técnico tampoco tuvo tanta memoria. Sólo cuatro jugadores de los que acompañaron la aventura del norte fueron citados para viajar a Alemania. Una lucha injusta, con premio dulce y un resultado árido como el clima que los rodeaba. Más allá del después, los jugadores respetaron la camiseta y se calzaron con los botines de la valentía y el aguante. Uno de los capítulos más emblemáticos y metafóricos del deporte nacional. De aquellos ignorados del interés. El recuerdo de los olvidados. Una de las razones que mantiene viva la polémica frase de “los jugadores son lo más sano del fútbol”. El grupo de la altura. Los fantasmas.