Por Martín Fernández
Valores. Plantados en lo ajeno hay acciones que quedan en el olvido como superficialidades insignificantes del pasado. Los jugadores recorren distintos caminos, y son unos pocos los que trascienden finalmente por andar pateando la pelotita en el trayecto. En el caso de Víctor Píriz Alvez (con zeta), este viaje comenzó el 22 de junio de 1980 en el borde de las tierras charrúas delimitadas por el río Cuareim. Del otro lado se encuentra el territorio brasileño, aunque su música suena en Artigas, la capital departamental más septentrional de Uruguay.
La ciudad oriental fue espectadora de las idas y vueltas del delantero en sus inicios.
El viaje a Internacional de Porto Alegre que le permitió en dos meses desarrollar su
físico y marcar la diferencia en el campeonato del interior en su retorno. Aunque fueron
las finales de ese mismo torneo las que le cerraron las puertas del club brasileño y
postergaron su debut en primera.
Su frustrada estadía en Wanderers de Montevideo porque no tenía ingresos propios.
Artigas fue el nexo entre sus primeros pasos que finalmente lo llevaron entre 2002 y 2003 a Tacuarembó FC, un club fundado en 1998 que militaba en la máxima categoría de su país. Sorpresivamente debutó en su primera convocatoria entrando desde el banco, y al
partido siguiente ya era titular. “Esto fue porque estuve pensando en mí, querer superarme, dedicarme, dejar todo y que, si no me alcanza, por lo menos lo intenté”, sostiene en el presente con el termo en mano.
En julio de 2003, dos días después de la victoria contra Nacional en el Estadio
Centenario, Píriz arribó a Córdoba para sumarse a Talleres, donde se destacó
por primera vez a gran escala. El equipo tuvo buenos resultados, pero “fatalmente”
descendió después de quedar tercero en el Clausura 2004 y perder la promoción contra
Argentinos Juniors. El Gráfico lanzó un suplemento especial sobre el equipo sensación
con la dupla que finalizó como goleadora del torneo con 18 tantos como portada,
conformada por Píriz Alvez y Aldo Osorio. El compañero del uruguayo aún rememora
aquella época: “Éramos compañeros de ataque, cero egoísmos entre los dos. Nos
veíamos y nos buscábamos permanentemente”.
Tras el descenso, se entrenó en Independiente, pero en el segundo semestre de 2004 terminó en el club de La Paternal. Luego le sucedieron Banfield (2005), donde pudo jugar la Copa Libertadores y anotar el primer gol del club en la competición, y Arsenal. Sin embargo, así como había vuelto a Artigas justo antes de llegar a Tacuarembó, retornó a Talleres, por entonces en la B Nacional antes de volver a emigrar al exterior. Aterrizó en México, tuvo una buena temporada en San Luis y luego sufrió una rotura de los ligamentos cruzados que lo dejó sin jugar en Necaxa y Tijuana los años siguientes. Antes de volver a Argentina, hizo escala en 2010 en Universitario de Lima.
Su regreso fue en 2011 a Defensa y Justicia. En ese campeonato, La Fiera volvió a
brillar, siendo el segundo máximo artillero de la B Nacional con 20 goles, por delante de jugadores de gran calibre como David Trezeguet, Fernando Cavenaghi y un joven Paulo Dybala.
Si bien no ascendió con El Halcón, llegó a Atlético Tucumán (2013), luego de un año en Independiente Rivadavia de Mendoza, y jugó otra vez en primera. Finalmente continuó su recorrido aventurándose por las bajas categorías del fútbol argentino con Brown de Puerto Madryn (2014) y Barracas Central (2015), para luego volver a Tacuarembó, que ya estaba en la segunda división. Allí iba a ser su fin como profesional, ya que luego se instaló en Argentina para terminar el curso de director técnico y abrió una escuelita de fútbol. Pero su último paso por la entidad oriental no fue como en sus inicios. En los demás clubes se sentía cómodo por las expectativas que tenían, pero la paga a los jugadores era un problema. “El equipo hacía tres años que salía último. Se complica porque los chicos tienen su familia y lo primero que quieren es estar bien, trabajan para eso, y si no les alcanza ya les molesta todo”, analiza Píriz la situación desde la lejanía de su casa.
Los tobillos llenos de viejas lesiones eran la carga que le impedían seguir, pero el gusto
amargo que le quedó fue más fuerte, por lo que terminó jugando seis meses más con
Deportivo Armenio. “Empecé a sentir el olorcito del vestuario. Uno al toque se pone en
clima”. Se motivó, se dedicó y consiguió el ansiado ascenso a la B Metropolitana en su
último capítulo a mediados de 2019.
Esa fue su carrera como futbolista, la que pasó y que, si bien disfrutó, fue su trabajo. Así
vio su pase inmediato de Talleres a Argentinos, era simplemente lo que tocaba. Sin embargo, siempre se sintió agradecido por la gente de La T, razón por la cual retornó al
club cordobés. Esa relación de aprecio, de preocupación por el otro, que él valora y
considera que se vuelve mutua.
Así fue con su amigo en Montevideo, que lo hospedaba en su casa cuando Wanderers
no cerraba su contrato a pesar de no tener una “vida de lujos”, por lo que terminó
rehuyendo para no molestar. Así lo hizo José Omar Pastoriza en Talleres, cuando incentivó la huelga de sus jugadores en noviembre de 2003. “Fue el mejor entrenador que tuve. Un técnico bárbaro, que ayudaba muchísimo al jugador y le importaba que estuviera bien”, afirma el uruguayo. “Muchachos, ¿qué están pensando? No hay plata, vayámonos” es la frase que recuerda Píriz que les dijo en medio de la problemática. Esa y “muchachos, con ustedes voy a la guerra”, después de ganarle a Estudiantes 2 a 1 y que los dirigentes los citaran para pagarles.
Así también actuaron sus colegas en Universitario, cuando preguntaron por la ausencia
de Piriz Alvez en la convocatoria, debido a la relación que tenía con el director técnico y la
indiferencia de este en la situación. Fueron bajándose hasta que lo citaran, hecho que
ocurrió y concluyó con la salida del entrenador tras la cuarta victoria consecutiva. Con
el nuevo reto por delante, La Fiera tiene claro lo que hace falta: “El trato con el grupo
es muy importante. Yo estuve ahí del otro lado y sé cómo es. Si tratás a todos por igual
y los respetás, te van a ayudar. Si intentás conocer al que tenés al lado, te va a ayudar
muchísimo cuando lo necesites”.
Así es hoy con sus compañeros más recientes. Federico Pintado, golero de Tacuarembó,
no tiene palabras para El Negro: “Como referente, un crack, siempre apoyando y
corrigiendo”. Por eso mismo le decían que tenía el gremio de los pibes en Deportivo
Armenio, donde Santiago Gómez cuenta que los ayudó a ser mejores personas, aprender
muchas cosas y, a él en particular, a ser el goleador del torneo.
El apoyo de su familia también fue fundamental. Quizás sus palabras no sean tan específicas al respecto, pero los actos lo dejan en evidencia; el hecho de compartir
espacios, ya sea yendo a la iglesia con su esposa e hijos, o bien pasar el día pintando la
casa con su suegro. Para él, la carrera que tuvo fue gracias a ellos.
Al final del día el jugador va y son temporadas. “En un torneo la rompe y en el otro no
toca una pelota, es así, pero la persona la llevás siempre”, según Víctor Píriz Alvez. Esto es lo que queda materializado en un grupo de WhatsApp con compañeros del 2004, en
una foto con los del 2005, en el recuerdo de aquellos que se guía en el camino. Los
vínculos.
Ahora le toca un nuevo desafío como entrenador, pero no tiene dudas. Sabe que tiene
que llevar a todos por el mismo camino, acercar a aquellos que se desvían para que
sigan la misma línea. “Uno que vivió muchas cosas no deja pasar los detalles, porque es en los detalles que se hace la diferencia para lograr cosas importantes”. El discípulo de Pastoriza sabe que el jugador tiene que ser más importante que cualquier cosa, porque es el que entra, el que toma decisiones.