Por Sebastián Martín
Aunque en términos de tiempo la suspensión del fútbol mundial por la pandemia de coronavirus no haya sido hace mucho tiempo, apenas un año, queda la sensación de que eso ya pasó. Como todo, pensaría Julio Grondona. El show continuó, pese a la grave y delicada situación que se encontraba –y se encuentra– el mundo. Quizá habrá sido de las pocas veces donde el deporte tuvo que ceder, tuvo que frenar, al menos por unas semanas. Y es que el fútbol fue, es y será utilizado una y mil veces, por poderosos de traje en muchos casos, para tapar las múltiples y distintas realidades de la sociedad. En este caso, la realidad de Colombia.
Hace solo una semana, River tenía que viajar a la ciudad colombiana, Armenia, para enfrentar a Independiente Santa Fe por la tercera fecha del Grupo D de la Copa Libertadores. El pueblo de Colombia vivía y vive desde entonces una delicada, violenta y trágica situación. Las represiones de las fuerzas armadas por las manifestaciones de la gente en contra de la reforma tributaria que quiso implementar el gobierno nacional, registran más de 40 muertos, cientos de desaparecidos y miles de heridos. Debido a que las condiciones claramente no estaban garantizas, las autoridades de Conmebol y de la ciudad decidieron que el partido se postergara 24 horas y que se jugara en otro país, específicamente en la ciudad de Asunción, Paraguay, casa de la Conmebol.
Se amoldó. Cedió la sede original, cambió el día y horario del encuentro, pero no frenó; se disputó. Fue un día después del escándalo que había sucedido en el aeropuerto de Brasil, cuando el plantel de Independiente fue retenido por contar dentro de él con casos positivos de coronavirus en testeos PCR. No les dieron agua, no les dieron comida y hasta pasaron la noche tirados, literalmente, en el piso del aeropuerto. ¿Qué pasó con el partido ante Bahía por Copa Sudamericana que tenía que disputarse a las 19? Nada. No se retrasó, no se adecuó a la situación que vivieron los jugadores y se desenvolvió como si nada hubiese ocurrido.
La Conmebol da a entender de que todo lo que pueda ocurrirle al jugador, el verdadero protagonista del fútbol, o a la sociedad, la que le da la esencia y el sentido, no importa. Deja de lado a los pilares por las cuales este deporte fue concebido como una expresión, muchas veces, de lucha, libertad y felicidad. El miércoles, en el partido de Junior ante River por la cuarta fecha de su grupo de la Libertadores, lo volvieron a hacer. El pueblo colombiano, como en tantos otros casos donde se trata de visibilizar lo que está ocurriendo, aprovechó el escenario para difundir y dejar en claro que Colombia no está bien. Se instalaron en las puertas del estadio, en Barranquilla, intentaron ingresar y fueron reprimidos con gases lacrimógenos por la Policía. El humo llegó al campo de juego, justo cuando River realizaba la entrada en calor, y pese a que parte de los jugadores y el cuerpo técnico demostraban claramente un ardor en sus ojos, el encuentro se realizó igual. Pero no pudo inhibirse a lo sucedido. En realidad, no debía. A los 22 minutos del primer tiempo, el árbitro, Esteban Ostojich, tuvo que suspenderlo por algunos minutos debido a esos gases. Mientras, a las afuera, se escuchaban detonaciones, sirenas y bombas de estruendo. “Uno no se puede abstraer de lo que pasa. No es normal jugar en una situación tan inestable como la del pueblo colombiano. Hubo gases lacrimógenos, estallidos, estruendos… no podemos mirar para otro lado. El resultado es anecdótico. No nos podemos ir contentos hoy”, expresó Marcelo Gallardo, director técnico de River, en conferencia de prensa post partido.
Horas después, Atlético Nacional recibió en el municipio de Pereira al Nacional de Montevideo. El encuentro tuvo que ser retrasado una hora porque, debido al descontrol que se vivía afuera del hotel donde concentraba el equipo uruguayo, no podían salir rumbo al estadio. Pidieron explícitamente y dejaron clara su postura de no jugar el partido, no estaban garantizadas las condiciones normales. La tensión terminó trasladándose al fútbol, cuando al llegar a la cancha se cruzaron funcionarios y jugadores de Nacional con los de Atlético Nacional. Gonzalo Bergessio, capitán del equipo visitante, confesó que “necesitaban más empatía de ellos (la gente del cuadro colombiano)” por la situación y el reclamo, cuando se realizaba el sorteo inicial con el árbitro. No importaron los gritos, las represiones y la violencia que se vivía a tan solo unos pasos de las habitaciones de los jugadores de Nacional y a pocos metros de la sede del partido. Show must go on…
Lo mismo había ocurrido hace unos meses, en noviembre para ser específico, por las Eliminatorias Sudamericanas al polémico -cuanto menos- Mundial de Qatar 2022. La Selección Argentina debía viajar a Perú, que protagonizaba una enorme crisis institucional con renuncias y relegaciones de varios presidentes en una semana. El contexto no era el indicado para albergar uno de los partidos de la fecha. Pero para la Conmebol sí.
La situación crítica que vive Colombia invita a reflexionar por qué el fútbol suele salir ileso de todo, sin involucrase en muchos casos y sin asumir la realidad; como también invita a pensar si son correctas las prioridades dentro de una sociedad. La Copa América está a la vuelta de la esquina, con una sede envuelta por la segunda ola de coronavirus (Argentina) y otra que vive una fuerte crisis social. El fútbol no paró nunca, porque a muchos les conviene que así sea. No lo hizo en dictaduras –algunas aprovechadas para desviar el foco–, casi no lo hizo en una pandemia y hoy tampoco lo hace en los países donde los muertos diarios no son solo de coronavirus. “No tenemos ni voz ni voto, son cosas que se deciden y que las determinan un grupo de personas, ¿y qué somos nosotros? ¿Un grupo de macacos que tenemos que seguir las órdenes? Creo que la situación hoy realmente no está como para hacerla tranquilamente (…) No se piensa en la salud de la gente ni de los futbolistas”, opinó el delantero uruguayo Edinson Cavani en “2 de punta”.
Es cierto que el fútbol es negocio y, por tanto, plata. Pero también es gente y sociedad; es rebeldía y voz; es oportunidad y vida. Si lo de afuera está sufriendo, con muertes de por medio, lo de adentro debería frenar, debería opinar y no hacer la vista gorda. Jugar un partido mientras se está reprimiendo violentamente a un pueblo, es la antítesis más representativa de su esencia.