viernes, marzo 29, 2024

Desaparecer del mundo, la estrategia de un oro olímpico

Por Fausto Faccini

La tarde del 2 de septiembre pide no salir de casa en Mar del Plata. Llueve, hace frío, y algunos marplatenses todavía lamentan el anuncio de la vuelta a la fase 3 de la cuarentena. A unos 20 kilómetros del ahora silencioso centro, el ex ciclista Juan Curuchet tiene su casa en el campo. Es feliz de estar algo alejado de la ciudad en plena pandemia. Si mira por la ventana, lo único que ve es verde. Tiene lugar para hacer ejercicio, salir a caminar. Así elige vivir después de su retiro del ciclismo y su paso por la política.

Después del fin de su carrera deportiva, Curuchet asumió como senador de la Provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria en 2013. En 2016, se pasó al Frente Renovador, y al otro año terminó su mandato. Él siempre se había considerado “un gran mangueador de los políticos”, en referencia a que solía pedirles ayuda en lo deportivo. No existía el ENARD, ni algún ente que pudiera ayudarlo. Un día quiso estar del otro lado y transformar realidades. Se enfocó en proyectos relacionados con los atletas y el desarrollo del deporte. De todas formas, él se acuerda que había gente que le recomendaba no meterse en la política argentina porque corría el riesgo de ganarse una mala imagen social.

-¿Por qué creés que está mal vista la política en Argentina?

-Porque hicieron todo mal. Desde el 1800 hasta acá. Estamos en un país rico, donde el 50% es pobre. Los políticos se creen dueños de lo que es de la gente.

El análisis crítico de Curuchet sobre la distribución de los recursos del país para los que menos tienen, no lo hace desde el desconocimiento. Alguna vez, a él y a su familia, no les sobró la comida. 

Curuchet creció en una familia humilde. Vivía en una casa muy chica en Mar del Plata, donde la cena muchas veces era mate cocido con pan, o el padre no comía para que Juan y su hermano Gabriel pudieran hacerlo. Él cuenta con emoción cuando a los siete años, Gabriel calentó agua e hizo agujeros en un tacho para cumplirle el sueño de bañarse por primera vez en una ducha. Si bien había necesidades, recuerda su niñez como feliz.

Ese niño y su hermano tenían una ilusión heredada. Venía de familia, los padres de Curuchet se habían conocido por el ciclismo. Ovidio Curuchet era fanático, pero en un momento no quería que su hijo Juan corriera. Quería que siguiera con el fútbol, el deporte que hacía de adolescente. A escondidas de su papá, Curuchet se fue a correr su primera carrera. Como sus familiares le decían Esteban, se anotó como Juan Curuchet para no ser reconocido. Ganó la carrera, y así fue su despegue. A los ocho meses ya representaba al país.

La emoción de ese primer día de probarse la camiseta argentina a los 17 años, a Curuchet nunca dejó de pasarle hasta el día de su retiro. La idea de ir por una medalla olímpica, aunque haya tardado 24 años en llegar, dice que está presente desde sus 19 años, cuando fue a sus primeros Juegos.

-¿Cuándo creíste real la posibilidad de ganar una medalla?

-Nunca lo dudé. Cuando terminé quinto en los juegos de 1984, dije: “quiero una medalla de estas”. En cualquiera de los cinco juegos que vinieron después, siempre fui con la misma convicción.

Curuchet corrió en 1984, 1988, 1996 y 2000 en dupla con su hermano. La fe y el esfuerzo estaban, pero la medalla olímpica les era esquiva. Gabriel se retiró y el compañero de Juan pasó a ser Walter Pérez. En 2004, consiguieron el oro en el Mundial de Moscú, pero en los juegos de Atenas terminaron novenos. Curuchet estuvo tres días sin dormir después de no conseguir la medalla.

-¿Pensaste en dejar después de Atenas?

-No. Los tres días sin dormir fueron por planificar cuatro años hasta los próximos Juegos.

La preparación para Pekín consistió en hacer un promedio de 200 kilómetros por día. Al año, la idea era hacer 35.000, y llegar a los Juegos con 124.000 kilómetros recorridos. En esos años, en algunas pruebas Curuchet se dejaba pasar los rivales para no mostrar su nivel. Iba a llegar con 43 años, no quería ser tenido en cuenta por los demás. La estrategia era “desaparecer del mundo”. 

En esa puesta a punto de cuatro años, el marplatense no dejó pasar un detalle. Durante ese lapso se dedicó a estudiar las muestras de dolor en sus rivales. La idea era que al detectar el cansancio rival en la carrera, él y Pérez irían a atacarlo y pasarlo. El detallismo de Curuchet llegaba al punto de llevarse sus propias pastas a Pekín. Para la cena de la noche anterior sabía que iba a necesitar carbohidratos, que no los iba a tener con la comida de la Villa Olímpica. No se le podía escapar nada, el día siguiente podía ser el sueño de toda una vida, y tal vez, la última oportunidad.

Esa noche soñó que iba a ser campeón, y con el transcurso de su gran día vio como algunas cosas del sueño se repetían. Lo hizo realidad. Curuchet ganó junto a Walter Pérez en las 200 vueltas de la prueba Madison y le dieron la segunda medalla de oro a la Argentina en Pekín.

Fue el logro máximo para Curuchet. Le había dedicado la vida al ciclismo, sacrificó muchas cosas. Por competir se perdió el nacimiento de sus cuatro hijos. Para él, valió la pena. Curuchet sabe que tarde o temprano, la medalla olímpica iba a llegar.

-¿Pensaste alguna vez qué hubiese pasado si perdías en Pekín?

– No. Estaba claro que eso no iba a pasar.

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