Por Andrés Kalbermatten
La bahiense practica el deporte desde muy chica como toda su familia y a base de trabajo y esfuerzo logró cumplir sus sueños, a pesar de las pocas oportunidades en el país. Ganó varios torneos, participó de Grand Slams y llegó a ser la número uno de la Argentina. Además de varias alegrías, el deporte le trajo frustraciones.
Catalina Pella abrió sus ojos por primera vez un 31 de enero de hace 27 años en Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires, y nació con una raqueta bajo el brazo. A diferencia de la mayoría, recibió su herencia a pocos años de nacer: el amor por el tenis lo tomó de parte de sus abuelos y parientes más cercanos. La familia Pella lleva esa pasión en la sangre.
Catalina es una mujer de pelo castaño, con ojos marrones y de altura media. Se reconoce como una persona que intenta decir la verdad, aunque duela o moleste. Si algo no le gusta, se lo hará saber rápidamente a los demás. No intenta caerle bien a nadie, dice las cosas como las piensa. El ser tan frontal no le impide ser de carácter sereno.
La oriunda de Bahía Blanca es muy familiera, y tiene una gran relación con todos sus parientes. El tenis los une todavía más y ella misma admite que no podría llevarse mejor con ellos. Cata, además, cuenta con muy buenas amigas tanto dentro como fuera del ámbito deportivo. Una de ellas es la rosarina Nadia Podoroska, quien se hizo muy conocida durante las últimas semanas.
A pesar de que practique tenis desde los cuatro años, no le gustan mucho los deportes. Pero la pelota y la raqueta no es lo único a lo que le dedica su tiempo y cabeza. Desde el año pasado, comenzó a estudiar psicología, y se esfuerza para poder dedicarse a la universidad y al tenis de la mejor manera.
Uno de los sueños de Cata era representar a Argentina y, de muy chica, lo pudo cumplir. En 2014 logró ser convocada para jugar en el conjunto nacional en la entonces llamada Fed Cup. “Me encanta jugar para la selección argentina”, asegura la tenista de 27 años siempre que tiene la oportunidad.
Catalina reconoce no tener ídolos, pero sí admira a muchas personas. A diferencia de varios, no idolatra a gente reconocida. Su principal admiración es hacia las personas más cercanas que practican la misma actividad. “Me encanta su esfuerzo, porque no lo veo mucho en la vida cotidiana”, comenta la deportista.
Otro de los objetivos de Cata desde que empezó a usar la raqueta era participar en un Grand Slam, y también lo pudo cumplir. A pesar de no haberse metido nunca en el cuadro principal, sí fue parte de la clasificación tanto del Abierto de Australia como del US Open. Una de las anécdotas más insólitas de la bahiense se relaciona con su entrada a estos torneos. “Por mi ranking, quedaba a nada de entrar a los Grand Slam. La organización me había dicho que era difícil que participara, así que me había anotado a otro torneo. Luego, un día antes del inicio de la qualy, me dijeron que sí podría entrar”, comenta Cata. Como aquella vez clasificó inesperadamente, para Wimbledon le pasó lo contrario. Quedó un solo puesto por detrás del requerido para participar.
Su logro más importante, sin dudas, fue ser la raqueta número uno de la Argentina. En 2016 finalizó entre las 200 mejores del mundo, consiguiendo de esta manera el ansiado objetivo. En 2017, a pesar de bajar más de 100 lugares, se mantuvo en esa privilegiada posición.
A lo largo de su carrera, la oriunda de Bahía Blanca ganó varios torneos y, según ella, el más importante fue el obtenido en Curitiba, Brasil, en 2016 por ser el primero.
Pero el tenis no solo le trajo alegrías a Catalina, sino también frustraciones. Debido a las pocas oportunidades para las tenistas mujeres en Argentina y en el resto de América Latina, la bahiense decidió darle un descanso a la raqueta, al menos, durante todo 2020. Quizá este descanso le permita recuperar fuerzas para volver más fuerte el próximo año y seguir demostrando la luchadora que es.