miércoles, abril 24, 2024

Carlos Randazzo, el camaleón de la Boca

Por Daniel Melluso

Lejanos en el tiempo quedaron aquellos voluminosos rulos castaños. La vida pasó y las canas ganaron terreno en la cabellera de Carlos Randazzo. Siempre en moto, y con un paquete de cigarrillos en la mano, se dispone —con café de por medio— a charlar. Para él, 60 años no son nada: vestido con remera y pantalón ajustados al cuerpo, y una cadena plateada colgada en el cuello, connota que no se rige por la edad biológica. Joven en espíritu, de brazos flacos y piernas largas, el exdelantero, con voz desgastada de tanto fumar, cuenta su historia.

Nacido y criado en el barrio porteño de La Boca, comenzó a jugar desde pequeño en potreros de aquella zona de Capital. Talentoso para el atletismo y el fútbol, se decidió por este último a los 13 años cuando fue observado por Juan Evaristo, ex ojeador y defensor de Boca, en uno de esos baldíos con arcos y, desde ese entonces, permaneció ligado al deporte para siempre. Se desempeñó en el Xeneize (institución en la que se inició), en River y en Racing, entre los equipos de renombre.

A pesar de haber tenido una corta carrera —debutó con 19 años y se retiró a los 25—, ostenta el mérito de haber salido en la tapa de la revista El Gráfico. Fue en la edición publicada el 2 de octubre de 1979, luego de convertirle un tanto a Chaco For Ever en La Bombonera, en el triunfo del local por 3 a 1—el 30 de septiembre— en la quinta fecha de la Zona D del Torneo Nacional de ese año. “Lo de la tapa fue lo máximo, pero me confundió. Asistir a los entrenamientos se convirtió en un trámite, me hizo sentir que había llegado a la cima. Fue todo muy rápido”, recuerda Carli, apodo que le pusieron de niño al llamarse de la misma manera que su padre. Previamente había marcado cuatro goles en igual número de partidos disputados (incluido uno frente a River), racha que estiró hasta la sexta jornada ante Estudiantes de La Plata con seis anotaciones.

Comenzó a trabajar a los 15 años en la florería de su familia—ubicada en Almirante Brown y Aristóbulo del Valle— porque no iba al colegio. Hasta que tuvo un altercado con su padre, cursó tercer año del secundario en el Colegio Nacional N°7 Juan Martín de Pueyrredón. “Poseíamos florería, funeraria y cochería. De curioso me metía a laburar con mi viejo, incluso tenía una relación cercana con los muertos. Los cambiaba y maquillaba; me divertía, eran un objeto para mí. Un día llamaron por teléfono a mi casa para avisar que me rateaba recurrentemente de la secundaria, por lo que mi papá me dio una paliza bárbara y me puso a trabajar con él. Yo en esa época estaba en inferiores, y me despertaba a las 4 para ir al mercado de flores, cargaba las canastas y a la tarde las repartía. Terminaba cansadísimo”, relata, entre risas, el ex jugador de Argentinos Juniors, quien formó parte de la transferencia en la que, en 1981, Diego Maradona pasó del Bicho a Boca.

Ese fichaje marcó el final de su incipiente carrera. “Con Diego éramos amigos, y yo no quería irme de Boca ya que él venía. Con Guillermo (Coppola), mi representante, le pedimos una fortuna a Argentinos e increíblemente nos la dieron. Decidimos arreglar el contrato y, por eso, Maradona me dejó de hablar por un año, me decía que le había fallado. Ahí comenzó mi bajón, empecé a despilfarrar la guita; salía a todos lados, vivía de noche, un descontrol”, recapitula Randazzo, hacedor de parques y jardines en sus tiempos libres.

Divagante en su narración —quizás distraído entre sorbo y sorbo de café— comenta que tras alejarse del fútbol estuvo preso en dos ocasiones: una en 1993 y otra en 2005. En la primera permaneció detenido once meses en la cárcel de Caseros, acusado del homicidio del empresario Virgilio Escobar, de la que fue absuelto. De la segunda también fue sobreseído; sin embargo, pasó un año en el sur argentino, un lapso en el penal de Neuquén y otro en el de Zapala. Esta última por la tenencia de dos kilos de marihuana. “La de Caseros fue por un problema de polleras entre amigos. Yo cedí la casa para que arreglaran las cosas, pero una testigo mintió acerca de mi rol en los hechos, y después de presentar las pruebas, quedé en libertad. La del sur fue porque mi mujer de aquel momento (Claudia Sandor) tenía marihuana. Nos detuvieron en las afueras de San Martín de los Andes. Nuestra hija, Matilda, aprendió a hablar y caminar en la cárcel”, detalla el exatacante, asiduo lector, mientras estaba en la prisión, de las obras del escritor brasileño Paulo Coelho.

Ansioso, mirando el paquete de cigarrillos vacío —siempre lo estuvo, tal vez no se había percatado—, manifiesta que antes de retirarse, en una gira realizada con Boca en Francia, comenzó a consumir cocaína. “Llegué a la Argentina y compré droga. Cuando consumís no te das cuenta, en la cárcel al ver a otros haciéndolo, tomé perspectiva y la dejé. Sí observo a alguien con cocaína me da asco, no la puedo ni ver”, amplía Randazzo, amante de la música que interpreta la artista chilena Mon Laferte. 

Padre de siete hijos —Gadi, Azul, Hyras, Matilda, Tao, León y Rocco, en orden cronológico— con cuatro mujeres distintas, se reconoce como un papá presente y sobre eso da certeza Érika Dentino, su novia y madre de sus últimos tres niños: “Como padre es un gran amigo que pone sus límites. Es muy disperso, pero siempre está. Es auténtico con ellos, no tiene secretos. Él los potencia y acompaña en sus dificultades”. Randazzo conoció a su pareja mientras ambos trabajaban en una hostería de Villa La Angostura, ciudad a la que se radicaron tras la crisis económica que azotó al país en 2001.

Otra persona fundamental en su vida, quien lo acompaña desde sus inicios, es el empresario Guillermo Coppola. Más allá de haber sido su representante, es su amigo y compañero de aventuras. “Yo conocía a la familia por la florería, además en Boca tenía entre 80 y 90 futbolistas. Un día el padre se me acerca y, con buen tino, me pide que represente a Carli”, rememora Coppola. Randazzo vivió tres años en la casa del mánager, por esa razón son muy cercanos. “La vida te da motivos para estar muy mal y otros para estar muy bien. Con él elegimos celebrar estos últimos, sin olvidarnos de los primeros. Son tantos años de relación, que no hay palabra que defina nuestra amistad”, reflexiona el también ex apoderado de Diego Maradona, y agrega: Carli es un tipo fiel”.

En la actualidad, el exdelantero colabora con Coppola en la representación de jugadores, además de ser reclutador de futbolistas para otros agentes. Con la vista fija en el celular —que suena insistentemente—, precisa que en el último tiempo fue asistente en la Copa Argentina (se encargaba de la logística de los equipos dentro del estadio, entre otras cosas); no obstante, no continuó pues, cuando iba a firmar contrato con la productora Torneos (organizadora del certamen), le expusieron que por sus antecedentes penales no era conveniente la vinculación. “Fue un golpe en la mandíbula”, sostiene.

Confeso hincha de River —su ídolo era Norberto Beto Alonso—, juega al fútbol de manera esporádica en La Boca como cuando era un niño. Explica que ya no le quedan sueños por cumplir y que su mayor temor es que le suceda algo malo a sus hijos. Carlos Randazzo se analiza y declara: “Estoy conforme con quién fui y quién soy. Soy auténtico, pero a veces puedo ser un camaleón que se adapta según cuáles sean las circunstancias”.

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