Por Franco Sommantico
A la sede del Club Atlético Independiente que da sobre la avenida Mitre la visita con frecuencia un diablo devenido en pulidor de pisos. El edificio es alto y antiguo y en las paredes despintadas y con manchas de humedad se percibe el paso del tiempo. Adentro todo es rojo o blanco: las escaleras, las barandas, los arcos con los que la gente juega al fútbol. Los pasillos, por donde casi un siglo atrás pasaba seguido afinando sus guitarras y poniendo a punto los bandoneones el compositor de tangos Aníbal Troilo junto a Floreal Ruiz y su orquesta para entretener a los jóvenes del barrio cuando no existían los boliches ni las fiestas electrónicas, son largos y angostos. Cuando alguien habla, la voz se escucha varias veces, como si fueran el interior de una caverna.
Julio Ramón García acaba de cruzar callado el pasillo que conduce al buffet. Atraviesa la puerta con una energía que pocas personas tienen a su edad. El hombre que lo atiende, que debe llevar toda una vida detrás del mismo mostrador, como todos los tipos que atienden los buffets en los clubes de barrio, lo saluda con la cabeza cuando lo ve entrar. Julio García apoya la bolsa roja que trae colgada en el hombro, la misma que lleva a todos los partidos, se acomoda en su silla y después saluda. Recién cuando está bien sentado y cómodo, saca de la bolsa roja una edición especial que publicó la revista El Gráfico en el 2005 para conmemorar los cien años de historia del club Independiente y cuenta, con orgullo, que fue el primer y único hincha en salir alguna vez en la tapa.
Para esa época, su personaje ya era un símbolo del club y contaba con cierto renombre y popularidad. Ya había organizado una de las caravanas de gente más grande que se haya visto en el mundo, se había sacado fotos con medio planeta, había regalado cientos de miles de chupetines a nenes y nenas en las tribunas y había fundado, el 26 de marzo, el día del hincha de Independiente.
Así que primero hay que saber cómo fue que Julio Ramón García, un hombre jubilado que a sus 69 años pule y plastifica pisos de parquet con 10% de descuento para los amigos, se convirtió —después de haber trabajado en su juventud como periodista para el diario La Razón y La Opinión, de haber sido modelo en varios desfiles y de haber participado como extra en algunas telenovelas y películas, entre ellas “Carne”, junto a la Coca Sarli, y de haber actuado con Soledad Silveyra en la serie “Entre el cielo y la tierra”— en El Gran Diablo.
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La historia comienza a principios de la década del 90, en cancha de Racing. Julio García estaba en la tribuna visitante con un amigo y una máscara de diablo en la mano, que llevaba de vez en cuando. Independiente hacía mucho que no ganaba un clásico. Había una especie de maldición, y por distintas circunstancias, cada vez que se enfrentaban e Independiente iba ganando, se lo empataban o daban vuelta. Ese partido lo ganaba Independiente uno a cero. Julio García se puso la máscara y le dijo a su amigo: “Si hoy ganamos no me la saco nunca más”. Cuando terminó de acomodársela, Gustavo López hizo el segundo gol. Y Julio García no se la sacó nunca más.
A partir de ese momento, su personaje se fue haciendo cada vez más conocido y, en poco tiempo, la gente comenzó a reconocerlo. “Empecé a ir por todas las tribunas y cada vez me pedían más fotos. Sin exagerar, si hoy en día cobrara por lo menos un peso la foto, me haría más de mil pesos por partido. La gente hace cola. Una vez que entro, mil personas me saludan, porque hace 60 años que voy a la cancha. “Agarra a mi bebé”, dicen algunos, y empiezan a hacer cola. Estoy como quince o veinte minutos por tribuna, y las recorro todas”, asegura.
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Una vez un señor le pidió que se sacara una foto con su nene, pero éste, apenas lo vio, se puso a llorar del miedo. Ahí comprendió que tenía que hacer algo, y para el siguiente partido llevó una bolsita roja —la misma en la que llevó El Gráfico al buffet— repleta de chupetines para regalarle a los chicos. De esa manera resolvió un problema, pero se compró otro.
—Tengo que subir y bajar cientos y cientos de escalones con la bolsa que pesa cuarenta kilos por todos los chupetines que llevo.
— ¿Pero de dónde salen los chupetines? ¿Los pagás vos?
—Los chupetines los compro y durante veinte años los pagué de mi bolsillo. Gasto quinientos pesos por mes en chupetines. En estos veinte años (saqué la cuenta), regalé como cincuenta mil pesos. ¿Pero qué recibo yo? Reconocimiento, cariño, afecto, me abrazan, lloran, me dicen cosas increíbles. Tener gente que este abrazándote y diciéndote cosas así es impagable. Igualmente, el club hace unos cinco años me empezó a pagar los chupetines. Yo voy, los compro en una distribuidora, traigo la boleta y el club me la devuelve. Está todo claro, como yo siempre dije que soy un personaje gratuito al servicio del club, quiero que la gente lo sepa.
– ¿Por qué creés que tu personaje le llegó tanto a los hinchas?
– En realidad, lo que yo veo es que como nadie te regala nada, en ninguna cancha, de pronto aparecí yo, empecé a regalar y eso llegó. Trabajé siempre gratis para el club y por eso no me gusta que me digan que soy el número uno, porque para mí los numero uno son los hinchas de San Luis que no pueden venir a la cancha y lo tienen que escuchar por la radio y se quieren matar. Yo a esos tipos los valoro mucho. Nunca digo que soy más que otro, al contrario, trato de que el personaje también sea humilde. La gente es muy receptiva a lo que yo le doy, y así lo mismo.
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A García le hicieron entrevistas de Australia y España e, incluso, la televisión japonesa y la televisión francesa le hicieron notas desde que sale de su casa hasta que llega a la cancha, mientras la gente lo va saludando. “Yo tardo dos horas para hacer siete cuadras, porque la gente me va parando y me dice “Vení a sacarte una foto” o “Vení a tomar algo con nosotros” y saludo sin parar hasta que llego a la cancha. Una vez ahí, empiezo el recorrido tirando chupetines a lo loco, el que levanta la mano tiene chupetín. Es terrible cómo se emociona la gente cuando aparezco en un lado y le regalo algo, no lo pueden creer”, enfatiza El Diablo.
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Rubén jugaba al fútbol con Julio García en un club que, paradójicamente, se llamaba La Academia. Durante un viaje a Brasil entró a un negocio de chucherías, vio una máscara de diablo y se la compró.
“Rubén me dio la máscara. Yo me puse una bandera como capa, ya tenía la camiseta, me compré un pantalón rojo y unas zapatillas y con eso me armé mi primer disfraz”, relata. El mismo que usó por varios años, hasta que sucedió un episodio bastante confuso en la cancha de Rosario Central. Resulta que el entonces campeón de la fórmula 4 lo había invitado a Julio García a ver a los santafesinos ante Independiente. “Dale, veni que yo te llevo”, le había dicho, y él aceptó. Salieron temprano en una camioneta Ford Ranger, y cuando llegaron a la cancha, ocurrió por primera vez lo que nunca antes. Mientras hacía la fila para ingresar, un policía le dijo: “Con esos chupetines y esa máscara no vas a poder pasar”. Julio García se quedó paralizado sin saber bien qué decir. Estaba acostumbrado a que la policía lo saludara y hasta le pidiera fotos. Jamás le habían rechazado el ingreso a un estadio y, sin embargo, le estaba ocurriendo. “Pero escuchame una cosa -le respondió- ¿cómo no voy a poder pasar si ya fui a todas las canchas del fútbol argentino?.
—Discúlpeme, señor, pero usted no va poder pasar.
— ¿Por qué?
— En esa bolsa trae elementos contundentes.
—Pero oficial, son chupetines, de qué elemento contundente me habla. La gente se los come.
—Mirá si se lo metés en un ojo a alguien —argumentó el oficial.
—No, la explicación que usted me está dando no es convincente. Nunca nadie me acusó de una cosa así, y tampoco los ando revoleando por todos lados, los entrego en la mano. Además me conoce todo el mundo, ¿cómo me dice que no puedo entrar?
En ese momento los hinchas que venían atrás iniciaron un murmullo y comenzaron a silbar. “Como no vas a dejar pasar al diablo” gritaban unos. “Payaso”, decían otros. Pero el oficial siguió firme con su decisión.
—No, maestro, con eso no vas a entrar.
Julio García se dio media vuelta frustrado y caminó las cuadras hasta la camioneta. Dejó el disfraz, el bolso con los chupetines y los documentos.
Cuando terminó el partido, todos los autos estacionados en las pocas cuadras que lo separaban de la camioneta en la que habían ido tenían los vidrios rotos. Caminaron con la ilusión de ver la Ford Ranger intacta, pero cuando llegaron se encontraron con la sorpresa: no tenía parabrisas.
“Tuvimos que volvernos desde Rosario sin parabrisas. Se llevaron todo: mi disfraz, los papeles del coche, mis documentos y plata. Ni los chupetines dejaron. No sé para qué habrán querido tantos chupetines. Cuando pasó eso, Hugo Barrueco, que en ese entonces era el vicepresidente de Independiente, agarró y me compró un traje nuevo hecho por un modista. Y de ahí en adelante le hice la cruz a Rosario”, cuenta Julio Ramón García.
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El nuevo disfraz dice haberlo usado siempre él. Nunca se lo prestó a nadie, salvo una vez en la cancha de Vélez, en la que estuvo obligado a hacerlo. Julio García estaba viendo el partido desde el paravalancha. La tribuna estaba casi completa; el hombre que vendía las Coca-colas tenía que hacer figuras de contorsionismo para pasar entre las camisetas rojas. El partido estaba por terminar. En un momento, vio cerca suyo a un grupo de policías que daban la sensación de estar buscando a alguien y, de pronto, le tocaron el hombro: era Pablo “Bebote” Álvarez, en ese entonces jefe de la barra brava. Julio García lo conocía desde muy chico, tanto a él como a varios integrantes de la barra más.
— ¿Qué haces acá? Te está buscando toda la policía —le dijo García.
—Ya lo sé, boludo, necesito que me prestes el disfraz para poder salir.
García se quedó unos segundos pensando. No podía decirle que no al jefe de la barra, tenía miedo de no pasar más a la cancha. Los policías seguían merodeando. Un grupo se quedó vigilando las puertas y los otros se separaron y comenzaron a buscar por distintas zonas. Algunos hacían visera con la mano para taparse el sol y ver con mayor claridad. Era solo cuestión de tiempo, entonces, se sacó la máscara, la capa, el traje y se los dio. Cuando terminó el partido, Bebote Álvarez salió por la puerta del estadio tocando una corneta y saludando a los policías. Algunos chicos se le acercaron y le pidieron fotos: “!Ey diablo! ¡Diablo!”. No me rompan las pelotas, respondió Bebote. Julio García iba detrás y sintió la impotencia de Peter Parker cuando caminaba por la calle y asaltaban a una abuelita. Sintió como toda la empatía que había generado con su gente se le iba por la borda, entonces, para que no pensaran mal, les dijo a los chicos con voz bajita, casi susurrando:
—Ese no es el verdadero diablo, ese no soy yo.
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Un 10 de diciembre de 2003, Julio García estaba viendo la televisión sentado en el sillón de su casa. Mientras hacía zapping por los canales deportivos, de pronto vio uno que le llamó la atención. La cámara enfocaba la cancha de Gimnasia de La Plata, donde habían como cinco mil personas. El graf decía: Día Internacional del Hincha de Gimnasia de La Plata. Julio García al principio se rió, pero después dijo: “¿Cómo puede ser que ellos tengan un día internacional del hincha y nosotros, que somos más grandes, no?”. Y ahí se le metió la idea en la cabeza. Juntó a cien hinchas por las redes sociales, organizó un asado en Wilde y se pusieron de acuerdo para establecer un día del hincha de Independiente.
La primera fecha que pusieron fue el 22 de diciembre, porque en el 83’ habían mandado a Racing a la B, pero cuando llegó el momento de festejar, fueron solo treinta personas. García dice que la gente no fue por las fiestas de fin de año, así que para el año siguiente decidió hacer algo distinto. Con el pretexto de los cien años de la fundación del club, se reunió con veinticinco hinchas y crearon un grupo al que llamaron “Centenario”. La idea era hacer una caravana de gente el primero de enero, pero una semana antes ocurrió la tragedia de Cromañón y, aunque ya tenían todo alquilado, decidieron postergarlo por respeto a los familiares de las víctimas.
La nueva fecha fue el 26 de marzo. García y el grupo Centenario salieron a recorrer todos los barrios de Buenos Aires juntando plata y promoviendo el evento. Iba disfrazado de diablo y repartía volantes y folletos por Avenida Corrientes, Florida, Ezeiza, Palermo y Monte Grande.
“Esa logística que hicimos fue sin ayuda de nadie —dice García—. Incluso, contratamos un grupo de cien personas de seguridad al que le pagamos para que pusieran un cordón, nos cuidara y hubiera cierto orden”.
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Cuando llegó el día, García fue temprano, a las tres de la tarde. Entre él y el grupo Centenario jugaron a adivinar la cifra de gente que iría. El más disparatado —él— dijo cincuenta mil personas. A las seis de la tarde fue hasta la Avenida de Mayo y había solo doscientas. “Me quería ir. En realidad, me quería matar, porque yo decía, ‘qué papelón’”. Pero a medida que fue pasando el tiempo, cada vez se acercaba más y más gente.
Floreal Ruíz, nieto del famoso cantante de tangos, fue cerca de las siete de la tarde con un grupo de amigos de la infancia: “Salimos de Flores, en colectivo, hasta la 9 de Julio. Ahí nos pusimos a cantar y a saltar con el resto de la gente. Después arrancamos la caminata hasta la sede del club y el puente Pueyrredón era una locura”.
Toda la gente de seguridad que habían contratado, cuando vieron la cantidad de personas que había, se fue. El Gran Diablo iba a la cabeza, como estandarte. En un momento se subió a una moto y comenzó a recorrer hacia atrás las cuadras y cuadras repletas de gente. Cerca de Constitución se cruzó con la policía y le preguntó si más o menos habían calculado la cantidad de gente. Dice que le respondieron que por todo el ancho de lo que era, y las cuadras que abarcaban, había alrededor de cien mil personas.
“Esa tarde los hinchas de Independiente hicieron algo fuera de lo común, porque en el mundo no está registrado que en una ciudad se hayan reunido cien mil personas sin provocar ningún desmán”, asegura García.
Al día siguiente, la caravana salió en la tapa de todos los diarios y, su personaje principal, el hombre que la ideó, se convirtió en leyenda.