Por Sol Pochettino
La historia de Pablo Asensio estará siempre asemejada a la de alguien que desde el primer día eligió el destino de su vida. Su camino estuvo y estará rumbeado al mundo del fútbol desde principio a fin, y él nunca lo puso en duda.
Ex jugador, hoy director técnico sin trabajo, está llevando a cabo uno de sus proyectos personales: desarrollar un diamante en bruto. Tiene el desafío de florecer a un talento argentino e integrarlo en el Viejo Continente, particularmente en Inglaterra, donde prevalece una filosofía futbolística totalmente diferente a la del país de origen del joven.
Thomás Gómez Montefiori tiene 17 años y es oriundo de Merlo, tuvo su paso por las inferiores de River Plate y actualmente entrena con el Atlético Monte Azul de Brasil. Es un 10 zurdo, con estilo similar al de Rivaldo y Erik Lamela, metro ochenta de altura y delgado como Nacho Fernández. Está tramitando su pasaporte italiano ya que el Milan y el Torino posaron sus ojos en él. Pablo admite tener admiración por su creatividad y dice que cuando agarra la pelota en los últimos tres cuartos de cancha, “se endiabla”.
“Thomi es un caso especial para mí. Mi intención es fomentar su crecimiento desde el ojo y punto de vista de entrenador, no de agente”, confiesa, y expresa: “La gente que no está en el ámbito del fútbol no va a entender porqué estoy motivado a hacer esto, pero es mi piedra que pulir, mi experimento. Quiero ser alguien importante para él”.
Completó un curso de psicología deportiva y considera fundamental brindarle a su “mimado” tales conocimientos, debido a que sería un cambio de gran magnitud para un chico de un barrio de Buenos Aires, parar en suelo inglés. “No pasa por la habilidad de juego, sino por la cabeza que tenga”, declara al respecto, con clara experiencia en el rubro.
Pablo cuenta que los padres del adolescente no quieren que juegue en el fútbol argentino porque consideran que el nivel de corrupción en las divisiones juveniles es demasiado alto. Él coincide en el pensamiento pero sostiene que no es un impedimento para que los grandes talentos lleguen, sino que suma a la lista a los que tienen conexiones, quienes de todas formas terminan desapareciendo con el correr del tiempo.
Esto le rememoró sus épocas como futbolista y principalmente sus años en las inferiores de Gimnasia de La Plata, donde era suplente de Gustavo Barros Schelotto: “El papá de los mellizos había sido presidente del Lobo y controlaba mucho la situación de sus hijos. Tenían una protección especial y les limpiaron dos o tres categorías por encima, echando a todos los que eran buenos en sus puestos”.
“En todos los clubes existe la corrupción, siempre está el acomodado. Yo sabía que había arreglos, por eso un día me cansé y me fui”, manifiesta. Relata Asensio que cuando se quiso ir le ofrecieron la camiseta número 10 y titularidad en una categoría mayor (porque, claro, habilidades no le faltaban, el inconveniente era que coincidía en año y posición con Gustavo). Aceptó la propuesta y jugó un puñado de partidos, pero sus nuevos compañeros se quejaron de la situación, ya que era el último año en el que ellos contaban con posibilidades de firmar un contrato, mientras vivían en la sede social lejos de sus familias. El director técnico se lo explicó y pasó a Racing, donde permaneció hasta Reserva.
Luego fue a probarse a Gremio de Brasil, bajo las órdenes de Luiz Felipe Scolari. Ya tenía todo arreglado, hasta “promesa de firma”, y en el medio viajó a Argentina para visitar a su novia de aquel momento. Para no perder el ritmo durante esos días, fue a jugar un partido con conocidos de su representante, pero una patada le rompió los tres ligamentos del tobillo, y el equipo de Porto Alegre no quiso saber más nada. “Fue mi gran oportunidad, porque era chico y volaba, era un bestia física y mentalmente. Pensaba que podía ser el 10 de Gremio”, recuerda con nostalgia.
Hoy, 25 años después, Pablo piensa que podría haberse retirado en ese momento, porque cargaba consigo varios intentos fallidos y a partir de esa situación nada fue igual. “Llega un momento en el que empezás a pensar ‘me quedo sin equipo, no voy a jugar más, qué voy a hacer de mi vida si la dediqué entera a esto’, comenzás a tomar decisiones desesperadas, y la intranquilidad te lleva a no conseguir lo que querés”.
Comenta que una de las locuras más grandes que hizo por la redonda fue cuando su padre, después de la rotura de ligamentos, le dijo que si seguía jugando al fútbol se iba a tener que ir de la casa, y que la otra opción era pagarle los estudios. Pablo no lo dudó ni un segundo y le respondió: “Pasame las muletas”. Hasta el día de hoy, nunca más volvió.
Otra “imprudencia” que Pablo cometió fue irse a probar suerte a una gira fallida por Madrid con 15 años, un pasaporte, un par de botines y 50 dólares: “El taxi me costó 17, me quedaron 33, no tenía plata ni para hablar por teléfono”. 32 años después de eso, confirmó estar transitando una nueva locura: irse a Brasil en medio de la pandemia del coronavirus solo para entrenar a un chico que no tiene equipo, sin fecha de retorno.
Cree que no llegó a donde quiso debido a que “cuando uno no tiene el éxito deseado, es porque hay algo que no sabe”: “La mentalidad es el 80% y yo fui mi peor enemigo, tenía miedo a fracasar y fracasé, pero no tenía miedo de irme a España con 50 dólares (entre risas). No supe tener el balance, pisar el freno de vez en cuando, estaba en un cumpleaños de 15 y pensaba en el pase que había errado en el entrenamiento”.
Su siguiente destino fue una prueba en el Rayo Vallecano, donde cumplió uno de sus sueños: tirar paredes hasta penetrar la defensa rival con el astro brasileño, Dirceu. “En ese momento olvidé que me estaban mirando y la rompí, lo único que me importaba era que estaba jugando al lado de él. Éramos el departamento creativo del equipo, liderábamos un ataque cada uno, le puse un cambio de frente en el pecho y en el entretiempo me felicitó. Fue el único partido de mi vida en el que no sentí cansancio, podía jugar 20 horas seguidas que la adrenalina de ese acontecimiento no iba a permitirme bajar el ritmo. Y esa noche me invitó al bingo con él”, cuenta con emoción y alegría.
A la mañana siguiente, los dirigentes lo sentaron en una mesa porque querían contratarlo, y en ese preciso momento llamaron a Racing para pedir referencias sobre él. Alguien atiende y dice: “Excelente persona, muy buen jugador, pero está roto”. Cortaron la comunicación y le cuestionaron: “¿Por qué nos ocultaste esto?”. Pablo respondió: “No estoy roto, tuve una lesión que es distinto. Ustedes me vieron jugar ayer y no tengo ningún problema”. Le dijeron que el tobillo nunca vuelve al 100% tras una rotura de ligamentos y le recriminaron que “los argentinos siempre haciendo estas cosas”.
Todavía se lo lamenta: “Esa persona me entregó atado, se podría haber guardado esa información y yo hubiese firmado, porque la lesión no fue en Racing, yo era jugador libre. Si atendía otro, al día siguiente yo estaba entrenando con la primera del Rayo, mi vida hubiese sido otra. No le guardo rencor porque el odio vive adentro de uno, te termina enfermando a vos mismo. Me quedo con el excelente partido que hice al lado de Dirceu, para enmarcarlo y llevármelo a la eternidad. Toqué el cielo con las manos”, concreta.
“Al Pablo de hace 25 años le diría que solo se focalice en lo positivo, siempre pensaba en qué iba a pasar si no llegaba a firmar tal contrato, y lo negativo lo atraés. Si tenés ansiedad es porque en algún lado tu corazón tiene miedo, su opuesto es la fe, y ella siempre da serenidad y bienestar”. Sentía que lo manejaba la obsesión y adentro de la cancha constantemente tenía la impresión de estar dando examen.
Afirma que, si le preguntaran a sus entrenadores o compañeros, dirían que “Pablo no llegó porque estaba loco”. Sobreanalizaba los partidos y las prácticas. Los días de lluvia “entrenaba como un desaforado” porque sabía que nadie lo estaba haciendo y lo tomaba como un día de ventaja que le sacaba a los demás jugadores. Pagaba doble en el gimnasio que asistía fuera de Gimnasia y Racing para que no se sepa que iba, ya que en ese momento estaba prohibido porque se creía que perjudicaba el crecimiento del deportista.
Hoy Pablo mira hacia atrás y dice: “Perdí mucha plata pero gané ser la persona y el director técnico que soy. Pasé por muchos estilos (argentino, brasileño, español, italiano, inglés y griego) y de todos aprendí para perfeccionar mi modo de juego. El combo completo para el éxito es: filosofía futbolística + mentalidad + valentía. Mis dos sueños son llegar a dirigir a nivel internacional o en la Premier League, y el otro se basa en Thomi: intentar ponerlo en la Selección Argentina y que juegue en uno o más de los diez mejores equipos del mundo”.
Formó parte del cuerpo técnico de Juande Ramos y Gustavo Poyet en el Tottenham Hotspur, donde tuvo en la banda izquierda a Gareth Bale y a Dimitar Berbatov llevando los hilos del equipo. “Cerré la etapa como jugador y abrí la de la dirección técnica. Soy capaz de seguir haciendo locuras por el fútbol, seguir viviéndolo de la misma manera. Aprendí de todo lo que me pasó, a buscar más variantes y vueltas a los problemas”, expresa.
Pablo Asensio concluye: “Sembré durante los primeros 47 años de mi vida y cosecharé en la segunda mitad. Quiero triunfar en este deporte, tengo decidido dedicarme entero a ello. No puedo ocultar que no logré lo que quería como futbolista, pero muchos se dieron por vencidos y yo todavía estoy acá. No pude llegar como jugador, pero llegaré como entrenador”.