Por: Julio Villarreal
El último 25 de noviembre, en Fiorito el cielo estaba tapado por las nubes, la temperatura cercana a los 25 grados y la lluvia parecía inminente. Minutos antes del mediodía, en su Renault Captur, Gregorio “Goyo” Carrizo sale de su casa y emprende viaje hacia González Catán. Su nieto Ale lo acompaña. Juntos van en busca de su nueva mascota, un perro de raza Pitbull, que habían comprado por Mercado Libre. Transitando la Ruta 3, Goyo recibe un llamado, pero la señal impide que la comunicación tenga buena conexión. Ya eran más de las 12 del mediodía. Nuevamente su teléfono suena y se entera de la peor de las noticias. Había muerto Diego Maradona, el futbolista, el mejor jugador de todos los tiempos. Paró el auto y rompió en llanto. Para Goyo, había muerto Diego, su amigo y compinche de la infancia.
En la calle Chivilcoy al 188, “Goyo” Carrizo abre las puertas, no precisamente las de su casa, sino las de su hijo Jonatan, que se ubica al frente de la suya. El piso es de tierra y ofrece una silla blanca de plástico. Él se sienta en un sillón marrón, al cual parece que los años le pasaron encima. Interiormente sabe lo que se viene y se prepara para abrir una vez más el cajón de los recuerdos. Parece que se acostumbró a eso o que el tiempo hizo que se acostumbre a la fuerza. El recuerdo de Diego es imborrable, pero Goyo, a muchos años de su retiro, hace ya 31 años, luego de pasar por All Boys, Independiente Rivadavia, Talleres de Mendoza y Barracas Central, continúa ligado al mundo del fútbol y con objetivos establecidos.
“Hace tres años ingresé a una empresa de representación y captación de jugadores”. Carrizo comenzó en la coordinación del fútbol infantil en El Porvenir y luego, se dedicó a la búsqueda de nuevos cracks, donde mal no le fue. Uno de sus grandes aciertos fue Gonzalo “Pity” Martínez (Pieza clave en el River campeón de la Libertadores 2018), a quien Goyo reclutó en Mendoza y lo trajo a Buenos Aires. Desde allí, comenzó su relación con el representante Marcelo Simonian. Actualmente recorre distintas provincias a lo largo de la Argentina, reclutando jóvenes del interior que buscan cumplir el sueño de llegar a los clubes de Buenos Aires. Goyo quiere ser el nexo entre la joven promesa y su sueño.
Goyo Carrizo, a sus 60 años, también tiene sus objetivos trazados. Como cuando era un nene y le pasaban la pelota, sonríe y cuenta: “Mi sueño es descubrir al mejor jugador del mundo actual y de este nuevo fútbol. No voy a parar hasta que diga basta en mi vida. Me tengo fe. Ese es mi anhelo”.
Cuando habla de fútbol, a Goyo le brillan los ojos. Es su espacio y su momento para expresar lo que el tiempo le enseñó. Su frase “La vida es cincuenta y cincuenta” no se queda atrás y aplica para la pelota. “Los representantes son un mal necesario. Hoy por hoy, al pibito flaquito no te lo agarran en ningún lado porque apuntan a Europa, buscan al grandote, con físico y con potencia. Se perdió el potrero y la picardía está en esos chicos flaquitos, chiquititos. Eso es la esencia. Hoy el fútbol cambió mucho. No es tan técnico sino más táctico, por eso no miro fútbol europeo. Los jugadores tienen que cumplir obligatoriamente con una función que manda el técnico. No tienen picardía, los jugadores son robots”, expresa Carrizo. “El molde lo tiene Dios y como Maradona no va a haber otro”.
Carrizo nunca quiso ser Maradona. Tampoco le gustó ser llamado “El Otro Maradona”. Pero si quiso alcanzar algo de gloria de tanta que derramó Diego. En lo personal ni en lo futbolístico se creyó más que nadie. “Yo soy Goyo Carrizo y quien me quiera comparar con quien quiera, que lo haga. Yo soy yo”. También tiene arrepentimientos. A más de 40 años, se sincera y reconoce: “Yo era muy vago para entrenar. Siempre me costó. Con el tiempo, me arrepentí de no haber aprovechado los entrenamientos. Hoy eso me sirvió de aprendizaje para comunicárselos a los más chicos”. Como toda su vida, cincuenta y cincuenta.
Hace más de una década, le tocó perder los terrenos de la cancha “Tres Banderas”. El predio que inicialmente era de su padre fue invadido por personas que ocuparon el lugar para construir sus viviendas. Fue un momento muy duro para Goyo y para su familia. El mismo Carrizo tenía una escuelita de fútbol en esa cancha para los más chicos con el nombre de DAM (Diego Armando Maradona). El objetivo era claro, era formar jugadores de igual o mejor calidad que el Diez.
En los últimos meses, la cancha de Estrellas Unidas fue testigo de varios suicidios de distintos jóvenes en el lugar. “A mí no me dan bola, sugerí armar ligas y no lo hacen. Esperan que llegue el fin de semana para chupar y comer asado”. Con dolor e indignación, continúa: “No les importa los chicos y a ellos hay que motivarlos, pero nadie hace nada. Yo trabajé más de 20 años a pulmón y me duele que una institución reconocida no haga nada. Para ellos, los chicos no son negocio. Se los dije más de una vez y por eso ellos no me quieren”.
A Goyo le molesta el oportunismo. Nunca tuvo gran relación con los responsables del club Estrellas. Primero, porque la rivalidad existió siempre entre Tres Banderas (Equipo del papá de Goyo) y Estrella Roja. Eso lo llevó a muchas veces estar en disputas y también envuelto en polémicas en el barrio. “De todos los que dicen que jugaron con Diego, ninguno lo hizo. Hoy sorpresivamente todos jugaban con él y lo conocen. Quizá quieren salir por televisión. A nosotros nadie nos daba bola acá en el barrio. Mucha gente sale a hablar boludeces, pero yo no sé lo que es la envidia. La gente de acá es muy mala”. Hoy por hoy, no existe relación entre los que manejan Estrellas y Goyo Carrizo.
Desde la muerte de Maradona, en Villa Fiorito se multiplicaron las imágenes en distintas paredes del barrio. No hay datos estadísticos ni científicos, porque Diego no le caía bien a todo el mundo, pero en Fiorito se siente que se murió una parte de su historia. Maradona pasó a convertirse en un mito. Pasó a ser el relato de los bisabuelos, de los abuelos y futuramente de los padres. Porque con orgullo podrán decir que el más grande de la historia pisó esas mismas calles, jugó en esa misma cancha. Y que, con una pelota, rindió el mundo a sus pies. Hoy Goyo Carrizo es esa parte viva de un Diego Armando Maradona que ya no está.
“Después de lo que pasó con Diego, mi casa se llenó de gente. Me llegaron llamados de absolutamente todos lados, pero no quise dar notas. El dolor mío es que yo me crie con él desde los seis años y eso es diferente para quienes lo conocieron a Maradona jugador. Lo mío superó eso. A mí se me murió un amigo”, relata emocionado y mirando al cielo. Diego es eso imposible de superar y más para Carrizo, que compartió 14 años junto al Diez. “Cuando volví, mi casa era un velorio. Estaban todos abrazados y llorando. A la hora se llenó de periodistas. Mucha gente se reunió en su primera casa. Fue un momento muy difícil”
El sol se va de a poco y al mismo tiempo, Goyo confiesa que su lugar de comienzo y su lugar de fin es el mismo: Fiorito. “Tuve muchas oportunidades de irme. Mis hijos me dicen que vaya a otro lado mejor, pero yo les digo que me dejen disfrutar acá. Hoy estoy disfrutando todo lo que no disfruté en mi época como jugador”.
En Fiorito pasó el tiempo y Goyo aprendió con el transcurso de los años. Lo que la vida le enseñó, lo bueno y lo malo, lo replica ante los más chicos del interior. Su vida fue cincuenta y cincuenta, pero no se arrepiente. Está contento con ser “Goyo” Carrizo. A sus 60 años, quiere cerrar el cajón de los recuerdos. Quiere dejar descansar en paz a su amiguito Diego y comenzar a disfrutar de su vida de una vez por todas.