Por Santiago Laporte y Ramiro Ojeda
“Nunca había tenido esa sensación tan extraña. No pensé en nada, no podía llorar”. Eso fue lo primero que se le pasó por la cabeza a Bruno Lima, opuesto de la Selección Argentina de vóley, tras obtener el último punto en la definición por el tercer puesto ante Brasil. Estaba cumpliendo uno de los sueños de toda su vida. Después, un poco más frío, se acordó de los sacrificios y el apoyo de sus padres para que pueda dedicarse al deporte. Igualmente, tampoco le cayó la ficha, y confiesa que, en las semanas posteriores, cuando estaba en San Juan, se quedaba mucho tiempo con la medalla en sus manos, incrédulo aún.
La victoria ante el campeón olímpico de 2016 fue la frutilla del postre para coronar un gran torneo del seleccionado nacional, que fue sin dudas de película. Y no solo por el hecho de haberse levantado de la dura derrota ante dicho rival en fase de grupos -iba ganando 2 a 0 y se lo remontaron 3 a 2-, sino porque también venció a potencias como Estados Unidos, Francia e Italia. A pesar de no haber público, el aguante argentino estuvo más que nunca. “No podíamos creer la repercusión que tuvo el vóley. Está bueno para que el deporte siga creciendo”, asegura. Desde el otro lado del planeta, desvelándose por las madrugadas, nació una fascinante comunión con la gente, que se vio identificada por la manera de jugar del equipo, combinando el talento con la garra y el amor propio innato que tienen los deportistas. Similar a lo que sucedió con la “Scaloneta” este año, o con Generación Dorada y Las Leonas a principios de este siglo.
Un nexo importante en esto fue José Montesano, narrador de extensa trayectoria en el vóley, que mantiene una gran relación con el grupo, hasta el punto de ir a comer con ellos. Junto al histórico Hugo Conte como comentarista (padre de Facundo y ganador del bronce en Seúl 1988, en el mismo continente, rival, resultado e instancia) trasmitió con emoción genuina los puntos de los pibes con las manos arriba en el silencio del Arena de Ariake. “En la cancha sentíamos sus relatos. Gritaba tan fuerte que le tuvimos que pedir por favor que bajara un poco el volumen porque nos desconcentraba. En la calle ya me dicen Nene, no Bruno ni Lima. Le dije que me cambió el nombre”, admite sonriente.
El medallista, fuera de la cancha, es totalmente opuesto a lo que se lo ve dentro del rectángulo de juego. No es el electrizante opuesto que cautivó con su energía, pasión y talento, y que lo llevó a ganar el premio al mejor atacante y máximo anotador en la última cita olímpica. Él mismo se describe como una persona tranquila y sencilla. Tampoco pierde su acento sanjuanino, a pesar de sus experiencias en distintos puntos del mundo a los 25 años. Su mate y su termo personalizado con stickers de vinilo -uno de ellos de él mismo, con la camiseta argentina y el 12 en el pecho- lo acompañan durante toda la charla.
Cómodo en su departamento en Niza, y vestido con un buzo gris y un short negro, confiesa que todavía no puede encontrarle la vuelta al idioma. Solo entiende las referencias del entrenador en las prácticas y en el juego, ya que son palabras universales para un voleibolista. Su rutina se acopla al doble turno de entrenamientos cotidianos y al día de partido los fines de semana. Pero en las jornadas libres y de descanso es donde más extraña los domingos de asado con su familia en San Juan. Asegura que es lo que más le cuesta.
Pero viajemos al pasado y justamente a la ciudad cuyana, donde todo empezó. Con familiares del palo del vóley, el deporte estuvo ligado a su vida desde un principio y, mientras más pasaba el tiempo, más le iba gustando. “De chico colgaba globos con una piola en el techo de mi habitación para entrenar la carrera de ataque”, recuerda Bruno entre risas. Con tan solo seis años, comenzó a dar sus primeros pasos en el Club Obras Sanitarias de San Juan, en el cual disputó su primera liga a los 16. Hoy, casi 20 años después de sus inicios, se enorgullece al hablar del club que lo vio nacer.
Aunque no todo fue color de rosas en su trayectoria deportiva, ni mucho menos en su vida. En 2014 le tocó una adversidad que pudo haber sido crítica. Con visibles gestos de emoción que se notan a través de la video llamada por Zoom que nos conectó desde Buenos Aires a Niza, cuenta que a los 18 años contrajo un virus mediante una inyección en un hospital privado. Tenía un desgarro en el aductor y, luego de la inoculación, le comenzó a doler mucho el glúteo. Llegó a bajar 15 kilos, estuvo 20 días en terapia intensiva y 10 días más después de la operación en el sanatorio. Pero eso no fue todo: también pasó medio mes en su casa postrado con controles y suero. No podía ni siquiera hacer 10 pasos. Hasta le salieron ampollas en los pies por estar acostado.
Según el diagnóstico de los médicos, le iba a costar mucho volver a jugar, como mínimo dos años. Una vez curada su cicatriz, con más ganas que nunca, regresó a los entrenamientos tan solo cuatro meses y medio después. Fue en la Selección juvenil y gracias a Alejandro Grossi, DT del seleccionado menor en aquel tiempo, quien lo bancó “a muerte” durante ese mal momento y le dio la posibilidad de volver a las canchas: “Si no fuese por él, hoy no estaría acá ni sería quien soy”, declara sinceramente Bruno.
Aunque nunca se le cruzó por la cabeza dejar el vóley, ya que quería cumplir su sueño de chico de jugar en la Selección, sí admite que todo podría haber sido diferente si no recibía esa convocatoria: “Si no me llamaban a esa concentración hubiese caído en una depresión tan grande que me hubiera llevado a bajar los brazos”, expresa. Sin dudas fue su momento más difícil. Sin embargo, cada dolor lo hace más fuerte, y esta mala pasada que le jugó la vida lo ayudó a cambiar su forma de ver las cosas y empezó a no hacerse mala sangre por problemas menores que tienen solución. Un total ejemplo de superación.
Tras dejar atrás este obstáculo, y gracias a muy buenas actuaciones en Obras de San Juan y Bolívar, llegó su primera experiencia internacional, que fue a los 21 años, cuando lo fichó el Chaumont VB 52. Más allá de obtener la Supercopa local en uno de los mejores equipos del viejo continente, le costó cambiar de país y la respectiva adaptación en su primer año en Francia. Pero esto, a su vez, también lo ayudó a crecer, barajar y dar de nuevo. Tan solo seis meses después volvió a Argentina con más herramientas. “Prefiero estar en un equipo en el que cobro menos plata, pero juego todos los partidos, a estar en un club con buena remuneración en el que me toque ir al banco”, asegura con convicción. Lo mismo le sucedió tiempo más tarde: tras un destacado primer semestre de 2018 en su club de origen, el Bissons Buhl de Alemania puso sus ojos en él. Luego de otra temporada en Europa, volvió en 2019 a su tierra, aunque lejos de sus pagos, más precisamente a Neuquén, para sumarse a Gigantes del Sur. Reemplazó el Cuyo por la Patagonia.
Allí, mientras disputaba la Liga Argentina, atravesó los primeros meses de la pandemia por Covid-19, enfermedad la cual contrajo días antes de comenzar la última Liga de Naciones en mayo, previo a los JJ. OO. Apenas pudo, se trasladó a su San Juan natal: “Las primeras semanas no hice absolutamente nada. Me sirvió para descansar, lo necesitaba. Venía de mucho degaste de años de entrenar entre club y Selección. Después sí comencé a entrenar en casa”. Además, muy familiero, utilizó ese tiempo para estar con sus seres queridos, vio series, leyó libros y descubrió un nuevo interés: la música electrónica. Tanta fue su fascinación que se compró una consola de sonido y hasta el día de hoy la utiliza en sus ratos de ocio.
Justamente, en ese entonces estuvo a nada de jugar en Alemania. “Había firmado con un equipo de Frankfurt, pero el manager me comunicó al mes y medio que no iba a poder ir porque se había bajado un sponsor”, manifiesta. Aunque luego muchos clubes turcos se interesaron. Él no conocía el país y estaba sin ganas porque pensaba cosas que en realidad no son, según describe. “La verdad que me sorprendió, y para bien. Pensaba que iba a ser difícil adaptarme por las diferentes costumbres, pero me di cuenta de que tienen costumbres muy similares a las nuestras. Como, por ejemplo, comer asado en un día de campo”, comenta. A diferencia de Francia que, según él, son más fríos, describe que la experiencia en el Afyon Belediye Yüntaş fue importante en su carrera. Tras asentarse en Europa, le llegó la oferta del Nice Voleyball de Francia, antes de concentrarse de lleno en la preparación para Tokio con el seleccionado, y se incorporó en septiembre de ese año: “Esta liga es muy competitiva, cualquiera le puede ganar a cualquiera. Es genial para el ritmo de juego”.
Por último, El Nene se refiere a sus objetivos a futuro, con el próximo Mundial con sede en Rusia cada vez más cerca (comenzará en agosto de 2022): “Quiero hacer las cosas bien para poder lograr un título con el Niza. Con respecto a la Selección, si bien falta mucho, ahora sentimos que los demás equipos ya nos miran distinto. Va a ser un desafío mantener el nivel para pelearle mano a mano a los grandes. No hay que quedarse con el bronce, queremos ir por más porque sentimos que tenemos la capacidad y los jugadores necesarios”. Además, el opuesto de 1,98 metros de altura tiene otro sueño personal: jugar en su liga favorita, la italiana.
Foto principal: Tiempo de San Juan