Por Matías Cavallero
A más de 3000 kilómetros de distancia de su tierra natal, un grupito de soñadores sonreían al unísono. Todos portaban, con orgullo, el símbolo argentino en su indumentaria. Y además, casi que de yapa, a los colores celeste y blanco los acompañaban unos matices brillantes: a las medallas de plata y de bronce no se las quitaba nadie. En los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019, Trinidad Coppola –salto en largo- y Candela Cerrudo -100 metros– levantaron su presea de bronce. Las de plata quedaron para Jonathan Marín y Florencia Romero –lanzamiento de bala-. Sin embargo, estos atletas con una discapacidad visual que, en condiciones normales, no les permitiría competir, cuentan con una ayuda inconmensurable. Los guías los acompañan durante sus travesías y, a lo largo del recorrido, los siguen a la par, buscando superar marcas.
Desde Londres 2012, los compañeros de ruta de los deportistas ciegos también reciben su respectiva medalla en caso de subirse al podio. En la selección argentina de atletismo paralímpico, cinco guías comparten un largo proceso con nueve competidores de diversas disciplinas. Juan Manuel Jasid, acompañante de larga experiencia en torneos de deporte adaptado y que forma parte del combinado nacional, se compenetra con los atletas al máximo, en un acto de amor dentro y fuera de la pista.
“Yo comencé siendo un atleta convencional. Allá por el 2014 estaba por retirarme y se me acercó el entrenador nacional de atletismo para ciegos, y me ofreció la oportunidad de ser guía. En ese momento, sabía que aquello existía pero no de manera competitiva. Así que al principio lo dudé, pero me invitó a hacer una prueba. La verdad es que me fascinó. Lo que más me sorprendió es que, lejos de lo que yo creía, que era una actividad social y recreativa, era un entrenamiento de alto rendimiento”, comenta, rememorando sus comienzos en una actividad que escasea.
Por más que para ellos el contacto físico no está permitido, la conexión se produce igual y la importancia de la empatía es crucial: “En sí la función del guía es ser el acompañante del atleta ciego, ya sea en los entrenamientos como en las competencias. Nosotros servimos, principalmente, de orientación. Además somos entrenadores, así que los corregimos técnicamente y los preparamos físicamente. Nosotros no podemos serles más de ayuda que a partir de la orientación, no podemos ni empujarlos ni traccionarlos. Tampoco podemos cruzar la línea de llegada antes que ellos. Son todas situaciones de descalificación”.
La cuestión se complejiza a la hora de aplicar sus conocimientos en la pista o en el terreno. En todas las competiciones que abordan esta disciplina, se utiliza la técnica de espejo, la cual conlleva una gran dificultad: “Consiste en correr uno al lado del otro con dos características: cuando el atleta apoya el pie izquierdo, nosotros tenemos que apoyar el pie derecho, y viceversa. Lo mismo con el braceo. La segunda característica es que estos movimientos tienen que ser simultáneos; los apoyos tienen que ser al mismo tiempo. Si vos nos vieras de costado, deberías ver una sola silueta. Obviamente eso es el ideal”.
El objetivo principal radica en que, cuanto más fluidos sean esos apoyos y esa sincronización, haya menor pérdida de velocidad: “El entrenamiento está principalmente abocado a maximizarlos”. Sin embargo, para conseguirlo, son necesarias varias sesiones de entrenamiento que, por su periodicidad, se convierten en un estilo de vida. “Lo hacemos seis veces por semana durante tres o cuatro horas por día. Llegamos a un nivel en el que lo tenemos bastante aceitado”, analiza el ex deportista convencional.
“El entrenamiento es a la par. Lo que hacemos es complementario. El guía siempre debe tener un margen de rendimiento con respecto al atleta. Nosotros no podemos ser más lentos que ellos, porque los perjudicamos, pero sí hacerlo con un poco más de velocidad para bancarnos el máximo esfuerzo. Hay que estar atentos y tener la capacidad de observación y ubicación para que, si estás muy cansado y con fatiga extrema, lo puedas hacer igual”, explica Jasid.
Bruno Zanacchi, guía que ha participado en los Juegos Parapanamericanos de Toronto 2015 y de Lima 2019 con la selección argentina, hace énfasis en el aprendizaje mutuo, que no solo se limita a lo que ocurre dentro del circuito: “Es increíble cómo ellos pueden manejarse en la vida cotidiana, se adaptan a lo que tienen. Nosotros nos creamos problemas que tienen solución e inmediatamente los atletas, que son los que tienen una discapacidad, nos muestran el camino”.
La pandemia del coronavirus frenó, por el momento, las aspiraciones del elenco albiceleste de repetir las buenas actuaciones parapanamericanas en una competición más trascendente: “El gran objetivo este año eran los Juegos Paralímpicos de Tokio, pero será hasta el año que viene. La cuarentena se vuelve complicada porque no nos podemos encontrar. De todas maneras, los chicos tienen una rutina que hacen en sus casas para que mantengan su estado físico. No pueden salir a correr porque no estamos a su lado. Nosotros también seguimos una preparación física general”.
“En Argentina no hay muchos guías. Sé que hubo un par de ONGs que ayudan a los corredores de calle. En general los que acompañan, en esa iniciativa, son runners, pero no a los maratonistas, sino a los amateurs. Nosotros, que somos corredores de pista, somos pocos. Por lo general, los que hacen de guía cuando los atletas son chicos es el profe de educación física o un familiar. Si el atleta va mejorando, va a requerir un guía que haya sido atleta”, aseguran ambos sobre el poco desarrollo de su actividad en el país.
Jasid resalta lo fundamental de su papel y remarca lo inigualable de su nexo con los deportistas: “La relación trasciende lo deportivo. Somos grandes confidentes luego de tantas horas del día pasándola juntos. Hay una gran relación humana. Llega un punto en que todo se vuelve difícil porque para los atletas es importante lo que hacen, ellos reciben una beca. Eso hace que los niveles de estrés y nervios vayan subiendo en algunas competencias. Nosotros, que en su mayoría somos profes de educación física, tenemos que saber llevar esas cuestiones”.
Debido a estas aristas, amplía el acompañante, funcionan como “guías, entrenadores, y hasta una especie de amigos”. Su lazo es tan particular que resulta complejo encontrar similitudes con otras actividades. Aquel mundo tan vasto, de todas formas, favorece la aparición de nuevos participantes y reproduce valores tan importantes como la solidaridad, el compañerismo y el trabajo en equipo.
El guía Ignacio Pignataro, que también forma parte del combinado nacional, añade la relevancia de “construir un vínculo” antes de pasar al plano estrictamente deportivo. “Tenemos que generar la confianza suficiente como para que el atleta confíe en su seguridad y en su integridad física”, expresa. Destaca el rol del entrenador como colaborador, e insiste en la necesidad de ponerse en el mismo lugar que el deportista: “El respeto tiene que ser algo natural, de pares; de otra manera, se transforma en lástima. Eso muchas veces se malinterpreta y se sobreactúa; hacer sentir al competidor como ‘pobrecito’ sería mostrarnos como mejores que ellos, y no es así”.