Por Thomas Somoza
César Luis Menotti había vuelto a Parque de los Patricios, donde comandó a Huracán para obtener el Campeonato Metropolitano en 1973. Esta vez se hizo presente en el Círculo Patricios de la Avenida Caseros. Era 2018 y dio una charla repasando su trayectoria y contestando inquietudes. Le preguntaron qué mensaje les daba a los chicos de las juveniles del Globo, algunos estaban presentes, y contestó: “Llegar a Primera no es fácil, pero si llegan tienen que seguir aprendiendo. Y cuidado con las tentaciones, con los amigos del campeón”. Esa respuesta puede aplicar a la Selección Argentina y la obtención de la Copa América en el Maracaná.
Por supuesto que siempre existirán quienes basen opiniones, ideas, halagos o defenestraciones a raíz de un resultado. La capacidad de análisis se evapora producto de la euforia desatada por el azar que posibilitó que la pelota entrara o no. ¿Eso está mal? Para nada, sobre todo si quienes celebran son personas que no poseen ninguna responsabilidad para con la opinión pública. Si se tratase de profesionales, el debate sería otro. No comprender la alegría de un país tras 28 años sin gritar campeón ni una sola vez, de una sociedad que sufre con la pandemia, con más de 40% de pobreza y que hoy debe más de 40 mil millones de dólares es no saber interpretar la realidad.
Ahora bien, lo realizado por el equipo de Lionel Scaloni merece un análisis, pero ese es el problema: ¿cómo se explican los sentimientos, las intenciones, la espiritualidad, lo anímico, en fin, la mística? Porque todo eso existe y, más allá de la diversión que genera el término Scaloneta, Argentina fue de menor a mayor, enfocándose siempre a que cada futbolista sacara al luchador que llevaba adentro, dejando todo por el compañero. Y sino obsérvese a Lionel Messi en la final yendo al suelo para trabar a los pies del rival. A no confundir: cada vez que pudo, Scaloni dispuso de talento puro y repasando las distintas alineaciones y jugadores citados puede corroborarse. Papu Gómez, Paulo Dyabla, Ángel y Joaquín Correa, Emiliano Buendía, Exequiel Palacios o Nicolás González. Todo puede resumirse a Leandro Paredes como volante central. Unión entre esfuerzo y calidad.
Quizá parecen palabras sueltas y es entendible que lo no argumentado firmemente, recurriendo a ideas sobre lo abstracto, se traduzca en frágiles conceptos. Pero para ahondar un poco más está Carlos Peucelle —exjugador de River, Selección Argentina y, según Dante Panzeri, figura santa y sabia del fútbol—. En 1975 escribió Fútbol Todotiempo, donde explayó sus experiencias y señaló: “La mayor predisposición espiritual para el fútbol viene de la gran amistad entre los jugadores y de la coordinación que ellos logran en el juego”. Y añadió: “Lo que sí puede hacer el llamado ‘maestro’ (en referencia al entrenador) es ir dando esa mística, esa fuerza espiritual para la lucha, cuando sabe hacer amigos a todos los jugadores, los conoce bien, se hace querer por ellos, y puede crear con su palabra la fuerza espiritual del equipo”.
Scaloni no es un improvisado, se preparó en España para dirigir y obtuvo la licencia UEFA Pro, la máxima a la que se puede aspirar en Europa. Las críticas por cómo llegó al máximo cargo en Argentina son válidas, pero conoce las instalaciones, el predio y lo que es vestir la camiseta. Los valores que José Néstor Pekerman le inculcó a él y a quienes forman parte de la Selección fueron trasladados a la camada campeona de América. Se fue armando en el camino, pero observando jugadores que por militar en Europa no son seguidos de cerca (los casos Emiliano Martínez, Cristian Romero, Buendía, Juan Musso, Lisandro Martínez, Guido Rodríguez, los Correa), priorizando el buen pie, pero poniendo en plano principal la fortaleza defensiva en la Copa América, utilizando centrales fuertes —y de calidad para la salida—, laterales ofensivos, un volante constructor de juego, otro que pudiera suplantar las posiciones que Lionel Messi dejaba vacías al cerrarse y hasta un tercero que daba más juego o vocación ofensiva dependiendo de quién actuaba y dos delanteros. Otra vez: mística y talento.
Pero, ¿quién mejor para analizar que el propio Messi? En una entrevista, el capitán del equipo expresó: “Lo que más destaco es la fortaleza grupal. Preparamos bien los partidos y supimos jugarlos. A veces mejor, a veces peor. Pero, al final, estos torneos cortos pasan por intentar sacar los resultados, de que no te hagan goles”. Y en este punto se puede sumar la mirada de el hombre que puso a Leo de falso nueve. Hace dos años, Pep Guardiola explicó las diferencias entre torneos cortos (Mundial, Copa América, Eurocopa) y largos (ligas domésticas): “Es muy difícil en un espacio de tres semanas o un mes generar un proceso de trabajo, de organización de ataque, porque necesitas tiempo. Lo del 4-4-2, meterse, defender y esperar el momento de contra es mucho más sencillo, necesitas menos tiempo”.
Una copa da confianza para el porvenir y Argentina lo demostró en estas fechas de Eliminatorias posteriores a la consagración. Anoche, contra Uruguay, exhibieron un fútbol entretenido. Se juntaron en el sector donde estaba la pelota para tocar en corto y lo que siguió fue pura invención, calidad, potrero. Como ocurre en los últimos cotejos. Rompen con lo posicional y emergen ellos mismos para divertir a la gente que comienza a volver a las canchas y a quienes observan en sus hogares. Nada de tacticidios que aniquilen esa capacidad creativa. Aunque el equipo funciona cada vez mejor en ese sentido y el capitán del equipo lo resaltó al finalizar el partido ante los charrúas: “Estamos creciendo mucho en el juego, a nivel de posición. Nos acostumbramos a tener la pelota y posesiones largas”. Claro que ser superior al rival en el número de tenencia no se traduce en provocar más acciones ofensivas. La primera media hora de Argentina lo evidenció, pero los futbolistas poseen paciencia para buscar y crear espacios.
Se pueden hacer salvedades, pero el equipo ha exhibido fluidez y, hace mucho, confían en el entrenador, que les brinda las herramientas justas para desplegar todo su fútbol adentro de la cancha y que también mantiene la mesura necesaria, no hace mella de la copa lograda y tiene en claro quiénes son los amigos del campeón. El futuro de Argentina está en las palabras de Messi: “A raíz de lo que hicimos en la Copa América, el juego de la Selección tiene que fluir más y va a seguir creciendo, porque cuando ganás te liberás y jugás de otra manera”.