Por Carolina Jurczyszyn
Quizás parezca extraño poder relacionar al ex futbolista Diego Raúl Capria con la creación del mundo, sin embargo, Diego, apodado el Coco, fue protagonista de hechos futbolísticos que pueden relacionarse con la existencia del Universo.
Nació en General Belgrano, un pueblo ubicado a 158 kilómetros de Capital Federal. Se reparte entre estas dos ciudades por su trabajo en el frigorífico San Antonio desde que lo heredó de su padre, Humberto, y por su mujer y sus hijos que viven en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).
Sus primeros goles no ocurrieron en el club Belgrano sino en las calles de su barrio donde jugaba con su hermano mayor Ruben –el Mago– y sus amigos, hasta que el sol se escondía.
Recuerda con nostalgia sus inicios en este deporte, por el cual jugó en 12 combinados diferentes, y rememora que con su equipo disputaba el campeonato en una liga de La Plata. Y fue precisamente en esa ciudad donde dio sus primeros pasos como profesional en el fútbol. Desde el plantel de Estudiantes lo observaron jugar y le propusieron hacer una prueba. “Fui”, confiesa sonriendo. Sin embargo, regresó a Belgrano para concluir sus estudios secundarios los cuales eran prioridad a nivel familiar.
En el momento en el que finalizó el colegio, Diego se propuso iniciar la carrera de veterinario. No obstante, jugar en el club de la capital de la provincia de Buenos Aires con su hermano lo describe como un sueño que imaginó desde su niñez por los momentos en lo que jugaban juntos en la plaza. Y fue tras ello.
Los dos compartieron equipo en tres ocasiones: Estudiantes, Racing y Chacarita. Su padre, orgulloso de sus hijos, no esconde la emoción, la cual “fue espectacular” y se refleja en sus ojos y en su sonrisa al mencionar este hecho. “Con mi mujer Mary teníamos mucha felicidad al ver que hacían lo que querían y juntos”, comenta.
Diego recuerda cuál era su sueño cuando su única preocupación era divertirse con una pelota: jugar en San Lorenzo. El ex defensor conoce el azulgrana desde pequeño debido a que era y es hincha de dicho club. El seis fue el dorsal que lo acompañaría en su primera etapa por la institución.
Relajado luego de una jornada laboral, Coco se reincorpora en la silla frente a su escritorio en su lugar de trabajo porque el asombro lo invade al volver a ver la edición 4273 de El Gráfico, en la que fue el protagonista de la tapa. Le surge una risa espontánea, corta, pero sorpresiva; observa la revista de forma detenida con su mano derecha en su boca, intentando recordar y trasladarse a la noche del 26 de agosto de 2001: su gol de cabeza contra Boca Juniors y las 13 victorias consecutivas de un club argentino con el que soñaba jugar desde que era niño.
Recuerda que la posibilidad de establecer el récord se desvanecía ya que quedaban dos minutos para concluir el cotejo. Con la seguridad que le caracteriza al hablar, afirma que fue uno de los goles más lindos como jugador por lo que significa. “Hasta hoy y gracias a Dios sigue latente”. Haberlo convertido fue para él algo inolvidable y lo evoca cada vez que tiene oportunidad.
El hombre que llevaba el seis en la casaca iba a ser el encargado de convertirlo y de esta manera, salir al día siguiente en la tapa de una revista que él mismo compraba. La iba a apreciar, al igual que Dios cuando culminó de crear el Universo en la misma cantidad de días que el dorsal de Diego, y así observar al día siguiente lo que había logrado con su remate de cabeza.
Asimismo, ese gol no es lo único que recuerda de Boedo. Se traslada con sus dichos a su juventud y expresa que en los picados de la plaza de su pueblo él se sentía Walter Perazzo, ex delantero azulgrana. Cuando Diego lo conoció no lo podía creer. “Fue muy fuerte”, asiente. Pero más fuerte es la vigencia que le otorgó Capria al club.
En su casa, su hijo Robertino le repite a su padre que hubiese deseado estar en los momentos en los que él jugaba a la pelota, “pero las cosas se dieron así”, manifiesta el ex futbolista. Coco no solo quedó en la historia del club por el gol de cabeza, sino también por “desactivar una bomba” que igualmente explotó, como la Gran Explosión luego del Big Bang.
“Fue una sensación muy particular”, así describe el ex cuervo el 24 de enero de 2002, el día de la final de la Copa Mercosur 2001 que la crisis argentina obligó a trasladar 36 días porque el 19 de diciembre el ex presidente de la Nación, Fernando De la Rúa, declaró el estado de sitio cuando hinchas y periodistas estaban camino a la cancha o incluso ya en ella.
El partido de ida en Brasil contra Flamengo fue 0-0 y la vuelta en Argentina 1-1. El pitido final del árbitro Oscar Ruíz significó que el trofeo se definiría desde los 12 pasos. El primer título internacional para San Lorenzo estaba cerca.
“Mis compañeros me decían que desactive la bomba”, manifiesta Coco aludiendo al balón.
Con errores y aciertos de distintos jugadores, Capria fue el encargado de patear el último penal. Luego de la invasión a la cancha por parte de los locales, Diego pasó de oír su nombre cantado por la hinchada presente en el Nuevo Gasómetro “a un silencio sepulcral”. Pateó la “bomba” alta y cruzada, dirigida por su pie derecho al palo izquierdo del arco de Julio César que hizo volar las emociones de los cuervos.
Tras “desactivar la bomba”, describió la “explosión” de los hinchas como un regocijo. Cuando concluye de describir ese momento relajó su espalda contra el respaldo de la silla como si realmente se hubiera trasladado a aquel instante en el que le otorgó al club su primer título internacional. “Dejé la cabeza, el cuerpo y el corazón en cada partido”, confiesa.
Diego no tiene un referente. Observa cuando una persona quiere crecer en lo que hace y asevera que uno aprende a escuchar cuando empieza a ser más objetivo con la vida de uno y así mejorar en la condición humana, que es una de las grandes dificultades –según él- que tenemos todos.
No piensa las decisiones varias veces, previo a su retiro del fútbol tuvo la opción por contrato de jugar tres años en Universitario de Perú, sin embargo, evaluó eso con su mujer y rechazó la oferta.
Concluida su etapa como futbolista, cada día asiste en Belgrano a su lugar de trabajo, donde se propone metas que logran un importante crecimiento para el frigorífico.
En su pueblo es uno más. Agustín San Quintín tiene una casa de repuestos de autos a la que el ex futbolista concurre. “Cuando terminó su carrera como deportista regresó aquí y empezó a caminar como un ciudadano más. Viene a mi local a comprar artículos para los vehículos de su trabajo. La gente de afuera que ingresa se sorprende al verlo”. Pero eso Diego lo tiene claro. Él camina como alguien más, asiste a la peña de San Lorenzo que lleva su nombre y deja en claro que por ser tapa de una revista no ha cambiado su forma de vida. Entiende que la realidad está en cómo la toma uno. Prefiere estar del lado de lo simple y cotidiano que en un pedestal que no tiene validez.
Apoya sus codos en la mesa y describe al fútbol como lo más lindo que le ha pasado: “La adrenalina que me generaba entrar a una cancha no me la producía nada”, concluye.
Al final, el 24 de enero en las tribunas del Nuevo Gasómetro los cuervos evocaron a Dios para que Diego Raúl Capria convirtiera el penal. La explosión surgió luego del gol. El Big Bang expulsó partículas hace más de 13 millones de años, aquella noche, la explosión en Boedo arrojó lágrimas y cánticos de felicidad.