Por Thomas Somoza
El sábado 16 de mayo volvió el fútbol en Alemania —suspendido en todo el mundo por la pandemia provocada por el coronavirus— y el Saint Pauli venció el domingo por 1 a 0 a Nürnberg por la fecha 26 de la segunda división. El equipo de Hamburgo se fundó el 15 de mayo de 1910 (cumplió 110 años), tiene una historia ligada a la militancia social y sus directivos e hinchas se reconocen como antifascistas, antihomofóbicos, antiracistas y antisexistas. Un club progresista y de una ideología de izquierda que hace flamear banderas de Ernesto Che Guevara.
Nació por obra de trabajadores del puerto de Hamburgo —el Río Elba penetra en esa ciudad y desemboca en el Mar del Norte, centro de la piratería en el pasado, por lo que sus hinchas llevan el apodo de piratas y usan el dibujo de la típica calavera— y marineros mercantes. Sus fundadores jugaban al fútbol con su vestimenta laboral de tonalidades marrones, de modo que ese es el color del uniforme del equipo.
¿Cómo un club que tiene como mayores logros un décimo puesto en la Bundesliga de la temporada 1988-1989 y una victoria ante el Bayern Múnich en 2002 puede ser reconocido mundialmente? Quizá los títulos no sean todo.
La asamblea de socios del club aprobó en 2009 por “abrumadora mayoría” una carta de principios fundamentales. En el escrito remarcan que St. Pauli, formado por socios, empleados, aficionados y voluntarios, forma parte de la sociedad que lo rodea y se ve afectado directa e indirectamente por los cambios sociales en las áreas políticas, culturales y sociales. También se afirma que el club tiene una responsabilidad social y política hacia el distrito y las personas que viven en él y tienen protocolos de prevención hacia la violencia sexual.
St. Pauli realiza campañas sociales —a través de Fanlaren, la organización que manejan sushinchas—, como ocurrió con un proyecto creado en la temporada 2002-2003 llamado KiezKick, que, al recaudar fondos con un partido amistoso ante Hamburgo, se intentó que niños y niñas con problemas económicos y de exclusión pudieran jugar fútbol gratis y, al mismo tiempo, alejarlos de las calles y los peligros que estas convellan.
Corny Littmann, un empresario teatral, fue presidente de la institución entre 2002 y 2010. Se declaró abiertamente homosexual y militante LGTB (lesbianas, gays, transgénero y bisexuales). Las paredes hablan en el Mil lerntor–Stadion, porque en una yacen dibujados dos hombres besándose debajo de la frase “Lo único que importa es el amor”. Pero no todo fue perfecto, porque Littmann permitió en 2002 la publicidad masculina de la revista Maxim y los hinchas exigieron que fuera retirada del estadio por reflejar una imagen sexista de la mujer, y así sucedió.
En 1991, St. Pauli adoptó posturas antifascistas y antihomofóbicas en su estatuto. También prohibió los cantos xenófobos de su hinchada. Todos los 27 de enero, aniversario de la liberación de Auschwitz, los piratas acuden al estadio para los partidos con banderas con la esvástica nazi tachada. En la platea hay un cartel en el que se lee: “No hay fútbol para los fascistas”.
Su máximo rival es Hansa Rostock, un club ubicado a 150 kilómetros de Hamburgo y epicentro del electorado con mayor relación a la extrema derecha alemana. Los ultras de este equipo se reconocen como neonazis. Una rivalidad futbolística, pero que por sobre todo es ideológica.
En 2006, mientras en Alemania se disputaba el Mundial que coronó a Italia, se organizó en el territorio del Saint Pauli la FIFI (Federación Internacional del Fútbol Independiente) Wild Cup. La idea fue que asistieran Selecciones que no eran reconocidas por la FIFA. El club alemán participó con el nombre de República de St. Pauli junto a Gibraltar (territorio británico de ultramar que limita únicamente con España, hoy admitida por la FIFA), Groenlandia (nación constituyente del Reino de Dinamarca ubicado en la zona nororiental de América del Norte), Tíbet (región autónoma de China), Zanzíbar (isla semiautónoma de Tanzania) y el a la postre campeón Chipre del Norte.
El Saint Pauli demuestra que la relación entre la política y el fútbol es totalmente posible y puede ser fructífera. De hecho, en el caso del club alemán, establece un vínculo mucho más afianzado entre los hinchas y la institución, que representa los pensamientos e ideología de los piratas. También porque, como mencionó Ignacio Bogino, futbolista de Brown de Adrogué, en una charla con alumnos de Deportea, “siempre se hace política”. Tener una postura o no tenerla es hacer política.