sábado, diciembre 14, 2024

“Sigo siendo un ser de experiencia y no un experimentado”

Por Sol Pochettino

Sergio Vigil es un fiel representante de la pasión y la dedicación puesta en su labor como formador. El ex director técnico del seleccionado argentino de hockey femenino y masculino plantea modos particulares de vivir dentro y fuera de una cancha: sensibilidad, comprensión e instrucción ante todo. Como entrena, vive. Y como enseña, aprende.

El vínculo de Cachito con el hockey comenzó a sus apenas 9 años, en el Club Ciudad de Buenos Aires. Allí logró debutar en primera a los 18 y permaneció durante toda su carrera, con un saldo final de 7 títulos conseguidos. Con la camiseta nacional, en 1984 participó en sus primeros Juegos Panamericanos, donde obtuvo la medalla dorada. Al año siguiente, jugó el Campeonato Mundial Junior en Vancouver y en 1986 formó parte del histórico seleccionado masculino que venció al entonces campeón olímpico, Pakistán.

Mientras jugaba, comandaba el barco de otros equipos, ya en su rol como entrenador. Conoció el cargo a sus 17 años, cuando tomó las riendas del Sub-14 y Sub-16 de varones y del Sub-18 femenino en Los Cedros. Doce meses más tarde, tuvo la gran oportunidad de agarrar el mando de la primera, un plantel integrado en su totalidad por mujeres mayores a él, de entre 19 y 35 años. Luego, dirigió al conjunto masculino y durante cuatro temporadas al femenino del club que le dio todo como jugador, el Muni.

En 1997 fue nombrado entrenador de Las Leonas, donde tocó el cielo con las manos. El primer torneo ganado fue en los Panamericanos de Winnipeg 1999, con la aparición de Luciana Aymar, y desde allí consiguió por lo menos un título internacional en cada año de su ciclo. En el 2000, obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sídney. Posteriormente, su segundo oro, Champions Trophy Ámsterdam 2001. En 2002, además de conseguir la plateada en Macao, ganó el primer Campeonato Mundial para la Argentina en Perth, un hito histórico para el deporte nacional. Luego, alcanzó la dorada en los Panamericanos de Santo Domingo 2003 y la de bronce en el Champions Trophy, nuevamente en suelo australiano. Por último, se retiró del enorme seleccionado con el tercer puesto olímpico en Atenas 2004.

Inmediatamente, pasó a dirigir a la Selección argentina de hombres por cuatro años. Sus mayores logros fueron dos medallas doradas en los Champions Challenge de 2005 y 2007 y la plateada en los Panamericanos de Río 2007. Al perder la final preolímpica con Nueva Zelanda para Pekín 2008, renunció al cargo. Luego, asumió en el Club Atlético River Plate, donde consiguió las Ligas Nacionales de 2015 y 2016 con Las Vikingas.

Actualmente, es el head coach de la disciplina en la institución de Núñez y el director técnico de la Selección femenina de Chile desde 2015.

A continuación, reflexiones con Cachito:

-¿Cuáles son las principales diferencias entre un plantel masculino y uno femenino?

-Creo que tanto en un equipo femenino como uno masculino, hay algo que ambos quieren: tener bienestar, pasarla bien en el recorrido del camino, ser valorados, respetados y mirados, aprender, crecer, que haya un liderazgo de equidad y, sobre todo, tener desafíos grandes. Lo que sí hay que atender es que los aspectos en los ciclos emocionales son diferentes. En la mujer hay mucha más variación emocional, no solo de acuerdo a lo que va sucediendo en una competencia o en las relaciones interpersonales, sino también dentro de ella. Esto tiene que ver con una característica que el varón no tiene: el ciclo menstrual. Además, cada una lo vive de manera diferente. Hay que tenerlo en cuenta porque muchas veces se acusa al proceso de entrenamiento en equipos femeninos de ciclotímico. Otra característica es que la mujer integra mucho más su vida, no hace compartimiento estanco tan fácilmente como el varón, ellas incorporan al entrenamiento las 24 horas de sus días. También pretenden relacionarse de otra manera, atienden a las formas de decir las cosas o lo que le pasa a otro integrante del plantel. Observan más detalles y no solo lo propio de la práctica deportiva diaria. Diferente es lo que ocurre en el varón, está en el entrenamiento y eso es lo único que existe.

Sin embargo, todo lo anterior ocurre cada vez menos, porque la mujer y el varón ahora integran más la parte femenina y masculina del otro, y eso me parece fabuloso. Hoy para un equipo masculino tendría en cuenta algo que antes solo creía importante en los femeninos: el cuidado para decir las cosas. Mirar detrás de la retina era propio de la mujer, siempre han pedido y enseñado a tener cautela en la forma de comunicarse, cuidarse y cuidar al otro, prestar atención también a lo que dice lo gestual. Hoy pienso que eso es importante para el ser humano en general. El varón se sigue haciendo el duro, pero dentro de él ahora las maneras importan. Me parece que hay que aprender que cualquier género necesita ese cuidado.

-¿Qué técnico eras al comienzo de tu carrera, siendo tan joven, y qué técnico sos ahora?

En aquel momento era un técnico irreverente, priorizaba el ser y no el deber ser. Era un adolescente y soñaba con que el equipo disfrute el antes, el durante y el después de los entrenamientos, que se generara una familia humana donde haya respeto, cariño, escucha y se permita tener utopías. Tenía la fantasía de que los desafíos que buscásemos a nivel numérico no tapen nunca los logros humanos y hockísticos que íbamos teniendo en el camino. Quería que cada integrante se encuentre con su campeón en la práctica deportiva y así con su campeón en los otros órdenes de la vida. Los sentimientos afectivos eran muy importantes para mis equipos, lo más lindo en un plantel es formar una familia, hermanos de camiseta, de sueños.

A los 54 años he aprendido a no pensar tanto en las diferencias, sino en verlo desde otro lugar. Al entrenador que soy hoy le ha pasado que sigue siendo irreverente, rompiendo estructuras, teniendo en cuenta que el bienestar de los equipos es lo más importante, generándose desafíos y permitiéndose la posibilidad de ser primero o último ya que el objetivo es crecer. A través de los años que entrené y las experiencias vividas que tanto me hicieron reflexionar, me di cuenta de que el sueño es el mismo y lo que cambiaron son las metodologías para recorrer el camino. Sigo siendo un ser de experiencia y no un experimentado, eso no se modificó, porque todas las aventuras que viví no me han convertido en un sabelotodo, cada día dudo y tengo las mismas emociones de ganas, entusiasmo, miedo, tristeza y alegría que el primer día. Sigo dándome cuenta de que lo magnifico de la experiencia es seguir arrojándote a ella. Y lo que hice antes no era malo, solo que hoy puedo hacerlo de otra manera porque he vivido un montón de otras cosas. Lo que no quiero hacer de otra manera es lo que refiere a la ilusión de seguir viviendo desafíos humanos y deportivos, sin importar la categoría, primera, un seleccionado, una categoría de mami hockey o un Sub 10.

-¿Cómo se mantiene de pie a una jugadora que durante un largo tiempo se mantiene en la suplencia?

-A veces al que está en el banco de suplentes se le pueden disparar emociones de enojo, bronca, envidia, intolerancia, ganas de que el director técnico se vaya, que el equipo pierda, o no le importe si gana por no sentirse parte. Durante muchos momentos de mi vida trataba de convencer al suplente de que no lo era, de que la vida no transcurría en el banco como él o ella la estaba viendo, sino que era parte y que era importante, que tenía que ponerse contento cuando al equipo le iba bien, que iba a tener su momento y su lugar, y otros tantos “valores perfectos” más.

Hace 10 años empecé a reflexionar y a tener otras conversaciones con ellos. Comprendí que tenemos que dejar de querer sacarles la tristeza, porque lo que en realidad necesitan es hablar sobre ella, que se la validen y lo acompañen. Ahora en vez de darles lecciones, trato de escucharlos y sacarles culpas, respetar sus sensaciones de envidia y que puedan liberarla. Generalmente les falta confianza propia y externa, y hablar de lo que se la quita es lo más importante de todo.

A raíz de eso, también comencé a replantearme qué son los valores. Porque estas personas que están en el banco de suplentes fingen todo eso, por el equipo, por el deber ser, cuando por dentro se están sintiendo pésimo. Y eso no es falta de valores. Entonces, ¿qué valores estamos queriendo enseñar si los corazones sienten otra cosa?

-Con todas las vivencias que tuviste dirigiendo diferentes grupos humanos y con distintos objetivos, ¿qué no puede faltar en un equipo tuyo?

-Los buenos resultados que se alcanzan son consecuencia de un montón de logros que uno va obteniendo en el camino, parecen pequeños, pero en realidad no lo son. Porque a veces también pueden conseguirse resultados sin logros en el medio, por el hecho de que no había forma de que cierto acontecimiento no se dé. Por eso considero que hay que atender más a los logros diarios que al resultado final.

Hay momentos de sequía, y debemos permitírnoslos. Ahí pasan a tener un rol muy importante del mismo modo los no logros. Porque del no conseguir también se aprende, y quizás gracias a eso unos años después sí lleguen los resultados esperados.

El que se fija en los logros y no logros, constantemente crece y puede ser mejor que el día anterior.

-En todos los años de tu carrera, ¿cuál es el golpe de realidad más grande que tuviste al mando de un equipo?

-Tuve muchísimos y por suerte los sigo teniendo, porque es lo que permite romper estructuras permanentemente. El choque más grande fue con la Selección masculina. Me encontré con la realidad de estar dirigiendo otro equipo nacional a los dos o tres meses de Las Leonas, donde fue muy fuerte lo que nos pasó. Sin haber tenido etapa de reflexión, de duelo, de poder despedir totalmente de mí al equipo que había entrenado a máxima exigencia durante 7 años, no fue apropiado. Aprendí que, antes de agarrar a otro seleccionado, me tomaría un año para el duelo emocional, prepararme, analizar totalmente todo el contexto al que voy a ir, y después elegir desde dos lugares diferentes, la razón y el sentimiento.

También me topé con la verdad de que hay momentos justos para dirigir a determinados grupos, adecuados para el equipo y para uno, y me di cuenta que el momento de encuentro con Los Leones no era idóneo para ellos ni para mí. Quizás, si nos encontrábamos diez años después, era totalmente distinto. Una persona no es siempre igual, a lo largo de su vida se va encontrando en diferentes etapas, por eso nosotros no somos, estamos siendo. Y a veces en este estar siendo, nos encontramos en un momento inapropiado para uno y apropiado para otro. Con el tiempo, aprendí a ver algo más de esa situación.

-¿Alguna vez no pudiste transmitirle a tus jugadores/as un mensaje o lo que querías que adquieran de vos? ¿Cómo lo resolviste?

-En muchas ocasiones, con la Selección masculina un montón. Lo analicé a fondo y comprendí que yo no era la persona apropiada para el equipo en ese momento. A la misma vez teníamos crecimientos y ocurrían cosas muy buenas, pero había algo en mi figura que simplemente trababa, sin necesidad de que el plantel tuviera un problema conmigo. Lo resolví hablándolo con los jugadores y diciéndoles que no era un tema puntual ni de ellos ni del cuerpo técnico, sino de todos, que alguien tenía que dar un paso al costado y decidía ser yo. Ellos tenían todas las condiciones y lo que estábamos haciendo nosotros también podía dar más frutos de los que estaba dando. Lo único que le pedí a los dirigentes fue que respeten a todo el resto: Luis Bruno Barrionuevo como preparador físico, Carlos Retegui como asistente técnico y todos los demás. No tenía dudas de que iba a funcionar, porque había una traba sin intención. A los dos o tres meses, todo lo que nos recriminábamos que en los entrenamientos y competencias no salía, empezó a fluir solo.

Otras veces logré observar que el problema iba más allá de las personas. A veces algo raro ocurría en el mensaje que intentaba dar, porque quizás yo quería decir tal cosa y ellos no interpretaban lo mismo, y lo que más ruido hacía era lo segundo. Entonces, comencé a preguntarles qué estaban recibiendo de mi mensaje. Cuando me dediqué a prestarle atención a eso, me di cuenta de que evidentemente había una falla en la manera de expresarme. El que comunica tiene que saber lo que adquiere el otro, porque sino nos embroncamos y el mensaje nunca llega claro.

En otras situaciones, ocurrió que estaba transmitiendo algo distinto a lo que el grupo necesitaba, y al hablarlo se hizo una fusión de ambas cosas y se generó algo lindísimo, ahí me fui dando cuenta de que un equipo es un nosotros. Es mucho más importante lo que termine generándose en el aprendizaje que quien enseñe, porque por más de que este busque dar una instrucción a otro, no siempre se logra un nuevo conocimiento, ya que el foco puede estar en el lugar equivocado.

-¿Qué se necesita para que un equipo se consolide?

-A partir de chequear lo que uno quiere comunicar y lo que el otro escucha, se genera un aprendizaje mutuo y empieza a surgir un liderazgo colectivo, donde están claros los roles pero también que cada uno aporta algo sustancial al equipo. El entrenador debe saber que de la misma manera él es un aprendiz de sus jugadores y de su cuerpo técnico, y así todo el plantel se potencia. Lo que pasa es que muchas veces se cree erróneamente que un enseñante no puede tener debilidades, pero lo que hay que buscar es que el equipo no las tenga, quizás la flaqueza de uno sea la fortaleza de otro. Pasa todo el tiempo con los jugadores dentro del campo, uno brinda una cualidad que otro no tiene y viceversa, lo importante es que ambas sean valoradas en pos de servirle al equipo. No es fundamental que el director técnico sea completo, sino que el aprendizaje que causa lo sea.

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