viernes, julio 26, 2024

Cuando los unos son uno

Por Joaquín Grasso

Cien metros de verde los separan. Y varias líneas de cuatro hombres. De tres. A veces dos. Y otras tantas cinco. También los 16 kilómetros y medio desde Núñez a La Boca en micro blindado con custodia policial. O las casi 11 horas de travesía por rutas 33 y 7 desde el Barrio Centro, en Casilda, Santa Fe; hasta San Martín, al norte mendocino. Los separan las infancias contrastadas. Los colores del buzo y del escudo que llevan hilado al pecho. Los separan Boca y River, y a la vez los unen.

En Esteban Andrada y Franco Armani se funde el número 1, brillante a sus espaldas. Las cláusulas de rescisión de cifras exorbitantes. El sacrificio de haberla remado desde abajo: a Andrada, un accidente de tránsito le arrebató a su padre a los 15 años. Se hizo cargo de su madre y seis hermanos, y pasó su infancia trabajando en una finca. “Perderlo fue lo más duro que me pasó en la vida”, confesó. Y agregó: “Tenía que cosechar, meter las uvas en un tacho y cargarlas en un camión. Se pagaba cinco pesos el tacho y cada uno pesaba 30 kilos. Yo era flaquito, así que me calzaba el tacho al hombro y hacía equilibrio”.

Equilibrio que no lograba Armani en su incursión por tierras colombianas. Habían pasado casi tres años desde su partida de Deportivo Merlo y en Atlético Nacional su nombre no figuraba siquiera en las convocatorias. 27 años y tercer arquero. Las lesiones lo apartaron a un costado de la línea de cal. Hasta que un día se paró bajo el travesaño y no salió más. Se volvió un pilar angular del elenco paisa y hoy día es el ídolo máximo de su historia. Su explicación: la fe en Dios. “Al principio estuve de vacaciones. Hacía turismo y de noche me la pasaba llorando. Pero él me llevó a conseguir todo, a la posición en la que estoy. Tenía algo para mí”.

Aquellas fechas volaron del calendario, pero el mundo fútbol se pausó el 9 de diciembre de 2018. Uno de cada lado, a ellos también los une Madrid. Primera vez que compartieron el mismo suelo. River-Boca: la final de la Copa Libertadores.  El resto es historia cantada. Las cámaras gatillaron en el festejo de Lucas Pratto, en la zurda inmortal de Juan Fernando Quintero, en la alegría –siempre mesurada- de Marcelo Gallardo, en el derrumbe emocional de los vecinos de enfrente. Pero la foto, con ellos como protagonistas, quedó escondida en algún recoveco de internet.

Una captura en baja calidad desde la tribuna del Bernabéu que a simple vista no dice nada. Un apelotonamiento de futbolistas en el área millonaria. Solo resaltan los unos, uniformados de flúor. Lo que vale es el contexto; un instante congelado que parece tener continuidad. Porque fue la última jugada del partido que todos recuerdan –aunque no todos quisieran-. Y la mente va armando el rompecabezas secuencial: córner al punto penal y sigue el bombardeo de recuerdos; el puño diestro de Armani que ganó por encima de 16 cabezas, entre ellas la de Andrada, que cruzó todo el campo a por la heroica. Fue el génesis del tercer grito, el de la corrida de Gonzalo Martínez, el del final en la final.

Nueve meses más tarde, volvieron a cruzarse en la parda en cero de la quinta fecha de la Superliga. Fue en el Monumental, el lugar que se perdió la hazaña copera por el mangoneo de los violentos. Nuevamente rivales, pero también, esta vez, compañeros. Sus descollantes presentes los encumbraron a la Selección Argentina. Compartieron -comparten- habitación en las concentraciones y también un puñado de récords.

Luego de los tres mazazos en Madrid, llegaron las buenas para el centinela xeneize. El arco de Andrada ostenta 1049 minutos invicto por competencia oficial, un registro arriba de figuras del calibre de Antonio Roma y Carlos Navarro Montoya. “Son estadísticas. Cada vez que salgo a la cancha no pienso en eso”, comentó, perfil bajo. Es la máxima marca en la historia de Boca. Similar a la que despliega Armani con la banda cruzada: 671, un escalón por encima del gran Amadeo Carrizo y Marcelo Barovero. “El récord me motiva para seguir creciendo, pero esto es gracias al equipo”, afirmó.

El arribo de octubre los tiene presentes. En los medios, los bares, las calles y también en la cancha. Cara a cara, otra vez. Ya pasó la ida en el Monumental con el aplastante triunfo del local por 2-1 y el 22 se definirá la serie en La Bombonera. Una excusa más para que los dueños del área grande sigan defendiendo, de poste a poste, la identidad de sus colores; tan desiguales, tan complementarios.

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