Por Santiago Carrodeguas
-¿Pueden jugar juntos, los dos, en una selección, dónde sea?
Lionel Messi se quedó mudo. No estaba acostumbrado a tanta exposición y desconocía cómo resolver la situación. Apenas era su primera temporada con el Barcelona y una de sus primeras convocatorias al combinado nacional, que afrontaba las Eliminatorias para el Mundial del 2006. Al final, se limitó a poner cara de no tener ni idea de qué responder y Juan Román Riquelme se cansó de su indecisión:
–Vos decí que sí, boludo. Decí que sí– le dijo en broma antes de volver a su seriedad habitual. Riquelme, en ese entonces en el Villarreal de España, nunca había sido amigo de la prensa. Quizás, al reconocerse en los nervios de aquel chico rosarino, decidió ayudarlo el tiempo que permanecieran juntos. Cuatro años después de aquel consejo, Riquelme se despedía del seleccionado argentino tras pelearse con el técnico Diego Maradona.
Fue el mismo Maradona quien, ansioso de moldear a Messi a su imagen y semejanza, le ofreció vestir el número ’10’ y la cinta de capitán. No obstante, Messi le terminó demostrando que, en cuanto a personalidad, eran tan parecidos como el agua y el aceite. “Es inútil hacer caudillo a un hombre que va 20 veces al baño antes del partido”, sentenció Maradona años después de su renuncia al cargo.
Más allá de eso, Messi se dio cuenta de que, al igual que Riquelme, no le gustaba dar entrevistas. Hablaba muy bajo y mirando al piso, como si estuviera confesando las travesuras que hacía en la cancha. Posiblemente, si hubiera tenido la habilidad para defenderse con la palabra en su juventud, muchos detractores no hubieran podido instalar mentiras como verdades a medias.
Luego de su ascenso meteórico al Olimpo del fútbol, se empezó a decir que, si Argentina quería volver a ganar, el equipo se tenía que armar alrededor de él. Esto no solo le dio beneficios cuando el engranaje funcionó, también lo hizo ser el foco de las críticas si los resultados no eran buenos. De ahí nació la palabra Messidependencia, que contradecía el juicio anterior al considerar que su figura era tan grande que terminaba perjudicando a sus compañeros.
Por más que se debatiera en estudios de televisión, nunca fue un problema para su equipo. Sencillamente, sus compañeros sabían que absorbería la presión y les facilitaría el partido, aunque tuviera que bajar hasta mitad de cancha para iniciar el juego, muchas veces soportando una marca pegajosa y los abucheos de su propia hinchada.
Ya con 32 años, decidió que este era el momento de hablar. Primero en radio, en la 94.7, y luego en TyC Sports y Fox Sports. Tuvo ganas de soltar, de contar todo lo que calló tras el dolor de perder aquella final del Mundo y las dos de Copa América. No le habló a los entrevistadores, sino que se comunicó directamente con la gente y buscó, aunque fuera un poco, volver a ser una figura terrenal.
Eso no se limitó tan solo al trato con los medios, que continuó con las declaraciones post victoria ante Venezuela en las que aceptó que no está en su mejor nivel en esta Copa América y se quejó del estado de las canchas, sino que se extendió al terreno de juego con los saludos a sus compañeros antes de empezar los partidos. Por fin, aceptó su rol como capitán y está dispuesto a cumplirlo a pesar de que el equipo, dado su bajo nivel ahora mismo, parezca un adolescente que se rebela contra él y ya no quiera depender tanto de sus virtudes. Después de todo, han descubierto que su ídolo, aunque parezca tener el don de la inmortalidad en ciertos momentos, no estará ahí para siempre.