Santiago Ballatore
Roberto Carlos tuvo en sus manos el primer Balón de Oro femenino de la historia, al menos por un rato. Ada Hegerberg, la futbolista que consiguió el premio, fue quien hizo que esto fuera posible. Ella se considera una persona “muy noruega”. Simple, de pocas palabras, práctica. Era una persona “muy noruega” cuando, teniendo pocos años, no consideraba al fútbol como su futuro, sino que decía que de grande tendría “un trabajo de verdad”, y es una persona “muy noruega” a los 23 años, con 14 títulos a nivel clubes sobre su espalda. Un ejemplo de su practicidad ocurrió en la gala en la que consiguió el máximo galardón individual. Una vez con el premio en su poder, no sabía qué hacer con él porque tenerlo en la mano durante todo lo que quedaba de la jornada sería bastante incómodo. Así que ella, simple, decidió apoyarlo en el suelo. En ese preciso momento, alguien tocó el respaldo de su silla, llamándole la atención: era él, el astro brasileño que supo ganar un Mundial masculino entre muchos otros títulos como jugador, con quien ella ya había intercambiado algunas palabras. Él la miró y le dijo: “¡Ada! ¡Ada! ¿Qué estás haciendo? No podés apoyar eso en el piso. ¡Es el balón de oro!”. Cuando la futbolista le preguntó qué debía hacer con el trofeo mientras tanto, Roberto Carlos le respondió que él se lo cuidaría. Así que casi toda la noche, el balón de oro femenino estuvo protegido por el exfutbolista brasilero.
Así como es práctica en la vida, es una asesina en serie dentro del campo de juego. Lleva convertidos 178 goles en 165 partidos en clubes y otros 20 tantos en 32 encuentros oficiales con su selección. Hay veces que los números hablan por sí solos. Es la mejor jugadora del mundo y no participará del Mundial de Francia porque en 2017 renunció al equipo nacional tras denunciar que en la Asociación de Fútbol Noruego no se trataba de forma igualitaria al fútbol femenino con respecto al masculino. Como la situación en la federación sigue siendo dispar, la futbolista sigue firme en su posición.
Nacida en 1995 en Molde, Noruega, forma parte del Lyon, que es el equipo más dominante de Europa y en el que consiguió las últimas cuatro Champions Leagues. Es realmente una persona a la que el fútbol le corre por las venas. Tanto su padre como su madre son entrenadores y fueron ellos quienes sumergieron en este deporte tanto a ella como a su hermana mayor Andrine, que actualmente juega en el PSG de Francia. A pesar de que el fútbol es uno de los ambientes más machistas que hay, Ada y Andrine crecieron en este deporte sin estereotipos que, aunque están cada vez más acotados, siguen existiendo. De hecho, cuando Ada era muy chica, iba a ver a su hermana, que jugaba rodeada de varones y, como si fuera poco, ella era la capitana del equipo y la madre la entrenadora. “No era fútbol de chicos o fútbol de chicas. Era sólo fútbol”, cuenta Ada sobre esos partidos que observaba desde afuera, en una nota publicada por ella misma en The Players Tribune.
Cuando Hegerberg entró en el mundo del fútbol profesional notó que la situación es muy distinta a ese juego que observaba cuando era una niña. A base de goles, muchos, con la derecha, con la izquierda, de tiro libre y de cabeza tuvo su merecido premio: ganó el primer Balón de Oro femenino. Ada sabía que eso no era solamente importante para ella, sino que era un gran avance para el fútbol femenino. “La ceremonia del Balón de Oro era más grande que yo. No era mí momento. Era nuestro momento”, manifestó.
La ausencia de Hegerberg en la Copa del Mundo es realmente de suma importancia. Pocos deportistas pudieron lograr en toda su carrera el palmarés que la noruega tiene con tan solo 23 años. Diez títulos locales con el Lyon y con el Stabæk FK de Noruega, cuatro Copas de Campeones con el equipo francés y varios galardones individuales, como el Balón de Oro de 2018 y el premio a la Mejor Jugadora de Europa de 2016. Ella, con total consciencia de lo que representa para el deporte, decidió no participar del Mundial, sabiendo que si no se manifestaba estaría en falta con sus propios principios. A veces, el valor de alguien no se mide en función de lo que consigue, sino de lo que sacrifica.