Por Dylan Elías
En los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, el básquet tuvo su debut. Desde ese entonces ha estado ininterrumpidamente en el programa olímpico, llevando ya 19 torneos (el último, en Río 2016).
Es algo conocido que la supremacía de Estados Unidos en este deporte es extrema. Tan así es, que de esos 19 campeonatos, los norteamericanos ganaron 15 (solo no participó en Moscú 1980, debido a un boicot). Entonces, ¿por qué no pudieron triunfar en los otros tres campeonatos en los que sí estuvieron? La respuesta es clara, sus rivales fueron superiores (o tal vez no en todos los casos). El que más conocemos es el de Argentina, que se coronó en Atenas 2004. ¿Cuáles fueron los otros? La Unión Soviética, en dos ocasiones (Múnich 1972 y Seúl 1988). Pero acá se va a resaltar la victoria en tierras alemanas, partido que es considerado por muchas personas como el más polémico en la historia del baloncesto.
Los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 se jugaron con la Guerra Fría de por medio (no fueron los únicos, ya que duró más de 40 años). Estados Unidos y la Unión Soviética llevaron su enfrentamiento de capitalismo contra comunismo a todos los extremos, incluido el deporte. Ambas potencias debían mostrar su superioridad en todos los aspectos, pero el deporte tenía la característica de no implicar horribles consecuencias como sí lo hacía la utilización de armas.
Volviendo al básquet, Estados Unidos hasta estos Juegos no había conocido la derrota. Durante siete campeonatos seguidos supo hacerse de la medalla de oro. La Unión Soviética, por su parte, siempre había quedado a la sombra de los norteamericanos. Desde Helsinki 1952 hasta Tokio 1964 se enfrentaron en la final. Y siempre con victoria estadounidense. En México 1968, los soviéticos no pudieron contra Yugoslavia en semifinales y se quedaron con el bronce.
En Múnich 1972, americanos y euroasiáticos volvieron a enfrentarse en el partido por la presea dorada. El equipo de Estados Unidos estaba entrenado por Henry Iba (doble campeón olímpico) mientras que al soviético lo dirigía Vladimir Kondrashin (uno de los mejores entrenadores europeos de la época).
El partido, que se jugó el 9 de septiembre, fue parejo en todo el momento, aunque con una ventaja general de la Unión Soviética en el marcador (21-11 a los 12 minutos y 26-21 al término de la primera parte), que había obtenido gracias a una férrea defensa durante gran tramo del encuentro. Sin embargo, los estadounidenses comenzaron a presionar mucho más para evitar la efectividad de los tiros de sus rivales y robar la pelota. Así, el marcador llega a estar 48-46 a favor de los soviéticos, a falta de solo un minuto de terminar.
En ese minuto final, Sergey Belov (la estrella soviética) se hace cargo de dos tiros libres pero solo convierte uno, y del otro lado, Jim Forbes encesta un doble para dejar a los norteamericanos a solo un punto de distancia (49-48). Con poco más de 5 segundos, un contraataque estadounidense obliga a sus rivales a cometer falta. Doug Collins se hace cargo de los dos libres y convierte ambos, poniendo en ventaja a Estados Unidos por primera vez (50-49). Acá es cuando empieza la polémica.
Con solo un segundo para terminar y con el balón en juego, los soviéticos comienzan a protestar a los árbitros alegando que su entrenador había pedido tiempo muerto entre el primer y segundo tiro libre. Así, les quedarían tres segundos en vez de uno para atacar. Les hacen caso y se repite la jugada. No logran convertir y el partido “finaliza”, con los norteamericanos invadiendo el campo para festejar. Sin embargo, esa felicidad iba a cortarse ya que el Secretario General del Comité Olímpico, Willian Jones, baja del palco para notificar una falla con el reloj en la mesa de control. Decía que no se había ajustado bien y debía repetirse la jugada con los tres segundos.
Con su tercera oportunidad (y la vencida), Ivan Yedeshko mete un pase de 30 metros que milagrosamente recibe Aleksandr Belov, para realizar una encestada histórica que le daba la medalla dorada a la Unión Soviética por primera vez en su historia. Con el festejo ahora del otro lado, son los de Estados Unidos los que protestan contra los árbitros. Poco después del final, apelaron y se formó una comisión de cinco miembros para votar si la victoria soviética tenía validez o no. El sí ganó 3 a 2. Cuba, Hungría y Polonia (en relaciones políticas con los soviéticos, votaron que sí), mientras que Italia y Puerto Rico votaron que no. Lo que indica que el fallo también fue polémico.
En el podio, los norteamericanos no fueron a recibir su medalla de plata. A día de hoy, siguen sin reconocer la derrota. Es tan así, que uno de sus jugadores, Kenny Davis, comentó que en su testamento escribió que sus hijos no pudieran recibir nunca la medalla.
Esas preseas plateadas siguen esperando ser recibidas por alguien en Lausana, Suiza, más precisamente en la sede del Comité Olímpico Internacional.