Por Nicolás La Rocca
El reconocimiento puede ser una de las cosas más lindas que logre recibir un deportista, ya sea cuando produce una buena jugada, si los gestos técnicos son interesantes o si el carácter está relacionado a un perfil alto. También la sencillez y la humildad pueden ser factores dignos de un halago. Éste último es el caso de Eduardo Ross, pelotari argentino que fue campeón mundial en tres ocasiones como jugador y una como entrenador, que en su repisa tiene la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y que hace no mucho tiempo circula en las librerías su biografía. Él, el mejor jugador de todos los tiempos de la pelota paleta, camina como uno más las calles de la ciudad de Buenos Aires y las de su pueblo natal, Chacabuco.
Eduardo nació el 27 de octubre de 1960 en Chacabuco, a 206 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hijo de Lucía Rossetti y Reynaldo El Inglés Ross, es el tercero de seis hermanos (Liliana, Ramón, Eduardo, Roberto, Guillermo y Patricia). Con seis años, ya peloteaba en el trinquete del Circulo Obrero de Chacabuco. “Mi viejo antes era un jugador de fútbol apasionado, pero se le rompieron las rodillas y por no operarse empezó a jugar a la paleta. Él nos llevaba a nosotros (Eduardo y Ramón, su hermano) a todos los torneos, a todos lados. Era nuestro técnico hasta el día que falleció hace diez años. Nunca pudo viajar a los Mundiales, pero en los Torneos Argentinos siempre nos guiaba”, recordó a su padre cuando eran alrededor de las 15:30 de un miércoles de agosto y pasaba por la fábrica de paletas Vasquito en Boyacá y Méndez de Andes, esquina del barrio de Flores, para dejar unas copias de su biografía que escribieron los hermanos Jorge y Eduardo Barraza, titulada El Mago de la Paleta.
Los primeros años de Ross respirando el aire porteño fueron parte de lo que los diarios y el ambiente del deporte llamaban Los Pibes de Chacabuco y jugaba para Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires mientras cumplía con su servicio militar obligatorio en Campo de Mayo, en el momento en el que el país sufría el Proceso de Reorganización Nacional al mando del general Jorge Rafael Videla. “Tenía la salida diaria para ir a jugar a GEBA mientras hacía la colimba. Una vez que empecé a jugar, ya me quedé acá. Me costaba mucho adaptarme a la ciudad, pero ya a los tres años no me quise ir más”, contó el chacabuquense.
El paso por Campo de Mayo no fue uno más en la vida de Ross. Le tocó servir en los años más duros y sangrientos de la historia argentina y en medio de ello, convivió con el dolor de tener una hermana desaparecida. Liliana Ross fue “chupada” por los militares en la ciudad de La Plata el 10 de diciembre de 1976, cuando estaba embarazada de un par de mellizos, y fue asesinada en febrero de 1977. Los restos que fueron identificados en 2011 descansan en Chacabuco, pero mientras tanto, allá por 1979, ni Eduardo ni su familia sabían del paradero de la más grande de los hermanos Ross. “El ambiente era malísimo. Fue muy feo estar ahí porque al tener un familiar desaparecido, estaba también perseguido. Un día pregunté por mi hermana a un militar y me respondió: ‘están todos muertos’. Le quería pegar un piñón en el ojo, lo quería matar”, remarcó.
Eduardo no jugaba solo, tenía una pareja de lujo cada vez que salía a un trinquete. Se trata de Ramón Ross, su hermano mayor, con quien supieron hacerse fuertes en cualquier cancha del mundo. Llegaron a Buenos Aires como aquellos Pibes de Chacabuco y con el pasar del tiempo, en los diarios ya se hablaba de los hermanos Ross, que también tenían su superclásico en los torneos nacionales: el otro gran dúo de aquellos años formado por Gerardo Romano y Juan Miró. Los chacabuquenses hicieron pareja cuando representaron al Club y Biblioteca Mariano Moreno: jugaron 32 campeonatos a lo largo de su paso por el club, de los cuales fueron ganadores en 29. “Esos tres torneos que perdimos nos volvimos separados. Yo en auto y él en tren, nos peleábamos. Menos mal que ganábamos seguido, je. Siempre discutís con tu hermano, pero en la cancha nos entendíamos bárbaro”, recordó Eduardo. Bien que se comprendían en el trinquete, ya que juntos fueron campeones en Ferro, nada más y nada menos que campeones mundiales tres veces con la Selección argentina y obtuvieron la medalla de oro en Barcelona 1992. “Ramón era un jugador muy serio y responsable. Mi forma de jugar se basa más en arriesgar haciendo jugadas complicadas. Él jugaba para mí, yo ganaba cuatro puntos seguidos y si el siguiente no, me cagaba a pedos porque quería que ganara todos. Él no jugaba para que lo aplaudan, lo hacía para los dos”, destacó Eduardo de la pareja más floreada de la pelota paleta argentina.
“Los primeros torneos son los que más me chocaron. El Campeonato Mundial en México fue muy lindo, mismo que el primer nacional que gané en Catamarca. En ese momento, para mí era algo imposible porque yo recién arrancaba. Salí campeón de la provincia de Buenos Aires a los 14 años y después, en 1978, perdí la final del Torneo Argentino y me quedó la espina clavada, y al fin en el ’79 fui campeón. Ya después de ahí, gané once más. Siempre digo que ganar es bueno, pero hay que saber mantenerse”, señaló Eduardo. El pelotari consiguió de forma consecutiva los Campeonatos Argentinos de 1979, 1980, 1981, 1982 y 1983, los últimos dos con Ramón. Además, se consagró campeón Mundial en México 1982 en las especialidades de paleta cuero y paleta goma, ambas en trinquete.
“Es medio difícil explicar quién es Eduardo Ross. De los que vi yo, fue uno de los tres o cuatro mejores delanteros por el juego, la explosividad y por lo ganador. Afuera de la cancha es un buen tipo, que eso arma un combo grande”, describío Rodolfo Titi Bazán, expelotari quien ha enfrentado en determinadas ocasiones a Ross, excepto un torneo que han jugado juntos y lo ganaron. “Hablar sobre él no sólo le viene bien a Eduardo, sino que también a la pelota paleta”, acotó. Ross no sólo deslumbraba a los propios, sino que también era un competidor muy complejo para sus rivales y es así como lo recuerda uno de ellos.
En Ferro Carril Oeste jugó de 1983 a 1993 y fue campeón Metropolitano en todos esos años: once primeros puestos de once torneos disputados. Sin dudas, el club de Caballito fue su parada más larga en su extensa carrera. Hincha de Boca, confesó haber sido simpatizante del Verdolaga por aquellos tiempos, pero una vez fue a ver a Ferro frente al Xeneize en la década del ’80 y ante un gol del equipo local, se sintió más atraído por el azul y amarillo y se fue del estadio Ricardo Etcheverri. El club de Avellaneda y Martín de Gainza tiene el nombre del chacabuquense inmortalizado en el trinquete del club. Ferro no sólo gozaba de tener al mejor jugador de esta disciplina, sino que vivía uno de sus mejores momentos institucionales por aquella década de 1980: en el fútbol profesional obtuvo sus primeras estrellas con el Metro 1982 y el Nacional 1984; en básquet, vóley y handball también era el vigente campeón; Modesto Tito Vázquez, excapitán de Argentina en Copa Davis, entrenaba a los jugadores de tenis del club y contaba con 47.000 socios, entre otras.
El 18 de agosto de 2019 salió a la venta Eduardo Ross: El Mago de la Paleta, libro que cuenta a la perfección cada detalle de su vida. Los autores Jorge y Eduardo Barraza detallan en la contratapa la historia de Ross como “un capítulo insoslayable en la historia de la paleta”. El gran protagonista de la obra explicó que mucha gente le proponía la idea de hacer una biografía, pero se considera tímido para este tipo de cosas. “Todavía me siento medio confundido. Me siento raro con el libro en la mano”, agregó. En una de las páginas aparece una foto de un cuadro homenaje hacia él con el grabado que dice ‘Al mejor de todos los tiempos’, cuya descripción no es del agrado de Eduardo Ross: “Que no me digan que soy el mejor antes de entrar a jugar porque me pongo nervioso. Siento que te obligan a destacarte y no me gusta. Hay gente que sí, pero yo lo sufro. Que me digan ‘el Maradona’ me arruina la cabeza”. Actualmente sigue jugando para el Club Atlético Pilar, aunque la idea del campeón mundial es competir menos y disfrutar más, y señala que el físico lo desconoce un poco y hoy se considera un ‘Renault 12 con gomas lisas’ que tiene 400 mil kilómetros.
Desde hace unos años Ross es el entrenador de la Selección nacional. Él convoca a los jugadores que van a representar al país y los lleva a competir a los Mundiales. En 2018 fue campeón del mundo como entrenador de los hermanos Facundo y Santiago Andreasen en Barcelona: “Fue muy lindo porque aparte fue en la misma cancha que gané la medalla dorada en Barcelona 1992”, declaró. Además, viene de ganar la presea de oro también en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 con la misma pareja, que también pintan que van a ser leyendas de la paleta. El más chico de los hermanos, Facundo, considera a Eduardo como la persona que cambió al deporte con el efecto con el que le pega a la pelota y que es la máxima figura. Además, Andreasen destacó la personalidad del Mago: “No se conoce ningún pueblo en el que se hable mal de él, todos lo quieren. Es muy sociable y carismático, se acuerda de todos los nombres de todas las personas que conoce. Es muy confianzudo y logra tener amistades por todo el país, y eso es mayormente lo que más rescato de él. Es único y lo que fue como jugador es un plus para su personalidad”. “Es increíble tenerlo de entrenador y escuchar todo lo que entiende de la paleta. Capaz que él no es de hablar mucho, pero sí que es muy motivador y te describe cómo jugar el partido en una oración. Encuentra las debilidades de cada rival con tan sólo verlos pelotear y eso no lo hace cualquiera, sólo Eduardo. Fue un sueño para mí tenerlo como técnico”, agregó Facundo.
Eduardo Ross nació en Chacabuco el 27 de octubre de 1960, justo tres días antes de que en el Policlínico Evita de Lanús naciera Diego Armando Maradona. Ni sus vidas ni el deporte los une, solamente el amor a Boca y la trascendencia en lo suyo. El Mago se cansó de ganar Torneos Argentinos y Metropolitanos y fue campeón del mundo en México 1982 en paleta cuero y paleta goma en trinquete, como también en La Habana 1990 y en San Juan de Luz 1994, ambos en paleta goma, oro olímpico en Barcelona 1992 -a pesar de haber sido deporte de exhibición- y también obtuvo el mismo color de medalla en los Panamericanos de La Habana 1991. Como si fuera poco, fue reconocido en los Premios Olimpia de Plata en los años 1981, 1983, 1987 y 1994 y obtuvo el Premio Konex de Platino en 1990. No será tan conocida o tan divulgada su historia o la pelota paleta, pero sin dudas Argentina tuvo y tiene al mejor de toda la historia. Así lo considera la gente del ambiente y del deporte, y es uno más, con muchas menos cámaras que El Diego, Lionel Messi, Emanuel Ginóbili, Luciana Aymar y demás, pero tan importante como ellos.