Por Lucas Marchetta y Enzo Dattoli
A finales de septiembre Ricardo Centurión habló a corazón abierto de una situación extradeportiva que lo estaba sobrepasando. El 14 de ese mes hubiera sido el cumpleaños número 32 de Santiago Morro García. En agosto se estrenó un documental que relata la carrera y la vida de Guillermo Pérez Roldán, también en el transcurso de ese mes fue noticia Ezequiel Cirigliano por su detención policial en el barrio de Caseros. En junio, Delfina Pignatello anunció que daba un paso al costado en su carrera profesional y que ya no se dedicaría más a la natación de alto rendimiento. Estos casos, que apenas son algunos entre tantos que abundan en Argentina y en el mundo, tienen un denominador común: la salud mental.
Centurión, actual jugador de Vélez, rompió el silencio con la prensa tras ser separado del plantel de El Fortín: “Me había cansado de la vida, había aguantado muchas cosas. Necesitaba aislarme de todo, me sentía agobiado. Tuve ataques de pánico, los psicólogos y los psiquiatras no me pudieron ayudar. Necesitaba irme de todo”, fueron algunas de las declaraciones del ex atacante de Racing, Boca y San Lorenzo.
El delantero uruguayo que jugaba en Godoy Cruz se suicidó en su domicilio el 4 de febrero de 2021 tras sufrir una severa depresión y estar en constante tratamiento psiquiátrico. “No somos robots. No estamos hechos de acero. Nos pasan cosas y eso hace que el rendimiento dentro del campo de juego no sea el óptimo”, había afirmado tiempo atrás El Morro.
El ex tenista Pérez Roldán confesó abiertamente el maltrato físico, mental y económico que sufría por parte de su padre y entrenador, Raúl. Lo cual derivó en un padecimiento psicológico de toda su carrera deportiva y su vida personal.
Ezequiel Cirigliano fue arrestado tras una carrera en la que tuvo un ascenso meteórico, pero lentamente se fue apagando. En sus comienzos, antes de dejar River, entró en un estado de depresión que derivó en esquizofrenia (entre otras cosas por la detención y posterior muerte de su padre), y la psicóloga que le asignó El Millonario no lo pudo ayudar.
La ex nadadora habló del acoso y del repudio que recibió por su desempeño en los Juegos Olímpicos y se mostró muy dolida por los mensajes que le llegaron: “Venía de competir representando a mi país, y mi propia gente me mandaba misiles diciéndome que era una fracasada. Hay que tener en cuenta que hay una persona detrás del atleta, que siente las cosas y que está poniendo lo mejor de sí”.
No es novedoso que deportistas de élite o amateurs sufran los efectos de su profesión y/o disciplina, al contrario, es recurrente, y más de lo que se imagina. Los casos lo único que hacen es aumentar. Cuando alguno nuevo sale a la luz, es tema de conversación en los medios durante un puñado de días y luego vuelve a las sombras. En febrero del 2021, cuando ocurrió el suicidio del Morro García, especialistas afirmaban que apenas 6 de los 26 planteles de Primera de ese momento contaban con profesionales psicológicos. Y en la mayoría de las ocasiones los enfocaban en maximizar el rendimiento deportivo en lugar del humano. Poco se habla de la enorme importancia que deberían darle en primer lugar las instituciones y en segundo los medios de comunicación que tienen millones de vistas cada día.
Con el constante y gigantesco crecimiento de las redes sociales, los usuarios tienen cada vez más fácil la llegada hacia los deportistas. Y son los mismos protagonistas los que reciben y leen estos cientos de mensajes, aunque hay escépticos que decidieron quedar apartados de todo ese mundo. Hace algún tiempo Roger Federer -uno de los tenistas más importantes de la historia- habló al respecto: “No puedo imaginarme el comienzo de mi carrera con las redes sociales, no tengo ni idea de cómo lo hubiera manejado. Por cada diez comentarios agradables siempre hay un comentario negativo y, por supuesto, ese es en el que te centras. Es una situación horrible”.
En Twitter, una plataforma que creció exponencialmente en los últimos años, la agresión ante cualquier situación deportiva es inminente. Un penal errado, un mal pase o una decisión errónea ya son razones para desatar un odio desmedido hacia los responsables. Muchos de los perfiles que repiten estas acciones son anónimos y esconden su identidad detrás de una foto y un nombre falsos. Tienen una clase de “impunidad” ya que nadie puede saber quién está detrás de ese agravio.
Otro ejemplo de los reiterados casos al respecto se dio en la eliminación de Independiente de la Copa Argentina ante Talleres. Nicolás Vallejo, futbolista del Rojo, recibió una catarata de insultos y mensajes negativos en la red social Instagram tras haber errado su penal en la tanda definitoria por el pase a la siguiente ronda de la competencia. El jugador que apenas tiene 18 años y está disputando sus primeros partidos como profesional debió cerrar su cuenta por unas horas debido a la inmensa cantidad de comentarios hirientes que los hinchas le dirigieron. Además, lo curioso es que el propio Nicolás fue el que salió a pedir disculpas como si hubiese cometido un delito, cuando lo único que sucedió fue que falló su tiro desde los 12 pasos, algo que le pasa hasta a los mejores del mundo.
Resulta completamente necesario que se erradique de una vez este problema, hay límites que se sobrepasan y ya dejan de ser una “opinión” válida y pasan a ser solo insultos sin sentido hacia personas que no lo merecen. Cualquier deportista busca tener el mejor rendimiento posible en la actividad que sea. Que una persona aleatoria lo ataque por no cumplir un objetivo o simplemente equivocarse (algo sencillamente humano) no ayuda en nada. Si bien la forma en la que afectan estos mensajes es diferente en cada individuo, nadie tendría que ser agredido con tanta vehemencia por el simple hecho de estar expuesto públicamente.
El problema más grave es la naturalidad con la que la sociedad toma estos actos. Son pocos los que se indignan o se expresan en contra de la hostilidad generada en las redes sociales. Además de la presión natural por el simple hecho de estar en el lugar donde están, los protagonistas deben lidiar con una evaluación constante de personas que solo generan enfrentamientos, desconfianza y tristeza. Todo esto deriva en un colapso muy peligroso, y son cada vez más los casos de problemas de salud mental en Argentina. “Las cargadas en redes sociales le pueden arruinar la vida a una persona”, afirmó hace poco Gonzalo Higuaín. El ex delantero del seleccionado argentino de fútbol fue víctima de múltiples insultos, agresiones y memes para reírse de él por algunos errores en momentos claves de la selección en finales. Fue tal el acoso recibido que dijo no tener intención de volver a vivir en Argentina: “El daño es irreparable”. Como sociedad, tomar noción de lo que verdaderamente significa la salud mental de los deportistas, dimensionar que son personas de carne y hueso iguales a todos, y medir el daño que se puede causar con una palabra de más, con un tweet o un comentario en alguna de sus redes personales, es sin dudas una cuenta pendiente.