jueves, abril 25, 2024

Trinche, el artista de la pelota

Por Daniel Melluso

“Le gustaba más jugar al fútbol que ser profesional”, describió César Luis Menotti a Tomás Felipe Carlovich -Trinche, para los amigos y amantes de su historia- en el programa español Informe Robinson. Es que él era así: talentoso, elegante, habilidoso, pero vago. De esos vagos de la pelota, que en lugar de enojo te generan admiración.

Quizás por no asistir a entrenamientos, tal vez por irse a pescar o salir a los boliches de la calle Necochea de su Rosario natal, no pudo ser aquello que se esperaba. También -por qué no-, el momento de la historia en la que jugó, cambiante, con una estricta valoración de lo físico por sobre lo futbolístico.

En fin, vaya a saber la razón por la que no fue más de lo que fue, pero vaya que le alcanzó para ser un mito y leyenda. No hay nadie en Rosario que no lo conozca a él y a su historia, incluso los que no lo vieron. Estos últimos lo recuerdan más por verlo pasear con su inconfundible bicicleta por la ciudad, siempre visitando las instalaciones de su querido Central Córdoba.

Paseaba, en la cancha él se paseaba y paseaba a los rivales. Jugaba de una manera que ya no se ve, una forma que se vio y terminó -quizás- con Juan Román Riquelme y Fernando Redondo. Bueno, los que lo conocían, dicen que era esos dos juntos y más. Otro como él no hubo. “Era el símbolo de un fútbol romántico que prácticamente ya no existe”, afirmó Jorge Valdano.

Era flaco, alto, medio chueco, pero con una zurda envidiable, con la que le pegaba a la pelota para asistir y hacer goles, pero sobre todo para tenerla. ¡Qué bien que la tenía el Trinche!

Jugaba como en el potrero, siempre. Ni siquiera la inmensidad de la cancha de Newell´s en aquel 17 de abril de 1974 en el triunfo de la selección local frente al seleccionado argentino por 3 a 1 lo amedrentó. Jugó a lo rosarino, como en el potrero.

“Yo lo conocía de vista solamente, pero todo el mundo hablaba de él. Nos entendimos perfectamente aunque nunca habíamos jugado juntos. Era un tipo introvertido, serio. Casi no hablaba, pero no hizo falta. Recuerdo que jugaba como si estuviera en el patio de la casa. Sin ninguna presión. Hacía lo que se le venía a la cabeza y esa noche jugó un partido increíble. A su manera se hacía dueño de la mitad de la cancha. Era chueco, desgarbado y un poco lento, pero tenía un gran dominio de la pelota y una pegada fantástica. Después de ese partido, que quedó en la memoria de tanta gente, nunca más lo vi. Fue la primera y única vez, no sólo que lo tuve de compañero, sino que lo vi jugar. Me pareció un crack”, lo graficó Mario Zanabria -compañero en ese encuentro y ex jugador de Newell´s- en el libro Trinche, de Alejandro Caravario.

Como todo mito, muchas voces y palabras lo vistieron a lo largo del tiempo, hizo cosas que nadie puede corroborar en videos, solo se comprueba con el saber colectivo de aquellos que lo vieron. De igual manera, no hay una mejor voz que la suya. No hay nada mejor que vestirse uno mismo. “Mi virtud frente a los demás era saber medio segundo antes el destino que le iba a dar a la pelota. Antes de recibirla, sabía todo”, así, como si fuera tan simple, se cuenta el propio Trinche.

Despuntó el vicio, además de en Central Córdoba, en Rosario Central, Colón e Independiente Rivadavia de Mendoza. Tuvo posibilidades de irse fuera, al fútbol francés y al New York Cosmos, el mismo en que jugaba Pelé. Carlovich manifestó que algo raro pasó para que se truncara aquel traspaso. Quizás el astro brasileño no quería la llegada del ídolo rosarino. Ese interrogante no tiene o nunca tendrá respuesta.

Y su final llegó paseando, al igual que como lo hacía en la cancha. A los 74 años, por robarle la bicicleta con la que deambulaba por Rosario le quitaron su vida. Le arrebataron la vida y la bicicleta, pero de algo quedémonos tranquilos: nadie le pudo sacar la pelota, porque ella piensa. Así lo delineó Menotti: “La pelota lo llevaba. Una pelota inteligente que disfrutaba de hacer cosas artísticas”.

Seguro, esté donde esté, está haciendo arte con la pelota.

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