Por Franco Welter
Juan Eduardo Hohberg nació en Córdoba, Argentina pero de pequeño se instaló con sus padres en Montevideo. En 1948 debutó en la primera de Peñarol y no tardó en convertirse en ídolo de la parcialidad “Manya” gracias a su potencia, su despliegue y su entrega. Hohberg festejó como un uruguayo más la épica consagración en el Maracaná y fue el amor brindado por el público de Peñarol el que lo llevó a aceptar la convocatoria hecha por Juan López, entrenador uruguayo, para defender los colores celestes en el Mundial de Suiza 1954. Sin saberlo el cordobés estaba por escribir el capítulo más grande de su historia futbolística.
Fue Hohberg, el protagonista de uno de los hechos más insólitos vividos en la historia del fútbol mundial. Revivió tras haber sufrido un paro cardiaco durante la semifinal disputada contra Hungría en el mundial 1954 jugado en Suiza.
El 30 de junio de 1954, la ciudad de Lausana fue el foco de la atención mundial, allí se enfrentaban Uruguay y Hungría. La lluvia le puso un marco mucho más emotivo al que ya de por si se vivía en las gradas. Los húngaros agotaron sus entradas, mientras que por el lado uruguayo no había más de cien personas aunque contaban con todo el apoyo del público local que se inclinaba por ellos.
La Selección uruguaya intentaba volver a obtener el título ya conseguido en el Mundial 1950 y para ello debía superar a la temible Hungría, que estaba conformada con grandes jugadores como Ferenc Puskas y Sándor Kocsis, y era clara favorita para hacerse con el trofeo.
Desde el principio, todo fue cuesta arriba para los orientales. En el comienzo del segundo tiempo ya caían por 2-0 en un estadio repleto de fanáticos europeos. Fue en ese momento cuando apareció Juan Hohberg. Era su debut en la selección uruguaya. Sus dos goles, a los 75 y 86 minutos, le dieron esperanzas al conjunto de Juan López. Pero fue en el segundo, el momento cuando se produjo la llamativa y exótica anécdota.
La defensa húngara formó un estructura sólida, el 1-2 parecía impasable, hasta que Hohberg logró sobreponerse a la marcación de la defensa que abundaba en el área. Después de evadir al portero Gyula Grosics, y convertir a puerta vacía, el ex futbolista levantó las manos y comenzó a festejar. El relator saltó de su butaca, y dejó salir de su garganta el sonido más emotivo que jamás haya emitido. Ese efusivo grito de “Gol, gol uruguayo, Hohberg, a los 43 minutos” que Carlos Solé soltó en Suiza, paralizó el corazón de miles de uruguayos que seguían la transmisión por radio.
Juan Hohberg, el héroe de la tarde, se puso de pie y totalmente embarrado salió disparado en una carrera alocada. Algún compañero detuvo su marcha con un abrazo que se pareció más a un tackle que a un gesto afectuoso, y así se sumaron uno, dos, tres… diez. De pronto el héroe de la jornada se vio tapado por una avalancha celeste. Y al culminar el festejo, todos se pusieron de pie menos uno, Juan Hohberg. El heroico delantero, que había quedado literalmente sepultado por sus compañeros, estaba tirado en el césped y sin signos vitales evidentes.
Rápidamente llegó a atenderlo Carlos Abate, el kinesiólogo de aquella selección. El estadio enmudeció, la alegría pasó a ser incertidumbre, el éxtasis fue desesperación y todas las miradas y los flashes fueron para ese hombre que recostado contra las tribunas recibía masajes cardiacos, respiración boca a boca. Tras varios segundos intentando reanimarlo a base de masajes en el pecho, Abate le suministró Coramina oral, un medicamento que estimula las funciones vasomotoras y respiratorias. Fue en ese momento cuando revivió.
Con el empate sellado, el encuentro debió ir a tiempo suplementario, y Hohberg ya milagrosamente repuesto, a pesar de las indicaciones del personal médico, se reincorporó al elenco celeste y decidió entrar nuevamente al campo para completar lo que había empezado. Uruguay no tenía más cambios y debían defender, como sea, la racha de 21 partidos invictos entre Mundiales y Juegos Olímpicos.
Hungría sin embargo, logró marcar dos veces más y ahogó las ilusiones orientales de volver a disputar una segunda final mundialista consecutiva. Austria iba a ser su rival en el partido por el tercer puesto, mientras que Alemania Federal se consagraría campeón al vencer por 3-2 a los húngaros. El último lugar del podio tampoco quedó en manos de los charrúas, que cayeron 3-1 ante Austria. Lo destacable de ese encuentro es que Juan Hohberg lo disputó y marcó el gol del descuento, a pesar de lo que había sucedido con su corazón.
Pese a que lo apodaban el “Cordobés” por haber nacido en esa provincia de la Argentina, Juan Hohberg dejó más que claro dentro de un campo de juego, que pese a lo que diga su documento, su corazón era charrúa, ese que se paralizó de la emoción.
Tras abandonar el futbol por un breve lapso a raíz de un accidente, en 1958 retorno a Peñarol, club en el cual obtuvo tres campeonatos uruguayos y la Copa Libertadores de 1960. Luego pasó por Cúcuta y Racing de Montevideo, institución en la que se retiró jugando su último partido oficial frente a Fenix en 1967.
Finalizada su carrera como futbolista, Hohberg inició su etapa como entrenador en la que dirigió clubes como Cúcuta, Atlético Nacional de Medellín, Peñarol y Racing de Montevideo. Fue el director técnico de la Selección uruguaya en la Copa Mundial de 1970, obteniendo el cuarto lugar. En 1977 dejó el ámbito futbolístico para radicarse en Lima, Perú donde vivió y murióa en 1996.
Alejandro Hohberg, nieto de Juan y actual jugador de Club Universitario de Deportes, de Perú fue entrevistado en #AlÁngulo, un programa televisivo de ese país y aseguró: “Conocí poco a mi abuelo, realmente estoy orgulloso de él y lo que hizo, pero no soy de golpearme el pecho para sobresalir gracias a ese hecho. Cada vez que se nombre al apellido Hohberg, al primero que recordarán es a mi abuelo y no a mi. Creo que el más orgulloso está es mi padre”.