Por Florencia Lavallén Bazarbachian
“Me tocó verlo patear tiros libres. Estábamos por practicar, se acercó, pateó y la clavó las tres veces en el ángulo. Después de eso, ni ganas de patear tenía y me fui a bañar. Imposible practicar ahí al lado”, contó Luis Miguel Rodríguez, quien en ese momento ya era histórico jugador de Atlético Tucumán, mientras recordaba una de las tantas anécdotas con Diego Armando Maradona cuando lo tenía como técnico en la Selección Argentina.
El Pulga nació el 1 de enero de 1985 en Simoca, un pueblo que se encuentra a 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán. Se crió en una familia humilde de ocho hermanos, pero si hay algo que lo llena de orgullo y que recuerda con mucho cariño es cómo, a pesar de todas las dificultades, sus padres, Pedro y Betty, siempre los criaron a todos juntos y nunca se desprendieron de ninguno de sus hijos. Explica que es gracias a eso que hoy en día cuando uno necesita algo, puede levantar el teléfono y llamar porque cualquiera de ellos va a estar dispuesto a ayudar.
Si bien sus primeras experiencias con el fútbol profesional fueron similares a una carrera de obstáculos, le gusta recordar sus comienzos en aquellos torneos interprovinciales de verano donde iba a jugar a distintas provincias, las preocupaciones no existían y lo único que importaba era divertirse.
“Salí de Simoca en el momento justo. En mi adolescencia podría haber llegado a ver muchas cosas o me podría haber desviado, pero todo ese tiempo libre yo lo ocupé viajando y sumando experiencias que me convirtieron en la persona y el jugador que soy hoy en día”, reflexionó el actual delantero y goleador de Colón de Santa Fe, quien hizo especial hincapié en que, aunque algunas de esas vivencias no hayan sido nada buenas, como cuando su representante lo llevó a probarse al Real Madrid y al Inter, y terminó por dejarlo tirado en el viejo continente cuando solo era un adolescente, todo lo ayudó a ser quien es hoy por hoy y a valorar las cosas como las valora: “Empecé a ser maduro a los 15 años”.
El ex jugador de Racing de Córdoba y Newell’s disfruta los partidos tanto afuera como adentro de la cancha y trae a memoria la histórica hazaña de Quito, de la cual formó parte con el plantel del Decano a comienzos del 2017. En ese momento al jugador tucumano de 36 años le tocó ir al banco de suplentes, pero aún así ansiaba que el partido se jugara y que el plantel pudiera viajar, porque si gana uno ganan todos y aunque no estuviera adentro de la cancha, un buen líder siempre tiene que predicar con el ejemplo y querer lo mejor para el equipo.
Muchos podrán reconocerlo por lo magnífico que es adentro de la cancha o por su fabulosa técnica a la hora de patear un penal, pero si hay algo en lo que al pequeño gran hombre del fútbol argentino le interesa ser exitoso, es en su casa con su esposa Paula, quien lo ayudó a volver al fútbol cuando, en su juventud se había dado por vencido y, durante ocho meses, trabajó como albañil con su padre, y sus hijos Bautista y Milo: “Mi momento favorito del día es cuando estoy en mi casa tomando mate con mi mujer y jugando con los nenes. Yo me fui a los 13 años de mi casa y no pude disfrutar a mi familia, tal vez por eso soy un padre tan protector que quiere disfrutar cada momento”.
Pese a su bajo perfil y lo poco que le gustan los reflectores -al punto que prefiere jugar los partidos de día con luz natural- los ojos del periodismo y de los fanáticos del buen fútbol están constantemente puestos en el tucumano que no deja de sorprender y es como un buen vino, va mejorando con el paso del tiempo.