sábado, diciembre 7, 2024

Leones: crónica de una medalla dorada

Por Fausto Faccini

El entrenador Carlos “Chapa” Retegui siempre había elegido Mar del Plata para las preparaciones previas a torneos importantes. Para él es un lugar óptimo geográficamente. Conoce muy bien la ciudad y sabe que ahí su equipo tiene lo que necesite. Con el enfoque en Río 2016, se decidió que ese año los Leones hicieran dos pretemporadas en aquel lugar. Una en enero, otra en mayo. Ese último viaje era el final de una preparación de tres años para ir por el sueño de todo el hockey argentino.

Con la llegada de Retegui en 2013 se había marcado un cambio en el método de entrenamiento. El equipo solía entrenar seis horas semanales. Con el nuevo cuerpo técnico, el tiempo de entrenamiento aumentó de forma escalonada hasta alcanzar un promedio de 35 horas a la semana, con un pico máximo de intensidad y carga horaria en las pretemporadas.

En un día habitual en Mar del Plata, los jugadores se levantaban a las siete de la mañana e iban a entrenar a la playa sin desayunar. Les causaba gracia cruzarse a la gente que salía de los boliches, mientras que sus días recién empezaban. Corrían alrededor de 10 kilómetros y volvían al hotel para el desayuno. Después tenían entre uno y dos turnos en la cancha de hockey, y gimnasio al final del día. La idea era que al final de la jornada, el equipo haya corrido más de 30 kilómetros.

El plantel creía en el mensaje del cuerpo técnico, pero era más que habituales en los días de preparación en la Costa Atlántica las quejas de los jugadores por las cargas de los entrenamientos. “Si no me putean me tengo que ir a mi casa” decía Retegui. Para él, las quejas por la intensidad que pedía eran naturales. De todas formas, ya se había ganado en esos tres años la confianza de los jugadores.

En ese proceso previo a Río, los Leones habían sido segundos en las World Leagues de 2013 y 2015, terceros en el Mundial 2014, y campeones de los Panamericanos 2015. Los resultados se daban y el plantel veía que lo que Retegui les decía que iba a suceder, finalmente pasaba. Las indicaciones que recibían de parte de él, cuando se llevaban a la práctica terminaban con una mejora en sus rendimientos individuales. Esos indicios formaron la credibilidad de Retegui, quien le decía a su cuerpo técnico que iban a ser campeones del mundo.

Si había que guiarse por antecedentes, el oro parecía imposible. La mejor participación del hockey masculino a nivel olímpico había sido en 1948, un quinto puesto en el que no pasó de la fase de grupos. Argentina venía de ser décima en Londres 2012 y de no clasificar para Pekín 2008. Aunque la historia no estuviera a favor, desde antes del primer partido los jugadores ya creían en poder conseguir el logro deportivo de sus vidas.

Desde el día que los Leones pisaron Brasil, ya tenían claro que iban solo a competir, y una muestra fue la ausencia en la ceremonia inaugural. Como debían jugar al otro día a las 10 de la mañana, no fueron al desfile y se juntaron todos en una plaza dentro de la Villa Olímpica. Con el mate de por medio, y mientras veían pasar a las delegaciones rumbo al estadio, surgió una charla que fue un clic para el grupo.

-¿Para qué está el equipo?- le preguntó el delantero Juan Saladino a los jugadores que tenía cerca.

Si me dicen de firmar el bronce no lo hago- respondió Manuel Brunet. Todos estuvieron de acuerdo con esto. En medio de una charla llena de reflexiones, algunos jugadores llegaron a llorar de la emoción.

Al día siguiente llegó el debut ante Holanda. Los jugadores se levantaron, desayunaron juntos y fueron a hacer un trabajo de activación. El micro salió rumbo al estadio cerca de las 8:30. Cuando llegaron, se cambiaron, habló Retegui y salieron a la cancha 45 minutos antes para calentar. Como en cada partido, lo primero que sacó del bolso el preparador físico no fue un cono ni una bocha de hockey. Sacó una pelota de fútbol.

Los argentinos, entre risas, se pararon en ronda. La gente que los veía por primera vez se sorprendía. Del otro lado, los holandeses hacían físico. Un jugador sacó y empezó el famoso “que no caiga”. Un solo toque. Al que se le caía la pelota, perdía. Puede sonar raro para un equipo de hockey,  pero lo hacían al principio de cada partido. Había nacido como una cábala, pero con el tiempo se volvió el momento del grupo para divertirse y bajar las tensiones.

El debut terminó igualado. Argentina en un momento caía 3-1, pero lo empató con goles de Vila y Paredes en el último cuarto. Fue un comienzo positivo, si se tenía en cuenta que se perdía por dos goles y el rival había sido plata en el último mundial y en Londres.

Al otro día los Leones no tenían partido. Los días de descanso, si bien había entrenamiento, tenían tiempo para entretenerse y los horarios eran libres. Jugaban al ping pong en el sector de juegos, se juntaban en las plazas a tomar mate y hacían el juego de la entrada en calor. Retegui iba a estudiar rivales a la cancha y le permitía a los jugadores ir a ver otros deportes, pero estos no lo hacían para descansar.

El partido siguiente fue con Canadá, dos días después de Holanda. Argentina ganó 3-1 y con ese resultado se acomodaba en el Grupo B. No parecía difícil la clasificación, avanzaban cuatro equipos de seis a cuartos de final. Igual, era mejor salir lo más arriba posible para evitar rivales difíciles en la próxima ronda.

Hasta el momento, se habían dado resultados lógicos en el grupo. Alemania iba primera, y atrás Holanda y los Leones, pero llegó una derrota que no se esperaba y alteró la normalidad de la zona. El rival fue India, el máximo campeón olímpico con ocho medallas de oro. Sin embargo, no se consagra desde 1980 y en los papeles era un rival a vencer. Los asiáticos ganaron 2-1 y pasaron a Argentina en la tabla.

Ya pasó India. Todo depende de nosotros– dijo Retegui a sus jugadores después del partido. El equipo dejó atrás la derrota y empató al otro día con Alemania, el bicampeón olímpico. Con ese resultado los Leones no podían perder en la última fecha, en la que le ganaron a Irlanda y pasaron de ronda. En cuartos esperaba España.

Al partido con los españoles los jugadores lo consideran el peor que jugaron en Río, pero alcanzó para ganar 2-1. El plantel fue al hotel a ver por televisión el duelo entre Alemania y Nueva Zelanda, de donde salía el próximo rival. La mayoría quería jugar con los europeos por su juego ofensivo, aunque estos fueran los últimos bicampeones. Alemania dio vuelta su partido a falta de segundos y pasó a semis.

Contra el rival más difícil desde la previa, los Leones sorpresivamente jugaron el mejor partido. Tras ganarle 5-2 a Alemania, aseguraron la primera medalla de la historia del hockey masculino. El festejo, medido. Estaban decididos a ir por el oro.

En la final olímpica, los Leones jugaron con dos bajas claves, se habían lesionado Paredes y Matías Rey. Empezaron un gol abajo, pero a los seis minutos del segundo cuarto ya pasaban a ganar 3-1. El descuento de Bélgica le puso todavía más emoción al partido, que en el último cuarto se jugó cerca del área de Juan Vivaldi.

Retegui había pedido, en caso de ganar por un gol a falta de poco tiempo, no ir a buscar otro más y cerrar el partido, pero Agustín Mazzilli presionó en un error en el fondo de Bélgica a falta de menos de un minuto, y con el arco vacío puso el 4-2 final. Contra la historia y los pronósticos, pero con convicción y sacrificio, los Leones se colgaron la medalla de oro y le dieron al hockey argentino el logro más importante de su historia.

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