Por Santina Cova
El partido llevaba 63 minutos cuando el 10 frotó la lámpara y todo cambió. Ángel Di María lo vio solo al borde del área y supo que era el pase que tenía que dar. Lionel Andrés Messi recibió y acomodó la pelota pegada al palo izquierdo del arquero mexicano, Guillermo Ochoa, para que todo un equipo -y un país- se desahogue.
Fue el gol de Messi el que hizo que Pablo Aimar, ayudante de campo del técnico, Lionel Scaloni, no pueda contener la emoción. Porque el fútbol, aún para los emblemas, se vive, se siente y se lleva adentro. Alguna vez Messi llegó a contar que su ídolo era Aimar. Si algo le faltaba al astro del fútbol argentino era conmover de esa forma a su ídolo.
El mismo gol que le dio a la selección argentina la liberación que necesitaba. En un partido en el que la albiceleste no encontraba los espacios, el capitán supo hacer de las suyas y destrabar un encuentro que parecía cerrado. Messi, con una muestra de coraje y valentía hizo el gol que se le pide a los distintos cuando las cosas parecen no funcionar.
Alguna vez Messi llegó a contar que su ídolo era Aimar. Si algo le faltaba al astro del fútbol argentino era conmover de esa forma a su ídolo.
“No podemos bajar los brazos ahora, sabíamos que hoy arrancaba otro Mundial para nosotros. Tenemos todas finales por jugar y no podemos errar”, declaró el capitán después de la función. Como si no hubiera sido él, el responsable de tal hazaña. Porque en Argentina, los milagros y las epopeyas tienen nombre propio. Porque los fanáticos creen en los especialistas, en los números y en las estadísticas, hasta que aparece Messi y parece que todo se disolviera. Como si pudiéramos reducir el fútbol a él.
Un gol y una asistencia le bastaron para recordarnos que Argentina seguía viva en el mundial y que la ilusión debía mantenerse intacta aun sin tener una clasificación asegurada. Porque mientras esté él en la cancha puede haber fracasos, pero sin él, es difícil que haya éxitos.