Por Tomás Gómez Kajihara
Son muy pocas las familias que pueden decir que triunfaron en el mundo del deporte. La
familia Maldini, por ejemplo, tiene el privilegio de contar que llegó al éxito en el ambiente del fútbol con tres generaciones diferentes: Cesare, Paolo y Daniel pudieron jugar al máximo nivel y es un apellido importante. En el fútbol argentino también hay un caso igual con la familia Verón: Juan Ramón, Juan Sebastián y Deian son las tres generaciones que llegaron a jugar en el primer equipo de Estudiantes de La Plata. Si bien son ejemplos bastantes claros de familias de grandes deportistas, no se compara con la familia Simonet.
La familia está compuesta por Luis Simonet y Alicia Moldes, ambos fueron jugadores de handball en la década del 80 e incluso llegaron a representar a la Selección argentina. El matrimonio tuvo tres hijos varones que también llegaron al máximo nivel, siendo muy importantes para la selección, clubes argentinos y también europeos. Que una familia completa esté ligada a un solo deporte y encima de la manera en la que está la familia Simonet es algo único y una historia digna de repasar.
Todo comienza con Luis, quien en la época de los 70 era un apasionado de los deportes y fue asociado por su madre a Ferro Carril Oeste. En dicho club se volcó como arquero de handball, aunque por una gran fractura de tibia y peroné a los 15 años tuvo que salir del arco. Tiempo después y ya recuperado se convirtió en un alocado jugador de campo. A los 20 años, y aun siendo suplente en Ferro, fue convocado para la selección mayor donde su vida cambió por completo. “La selección es la máxima aspiración que todo deportista tiene en sus inicios”, dijo Luis en diálogo con El Equipo y llegó a jugar 10 años ininterrumpidamente con a la celeste y blanca, siendo goleador en cada presentación.
A la vez que Luis jugaba en Ferro, una chica llamada Alicia Moldes iba a la institución verdolaga después de jugar con otros clubes. Estando los dos en un mismo lugar y con el handball de por medio era inevitable que se cruzaran. Fue así como se conocieron Luis y una joven que a palabras de él “deslumbraba con su belleza”. Dos años de noviazgo bastaron para que se unieran en el sagrado matrimonio. Ya suena bastante raro que un matrimonio esté compuesto por un hombre que jugó en la selección durante 10 años y una mujer que jugó en “La Garra” por dos años, pero la historia no termina ahí ya que tiempo después de casados llegarían sus hijos.
Primero Sebastián en 1987, después Diego en 1989 y ultimo Pablo en 1992. Desde chichos los hermanos Simonet fueron orientados al deporte por sus padres. Luis, profesor de Educación Física y también deportista como Alicia siempre hicieron hincapié en la vida sana. Nunca influenciaron a sus hijos para que practiquen handball, sino que se lo mostraron como otro deporte más. Pasaron por natación, tenis, fútbol, baby fútbol y atletismo, pero con amigos, padrinos y familiares tan handboleros era cuestión que tiempo que se enganchen en la disciplina como lo hicieron.
Al ser el más grande de los tres, Sebastián fue el que comenzó primero. Luis llevó a su hijo de 7 años a un entrenamiento, pero el chico no se quería quedar. Por mentira o picardía le dijo a Seba que se sentara a un costado de donde estaban entrenando porque tenía que buscar unos papeles en la sede del club, cosa que nunca tuvo que hacer. Cuando regresó, los chicos del club lo habían invitado a jugar y Sebastián se estaba divirtiendo con ellos. A partir de ahí todo empezó a fluir solo. Diego y Pablo acompañan al mayor cuando tenía que jugar y fácilmente quedaron atrapados por el handball.
El acompañamiento de la familia fue crucial para que los chicos se sintieran contenidos en el deporte. Cuentan los padres que no se perdían de ningún partido y que iban a todos lados sin importar la distancia, actividad que hasta el día de hoy siguen haciendo, ya sea presencial o a través de una televisión.
A medida que los chicos iban entrenando y perfeccionando su juego, los logros acompañaron ese esfuerzo que los hermanos ponían. De adolescentes, los tres emigraron al exterior para perseguir sus sueños como jugadores de handball. Para los padres fueron triunfos inmensos e inmejorables que los ponían muy felices al ver sus logros tanto en lo profesional como en lo personal. La primera despedida fue la que más costó, cuando Seba salió del país fue difícil por la distancia y la dificultad para comunicarse, sin embargo, no lo recuerdan como algo malo ni con tristeza, sino que lo recuerdan como algo bueno por el entusiasmo y la felicidad que tenían todos en ese momento. Con Diego y Pablo el sentimiento fue el mismo pero la despedida fue más fácil ya que sabían lo que era. El orgullo de un padre por un hijo es una sensación única y Luis lo dejo claro: “La primera vez que vi entrar en Brasil a Sebastián a los 16 años con la camiseta argentina como capitán de la selección, se me hizo un nudo en la garganta, inmediatamente se me llenaron los ojos de lágrimas, me tuve que parar, darme vuelta y tratar de que nadie me vea, lo peor no es esto, si no que en muchos eventos me sigue pasando no lo puedo controlar”.
Los tres hijos tuvieron una increíble trayectoria en el handball siendo piezas claves e ídolos de la selección nacional, logrando títulos y éxitos importantes con sus clubes en el exterior, pero sobre todas las cosas, pudieron seguir la dinastía de la familia que tan bien habían comenzado sus padres. Al día de hoy, “la familia handball” tiene una linda relación, charla todos los días un ratito por WhatsApp y espera el reencuentro para ponerse al día y, seguramente, hablar de handball.