Por Juan Segundo Giles y Matías Zuñez
El camino de Lionel Scaloni desde que fue ratificado como el nuevo entrenador de la Selección Argentina en noviembre de 2018 no fue color de rosa. El mundo del fútbol lo veía de reojo porque era su primera experiencia como director técnico, lo tildaba de “traidor” debido a que había formado parte del cuerpo técnico de Jorge Sampaoli en el Mundial de Rusia 2018, y lo criticaba porque vivía fuera del país –en España- y estaba “lejos del fútbol argentino”.
Sin embargo, Scaloni siempre tuvo presente que a quienes tenía que convencer era a sus dirigidos. Y a base de trabajo silencioso y sin necesidad de salir a responder las críticas, lo logró. “Le puede faltar experiencia como técnico, pero tiene 30 años de vestuario. Entiende de grupos, maneja los códigos, pasó por juveniles, jugó un Mundial… Como Samuel, Ayala y Aimar –integrantes del cuerpo técnico-. Conoce el predio de Ezeiza mejor que nosotros”, lo respaldó Rodrigo De Paul.
Desde su debut el 8 de septiembre de 2018 en la victoria 3 a 0 sobre Guatemala en un amistoso jugado en Los Ángeles, Scaloni fue ganando experiencia y adeptos. La pregunta de “¿cómo llegó?” quedó en el olvido y varios se tuvieron que replantear su pensamiento, ya que, más allá de sus 19 victorias, 10 empates y 4 derrotas; el gran partido contra Brasil en la semifinal de la Copa América 2019; y el haber superado al ciclo de Marcelo Bielsa como el segundo con más partidos invictos (18) en la Selección Mayor, Scaloni llevó adelante el famoso recambio generacional, convocó a jugadores que estaban lejos del radar popular, encontró el lugar para cada integrante del plantel e inició un proyecto que excede el “ganar o morir”.
Esta Copa América dejó algunos aspectos a mejorar de cara al Mundial de Qatar 2022, como la recuperación tras pérdida, pero otros tantos para resaltar por su importancia para romper la sequía de 28 años sin ganar un título. Uno de ellos fue la conformidad del plantel. Desde el inicio de la competición, ningún jugador ha manifestado algún tipo de malestar, por lo menos públicamente, y todos han entendido el papel que ocupaban dentro del equipo. “El único intocable es Leo (Messi). El resto empuja desde donde le toca”, remarcó De Paul, y agregó: “Es el mejor grupo en el que he estado”, y eso se vio. Un claro ejemplo fue la alegría de Sergio Agüero después de que Lautaro Martínez anotara su tan ansiado gol en el partido frente a Bolivia. “Buena, Lauta”, fueron las palabras entre risas de la flamante incorporación del Barcelona.
Esto mismo, a su vez, generó un clima de distensión en la concentración y que los jugadores experimentados se animaran a mostrarse al público, lo cual no había ocurrido en certámenes anteriores. Nicolás Otamendi fue el mejor cronista de la Copa, ya que publicó videos en su cuenta de Instagram durante el transcurso de la misma, al igual que lo hicieron las compañeras de Messi, Papu Gómez, Di María, entre otras. Más allá de ser un dato de color, lo que se puede traducir en estos actos es que los jugadores con amplia trayectoria no convivieron con la mochila de los campeonatos anteriores, no se cerraron en un hermetismo, y disfrutaron de estar en la Selección. “Lo que se ve para el afuera es lo mismo que ocurre en el adentro. Ver a Leo feliz y tan metido con la Selección y el grupo nos da mucha tranquilidad”, describió Paredes previo a la semifinal frente a Colombia.
Bajo los tres palos, la aparición de Emiliano Martínez trasladó seguridad en cada uno de sus compañeros y en el cuerpo técnico. El arquero del Aston Villa debutó en la Copa con una parada en un mano a mano de Eduardo Vargas y le atajó un penal a Arturo Vidal -señales de su fortaleza en la pena máxima-, más allá de que luego en el rebote los chilenos sí empataron el primer partido 1 a 1.
Luego de dos encuentros sin mayores exigencias frente a Uruguay y Paraguay, pero que sirvieron para sumar minutos con el buzo de la Albiceleste y consolidarse en el arco, tocó ser suplente ante Bolivia en el último partido del grupo -ya clasificados a la siguiente ronda- y volver para los cuartos de final contra Ecuador, en los que intervino en dos ocasiones con atajadas en momentos del partido en el que el equipo necesitaba su respaldo.
Posteriormente, llegó la semifinal frente a Colombia, el rival que más complicó a la Argentina y que forzó al “Dibu” con dos atajadas a Juan Cuadrado y a Luis Díaz, dos pelotas que impactaron en el palo de Wilmar Barrios y Yerry Mina, y finalmente el gol de Díaz que llevó a que el acceso a la final en el estadio Maracaná se defina en los 12 pasos. Si hasta ese momento de la competición se vio un arquero difícil de vencer, después de los tres penales atajados que depositaron a la Selección Argentina en Río de Janeiro para enfrentar a Brasil por el trofeo, la figura del portero surgido en las inferiores de Independiente se agigantó en el arco argentino a base de personalidad, intuición y voladas.
Cuando se habla de aparición, no se refiere a un descubrimiento de Lionel Scaloni como si hubiese convocado a alguien desconocido -fue elegido el mejor arquero de la Premier League en la última temporada- sino que se le da valor al hecho de no dudar en colocarlo entre los titulares en un puesto que no tenía un indiscutido desde Sergio Romero y que hasta cambió en pleno Mundial de Rusia 2018 con Wilfredo Caballero y Franco Armani. Ahora, da la sensación de que hay arquero para rato en la Argentina.
Otro que parece que llegó para quedarse es Crisitan Romero. El defensor central de 23 años que se desempeña en Atalanta de Italia fue uno más de los que, tras ser elegido el mejor de la Serie A en su posición, se impuso en la convocatoria argentina. Una lesión muscular lo marginó del debut ante Chile y de la etapa final del certamen, pero los dos partidos ante Uruguay y Paraguay en la fase de grupos le bastaron para evidenciar el salto de jerarquía que le da al fondo argentino y la tranquilidad que transmite como si fuese un experimentado en la Selección Argentina, siendo gambeteado una sola vez en 334 minutos con la celeste y blanca (teniendo en cuenta sus encuentros por Eliminatorias).
Por otro lado, la sana competencia interna que hubo fue vital para el desempeño y regularidad del equipo. En la zaga central, cuando le tocó ingresar a Germán Pezzella por la figura de Cuti o por uno de los referentes del plantel como Nicolás Otamendi, rindió. Por el lado del lateral izquierdo, tanto Nicolás Tagliafico como Marcos Acuña se repartieron minutos y le ofrecieron distintas facetas y variantes al entrenador para que eligiera dependiendo el rival. El mediocentro tuvo a Leandro Paredes, con un perfil más de tenencia y juego para la Selección, y Guido Rodríguez, quien brindó más quites de pelota y recuperaciones, y que se hizo notar con el orden que le dio a la mitad de la cancha cuando reemplazó al futbolista de PSG. Y por el frente de ataque, Nicolás González aportó despliegue por la banda izquierda y poderío aéreo; Ángel Di María sumó desequilibrio y gambeta; Alejandro Gómez diagonales y dos goles contra Paraguay y Bolivia; y Ángel Correa buen juego de espalda y potrero.
¿Tiene cosas que mejorar? Seguramente, como cualquier entrenador con mayor o menor trayectoria. Sin embargo, este título marcará un antes y un después en la historia de la Selección. Sin los fantasmas de las anteriores finales, con el gran trabajo que están haciendo Fernando Batista, Pablo Aimar, Diego Placente y Bernardo Romeo con las inferiores, y con el envión anímico de haber ganado la Copa América ante Brasil en el Maracaná, Scaloni tendrá libertad para llevar a cabo un proyecto a largo plazo con la mirada puesta en el Mundial de Qatar 2022.