Por Joaquín Carteri
En Neuquén -provincia que jamás había aportado un jugador a la selección argentina- apareció, en 1991, un hombre bajito que deslumbraba con su fútbol a los 35 mil habitantes de Zapala, un pueblo a 180 km al oeste de Neuquén capital. Hoy es una pieza fundamental en el esquema de Lionel Scaloni y en el Sevilla. Marcos Acuña siempre quiso ser futbolista y, con tal de lograrlo, supo adaptarse a cualquier posición que el entrenador requiriera; sea en defensa, mediocampo o ataque.
El Huevo, apodado así por su hermano Walter por su corte de pelo mal rapado, era el mejor en su pueblito natal. Desde una muy temprana edad veían que era distinto. Una vez, un árbitro en un torneo provincial lo amonestó solo para pedirle el nombre, porque tuvo el presentimiento de que ese pibe podría llegar lejos.
Pero fuera de Zapala no eran fáciles las cosas: fue rechazado por Boca, River, San Lorenzo, Tigre, Quilmes y Argentinos; no encontraban un lugar en el plantel o en la pensión para un chico de Neuquén. Pensó en dejar su sueño, llegó a dormir en una plaza por no haber encontrado alojamiento en Buenos Aires. “Ya está, no gastes más plata en mí”, le decía a su madre Sara, pero ella le insistía para que continuara: “Mirá cuando te vea en la tele, hijo”.
Sus ex compañeros decían que era la figura del equipo más popular de Zapala: Don Bosco. Un volante por izquierda con los dotes de un diez clásico: zurdo con buena pegada, gambeta y velocidad, capaz de desparramar tres o cuatro jugadores en el camino. Pero no parecía suficiente para los clubes profesionales. “Yo creo que va a triunfar, y le vamos a dar una mano para que triunfe”, dijo Gabriel Rouret, quien fue su entrenador en Don Bosco y hoy es padrino de su hija Mora.
Con ayuda de Rouret y varios trabajadores del club zapalino, Marcos se hospedó en Floresta para jugar en Ferro. Su inicio fue difícil, ya que le robaron tres veces cuando iba a las 5 de la mañana a tomar el tren para Caballito. “Venir de tan lejos a una ciudad tan grande como Buenos Aires se complica”, dijo el Huevo a El Gráfico en 2016. Pensó en volver a Zapala, pero de nuevo su madre lo alentó a seguir adelante.
“Yo, con tal de jugar, me adapto a cualquier posición”, afirmó una vez Acuña. Cuando se lesionó el lateral izquierdo titular, Marcos Sánchez, José María Bianco -técnico de Ferro en 2010- no dudó en poner al joven zapalino, quien ya había cubierto ese puesto en algunos partidos en cuarta división. Cuenta Leonardo Incorvaia, defensor central ex compañero suyo en Ferro, que destacaba por su estado físico. Hacía doble turno, iba al gimnasio a la tarde con el fin de potenciar ese aspecto. Incorvaia jugó con Acuña como lateral a su lado y afirmó que no dejaba pasar a uno, se le hacía fácil jugar con él. Fue en Caballito donde pudo desplegar su fútbol más similar al de Don Bosco de Zapala.
El 10 de julio de 2014, Diego Cocca asumió como entrenador de Racing tras el ascenso con Defensa y Justicia. Ocho días después, fichó a aquel volante zurdo de Ferro que había bailado a su equipo en la derrota 1-0 por la B Nacional en 2014. Sabía que el Huevo aportaba algo más que talento. Era un volante rápido con un gran estado físico y un buen asistidor. Además, curtido en defensa. Cocca explotó su polivalencia: lo puso de interior tanto por izquierda como por derecha y de doble cinco.
En Ferro aprendió muchas cosas en lo defensivo, y en Racing tuvo su faceta más ofensiva, donde marcó 21 goles contra los 5 que había convertido en su anterior club. La llegada de Facundo Sava como entrenador en 2016 lo ayudó a mejorar su juego en ataque, ya que al Colorado le gustaba que presionaran arriba y sean hábiles en el retroceso, Acuña encajaba a la perfección con lo que quería el técnico: “Tiene fuerza, pegada y ahora llega al gol. Podría jugar en cualquier equipo de Europa”, describió Sava para Diario Olé en 2017.
Pegó el tan ansiado salto a Europa a los 25. Jorge Jesús, entrenador del Flamengo campeón de la Copa Libertadores 2019, lo sumó al Sporting de Lisboa. Quería combinar la capacidad asistidora del Huevo -venía de sumar 27 asistencias en Racing- con los goles del neerlandés Bas Dost y tener, a la vez, un lateral izquierdo de recambio para Fabio Coentrão. Llegó a Portugal con la número 9, irónico porque sólo le falta jugar de delantero centro, hasta de defensor central jugó.
En la selección argentina es fijo en las convocatorias y suele rotar en el lateral izquierdo con Nicolás Tagliafico. Jugó la Copa del Mundo en Rusia 2018 y está presente en Qatar 2022. Además, Acuña fue parte del plantel campeón de la Copa América 2021 en Brasil y de la Finalissima en 2022 ante Italia. Lionel Scaloni señaló que es de sus preferidos y le genera una lucha diaria por no saber si ponerlo de titular o como suplente.
Los neuquinos aseguran que solo ven los partidos de la Albiceleste por Acuña y el sentimiento de representación que genera para la provincia. Sus más cercanos le piden que muestre un poco más de ese fútbol que desplegaba en Zapala. “Acercate en un tiro libre a Messi y pedisela, porque tenés una zurda bárbara”, le pidió Rouret al Huevo. “Está loco usted Gabi, me matan los compañeros”, le respondió Marcos entre risas, quien aún mantiene ese perfil bajo que lo caracterizó desde su llegada a Caballito, a pesar de tener más de cuatro años en la Selección.
Hay varias maneras de destacar en el fútbol. El Huevo eligió hacerlo por su entrega física y por poder jugar en cualquier lugar de la cancha. Era su sueño y tuvo todo el respaldo de Zapala, el lugar que antes era conocido por el asesinato del soldado Carrasco, el caso que dió fin a la colimba. Hoy es el pueblo donde nació Marcos Acuña, el primer neuquino en jugar para la selección argentina.