Por Juan Ignacio Ballarino
La soledad nunca fue una opción. Ni en 2005, ni ahora. Siempre estuvimos acompañados. Sólo había que aguantar. Nos sostuvimos cuando se rompió uno de los tablones y cuando la FIFA decretó que no podían haber más canchas con escalones de madera. Notar que Julio Alak ponía palos en la rueda para la remodelación de 1 y 57 nos hizo dar cuenta de que teníamos que salir a pedir por lo que era nuestro. “Sí al estadio”, fue la frase cabecera. Y ahí estuvimos todos.
Cómo no iba a estar mi amigo y colega Iván Lorenz, entonces, en el fin de semana del 8 al 10 de noviembre. No es hincha de Estudiantes, pero su amor por contar y escribir distintas situaciones es tan grande que sabía que tenía que estar ahí. Se vivió algo único, porque dentro de un contexto social que pega moralmente, y mucho, hubo un grupo de gente que fue plenamente feliz. Juan Sebastián Verón habló de 45 mil personas movilizándose desde el Ciudad de La Plata hasta UNO. Y la cara de Iván lo comprobaba. Como quien mira a Lionel Messi jugar a la pelota: nunca paró de sorprenderse.
Primero se quedó atónito con que nadie hubiera gritado el gol que no fue de Ángel González. Nunca fue a ver al Pincha y no sabía hasta ese momento el poder que recobra la mala o buena suerte cuando juegan los albirrojos. Incluso, se atrevió a decir que el partido estaba ganado cuando todavía faltaban unos minutos para que finalice el cotejo. Hasta el más ingenuo sabe que eso nunca puede decirse. “Pasé la prueba”, me afirmó con risa cómplice cuando me hizo notar que lo que había vaticinado terminó sucediendo y que no “mufó” nada ni a nadie.
Llegué a escuchar por ahí a un hincha que, entrando a la cancha, bromeó cuestionando al que había “organizado” un partido antes de la vigilia. El colchón de puntos que había generado Estudiantes nos dio la tranquilidad de ir a 25 y 32 pensando en lo que vendría después, una caminata de un par de horas que fue comandada por un micro rodeado de banderas con la estampa de un bidón y otra con la cara de Juan Sebastián Verón, entre otras.
Sí, Iván, es fuertísimo darte cuenta de que sos algo. Eso le pasó a cualquier hincha que, sobrio o borracho, se haya perdido durante la vigilia. Porque la marea Pincharrata simplemente te abrazaba, te acobijaba. Si no encontrabas a la persona con la que habías asistido, no importaba, porque reinaba la seguridad de que todos estábamos ahí por un mismo motivo y nada malo iba a suceder. Podías no ser hincha, pero si estabas con nosotros, te acompañábamos. Cuando decidís compartir algo semejante con un hincha del León, se te impregna una mística que no es fácil de sacarte. Pero no aquella que gana copas y campeonatos, sino esa que entiende que este club es una familia y que no importa nada más que vernos felices alentando a Estudiantes.
Lo mejor de llegar no fue la plazoleta con las bandas, sino seguir un poquito más y sentarse frente a la inmensidad que se había levantado sobre Avenida 1. Un muro que está caratulado con un cartel luminoso: “Club Estudiantes de La Plata”. Sabíamos que habíamos vuelto, pero faltaba entrar a nuestro sueño y no despertarnos más.
Sólo hace falta preguntarle a aquellos jugadores que pasaron por la institución y que, a pesar de estar lejos o no jugar más, lo siguen de cerca. Porque, además, nosotros no olvidamos a quien se pone esta camiseta a bastones, lo que resulta en un cariño recíproco. Así lo demostraron los campeones del mundo del ‘68, que durante el homenaje en la reinauguración del domingo se cansaron de señalar hacia el cielo con sus dedos índices. Oscar Cacho Malbernat, el Gran Capitán, estuvo presente tanto el sábado como el domingo. Como así estuvo José Luis Brown. Y Edgardo Prátola. El hincha de Estudiantes no olvida, Iván.
Te habrás dado cuenta cuando nombraron que el director técnico de uno de los equipos era Alejandro Sabella. El estadio se vino abajo. Ni me quiero imaginar qué hubiese pasado si aparecía Carlos Bilardo. Ningún corazón, ni siquiera el de él -que pasó por tanto-, podría haber aguantado tanto cariño. Sabella se hizo presente y siempre estuvo de pie. Y caminando. Como cuando interrumpió el partido entrando a la cancha para sacar a Juan Ramón Verón, que no se quería ir a pesar de que el cambio ya estaba hecho. Y no lo culpo. Nadie lo culpó. De hecho, un equipo tuvo 14 jugadores y el otro 12. Todos jugando. Un desmadre. Como el que se armó cuando el árbitro cobró un penal a favor de los de negro. Sabella volvió a ingresar al campo para reprocharle la decisión al referí. Andújar se le encimó al juez de línea solicitando explicaciones. También se armó un tumulto cerca del punto penal. El ejecutante ya tenía la pelota en sus manos, pero tenía que sortear al rival que le deseaba mala suerte. La voz de Juan Manuel Pons ya no se escuchaba porque la gente lo tapó con lo que simula ser nuestro grito de guerra. Esto es Estudiantes, Iván. Y te terminaste sumando al canto. Es contagioso, claro.
Lo que sí me sorprende es que no se haya contagiado de las lágrimas que anduvieron por ahí a lo largo de todo el fin de semana. Viernes, sábado o domingo, siempre hubo algún hincha dejando su cuota de emoción.
Yo sabía lo que se venía. La bienvenida al estadio no era la previa de Rulo, o el video institucional que resumía lo que fue llegar hasta acá. Sino el clip especial que prepararon nada más y nada menos que Los Simuladores -los Pinchas como Federico D’elía somos así, cuando celebramos queremos que estén todos-. Primero nos sonreímos cuando el conteo se frenó en siete, para luego seguir hasta cero. Pero, después, fue esperar a que la tribuna de 57 se ilumine con los fuegos artificiales. Siete haces de luz salieron de una punta a la otra. Sabía que en ese momento me ibas a mirar y te ibas a sonreír. Porque como yo, que no pude aguantar por mucho más el lagrimón, te habías dado cuenta de que Estudiantes de La Plata está de vuelta en casa.