jueves, abril 18, 2024

Billy Rodas, el jugador que no quiso ser “mejor que Messi”

Por Matías Cavallero e Iñaki Peña

“Que se vaya tranquilo, acá nos quedamos con Rodas”, dice supuestamente Eduardo López, presidente de Newell’s Old Boys, justificándose por la salida de un tal Lionel Messi a España. Por las divisiones juveniles de la Lepra se contagia de boca en boca que Gustavo “Billy” Rodas es mejor. Ambos son promesas. Él, de la categoría 86, y la Pulga, de la 87, gambetean y humillan a sus rivales, pero desde arriba solo apuestan por uno.

“De chiquito me imaginaba que iba a llegar a Primera, no sé si lejos, pero a Primera sí, me tenía fe”. Y claro que sí: a Rodas, condiciones le sobraban. “Lo que más me acuerdo era su facilidad para controlar la pelota, para recibir con ambos perfiles y encarar. También tiraba los córners de los dos lados con pierna cerrada cuando muchos de nosotros estábamos aprendiendo a patear”, comentó Nahuel “Patón” Guzmán, excompañero suyo en inferiores. “El Billy era muy bueno. El sueño de cualquiera que los vio jugar a Messi y a Rodas era que llegaran a jugar juntos en la primera de Newell’s”, lamentó.

“Puedo decir que a mí me tocó jugar con el Billy, que es una maravilla. Era hermoso verlo, tanto en Newell’s como cuando íbamos a la Selección juvenil”, destacó el arquero de Tigres de México. “Terminó debutando a los 16 años y para nosotros era un orgullo verlo ahí, en el lugar donde queríamos estar todos; fue un motivador de sueños”, sumó.

Es domingo, 18 de agosto del 2002. Julio Zamora manda a la cancha al gran talento del que tanto se habla. Desde las gradas se ilusionan con la presencia de un nuevo futuro, el joven Rodas, quien debuta con gol. El resto no es historia.

El banco de suplentes no era su hábitat natural. Prefería estar parado, ordenando, con morisquetas y movimientos varios, pero con ese don que le permitió olfatear el talento. Su nombre es sinónimo de formación y, en conjunto con José Pekerman, le dio alas a una generación de jóvenes con unas cualidades que, aún en edad de pupilos, les permitían desparramar un juego vistoso. El ojo clínico de Hugo Tocalli detectó a Lionel Messi y lo llevó a concretar el amor eterno del rosarino con la celeste y blanca en un amistoso ante Paraguay. Pero un año antes no había dudado en reconocer que un chiquito escurridizo con madera de crack que transpiraba sangre leprosa sería la carta más furibunda en el ataque argentino durante el Sudamericano sub-17.

Omar Souto ha visto transcurrir por sus retinas grandes –e incipientes- exponentes del fútbol local y promesas que nunca acabaron de explotar como se esperaba. Sin embargo, el histórico gerente de Selecciones nacionales analiza que Rodas era un caso especial: “Hubo muchos chicos que pasaron por la Selección que daban para mucho más en sus carreras: Livio Prieto, el de Independiente… y Billy, que jugaba en Newell’s; después se quedó, pintaba para ser un gran jugador. Tenía cosas de Leo, era muy bueno”. Aquel campeonato, disputado en 2003, lo tuvo al enganche junto a Ariel Cólzera y Hernán Peirone en la delantera; pese a los resultados positivos y a que el equipo funcionaba de memoria, su poca continuidad en el conjunto de Rosario lo marginó de participar en el Mundial que, a posteriori, culminaría con Argentina en un meritorio tercer puesto. Y con el sueño de Rodas.

Quizás Billy tuvo el comienzo de la imaginación de muchos: por un instante fue el festejo de los que cierran los ojos y se ven en su lugar. “En ese tiempo venía entrenando en Primera, en lo futbolístico estaba muy preparado, el tema es que por ahí en la cabeza no lo estaba”, expresó Rodas. “Una vez que debuté, me enfoqué en otra cosa, me olvidé de lo que era el fútbol, me mareé un poco y me perdí, con 16 años tenía lo que quería y hacía lo que quería. En ese tiempo no tuve gente al lado para manejarme bien y ponerme límites, también me hago cargo de lo que hice”, confesó quien integró el plantel campeón de Newell´s en el 2004.

A esa edad, justo en el comienzo de su carrera, Rodas fue padre. A partir de ahí, el fútbol comenzó a tomar otro sentido. “Si no hubiese nacido mi hijo, hubiese dejado el fútbol, lo hacía por necesidad de tener que mantenerlo, de salir a trabajar y comprar lo que él necesitaba. Me hizo bien”, planteó Billy. Pero los meses pasaron y la pelota empezó a pesar más, algo natural. “Cuando debuté y era chico no sentía presión, entraba contento a hacer lo que sabía, era un juego para mí, entraba libre. Una vez que empezó a pasar el tiempo se ponía más serio, cuando se perdía todo era peor, ya los compañeros te hacían sentir los nervios, estaba en juego la plata de la familia”.

En Rosario se preguntan por qué el Billy Rodas no triunfó, pero sin cuestionarse qué es el triunfo. Se sabe también que calentaba los bancos con entrenadores como Héctor Veira y Américo Gallego, aún con su notoria habilidad. Su figura comenzó a desvanecerse, su historia suena cada vez menos y sus testigos aún buscan explicaciones sobre su camino. “Lo que me hizo quedar fue el no ser apasionado por el fútbol, desde chico empecé bien y después con las presiones… tenía a mis viejos, que pensaban que se iban a salvar conmigo, fueron pasando cosas que me hicieron dejar de querer al fútbol, me sacaron esa pasión”, mencionó el enganche. “No podía estar con mis amigos porque me mandaban a dormir la siesta con ocho años, a esa edad yo quería jugar con ellos y andar en bicicleta. Cuando crecí y comencé a decidir por mí, a hacer cosas que de chiquito no podía hacer, se me fueron las ganas de jugar, no quería saber nada”, detalló.

Las vuvuzelas sonaban en distintos rincones del planeta. El ambiente se iba transformando y la gesta que se vivía en Sudáfrica preparaba las gargantas de poblaciones enteras. Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil buscarían que la Copa del Mundo brillara en sus vitrinas; pero en una pequeña ciudad peruana, de apenas 200.000 habitantes, la llegada de un excompañero del mejor jugador del planeta provocó una revolución. Huánuco disfrutó de su propio mundial, gozó con el buen fútbol de Billy Rodas y, como pocas veces, un equipo que no formaba parte de los “albores” de la urbe estaba en las primeras planas de los diarios.

En contadas ocasiones conjuntos de las afueras de Lima logran ubicarse a la par de las tres potencias capitalinas –Universitario, Alianza y Sporting Cristal-. El periodista de El Comercio, Gabriel Casimiro, cuenta que el arribo del argentino generó dudas en un principio: “De Rodas no se sabía mucho, no había tanto acceso a Internet como ahora. Luego nos enteramos de las referencias que había sobre él, de que era comparado con Messi por su habilidad en las inferiores de Newell’s”. Poco a poco, el Campeonato Descentralizado del 2010 le haría honor a su nombre: el sorprendente León de Huánuco superaba escollos y se colaba entre los dos mejores equipos del torneo. La pegada y la exquisitez de Billy fueron determinantes.

“Empezamos a notar que marcaba la diferencia: llevaba la pelota pegada al pie, desequilibraba como nadie y era capaz de ganar partidos por sí mismo”, asegura Casimiro. Casi sin pensarlo, la competición encontró a los huanuqueños en la final, en la que debían enfrentar a la Universidad San Martín de Porres. “Sin Billy hubiera sido imposible que llegaran tan lejos. Daba la sensación de que pudo haber sido un jugador con una carrera más trascendente, pero no fue lo suficientemente profesional y el entorno no lo ayudó demasiado”, completa el periodista.

Aquella instancia decisiva, que se definió a duelos ida y vuelta, dejó a León a un paso de la consagración histórica. El furor que Rodas causó en Perú contrastó con su perfil bajo y su poca relación con la prensa: “Hablaba poco, casi nada. Se notaba que no le gustaba dar entrevistas”. Pasos posteriores por Talleres de Córdoba, Jorge Wilstermann de Bolivia, Estudiantes de Río Cuarto y hasta una vuelta a Perú con Universidad César Vallejo no encontraron puntos de comparación con el momento de auge de un futbolista que no disfrutaba de serlo.

Hoy quiere poner una escuelita de fútbol, aunque no se muestra relacionado con el deporte. No mira partidos, no le interesan. Piensa en transmitir su experiencia: sabe y aclara que para jugar te tiene que gustar y tenés que ser apasionado, porque si no, vas a “sufrir”. Quiere buscarle el cambio a una actualidad que le preocupa: “Veo a padres que piensan que se van a salvar con los chicos y les terminan arruinando la vida, les exigen que logren cosas que ellos no pudieron”, descargó. También le aterra que desaparezcan los Rodas, Formica, Manso y Messi. “No quedan enganches y los que quedan juegan muy poco, ahora los usan de mediapuntas”, resaltó preocupado. En Parque Independencia vociferan que la ausencia de los 10 en las canchas tiene un sentido inclaudicable: nadie se anima a tapar con baches la leyenda de Billy.

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