Por Juan Ignacio Ballarino
El incesante ruido de los motores de los autos indica que la casa está cerca de una avenida. Un cartel en la esquina lo confirma. En Camino Centenario al 2200, entre 509 y 510, en Gonnet, un hogar es preparado para convertirse en un centro especializado para futbolistas. Una señora barre la vereda y la baldea mientras que Pablo Ariel Lugüercio aguarda sentado en el patio. Ya retirado, son otros los ritmos que manejan los hilos de su cotidianidad.
Dejó el fútbol a los 37 años, pero a los 29 ya había comenzado el cambio. Su cambio. Antes de colgar los botines, el Payaso había empezado a tejer, dentro de su cabeza, la idea de fomentar un espacio en donde las y los futbolistas -y quienes estén en camino a serlo- puedan respaldarse en distintos profesionales para entrenar su mentalidad.
-Wake Up es el nombre de tu nuevo proyecto, ¿de qué se trata?
-Es un espacio para que los y las futbolistas puedan conocerse a ellos mismos, reconociendo sus emociones. El objetivo es que puedan transitar su vida deportiva generando buenos vínculos, algo que me parece muy importante, y logren abrirse a dar cosas buenas, porque después éstas te regresan.
-¿Cómo debería manejarse la familia de alguien que quiere ser jugador profesional?
-Primero debería entender que, si el chico o la chica va a jugar, tiene que acompañar y servir de apoyo. Algunos no comprenden que cada uno tiene su momento para solucionar sus problemas, sea dentro o fuera de la cancha. Estas cosas pasan porque los ven a ellos, que quizás están cerca de convertirse en futbolistas, como una solución económica para la familia y se olvidan que se trata de una persona a la que le ponen una presión gigantesca.
–¿Cómo se prepara a quien no pareciera tener un futuro prometedor en el fútbol?
-Diciéndole que el fútbol no es ni el principio ni el final de nada, sino que es un deporte que se tiene que tratar de disfrutar a cualquier edad. También el padre que lo lleva a jugar tiene que entender que lo lleva para que disfrute, sin presiones ni objetivos a largo plazo. Después, hay que hacerle entender que cada vez hay un filtro más chico y hay que prepararlo con educación y capacitación. Debe tener un plan B y esto no significa que si no es jugador no puede ser nada en la vida, sino que busque otra cosa que le guste, que encuentre una pasión.
-¿Y tu camino hasta llegar a Primera? ¿Cómo fue?
-Me acuerdo haberlo hecho con mucho sacrificio. Soy de La Plata y tenía un traslado de dos horas hasta llegar a los entrenamientos, pero lo hacía igual porque disfrutaba la convivencia. Nunca tuve ese pensamiento de llegar a ser futbolista profesional, ni de ser famoso, ni de tener dinero. Yo disfrutaba otra cosa: compartir los fines de semana un campo de juego con los chicos de mi categoría y tratar de salir campeón. No pensaba a largo plazo. Al venir de un barrio muy humilde, se me hacía difícil pensar o imaginarme cosas extraordinarias. Esos logros, con el paso de la carrera, aprendí que llegan siempre y cuando uno se proponga metas a corto plazo.
Una mesa redonda en medio de la sala de estar de la casa que en un futuro cercano será la sede de “Wake Up” está preparada para que la entrevista sea realizada. Pero no cumplirá esa función. Lugüercio prefiere el patio. El clima otoñal permite que el sol brinde la calefacción necesaria para que uno se siente bajo él simplemente con un buzo fino y un jean, como está el exdelantero. Mueve las sillas que estaban bajo la sombra y las coloca donde termina la oscuridad. Se sienta de piernas cruzadas, con el cuerpo orientado hacia el origen de la luz. Su cara apunta hacia arriba. Pareciera que es él el que está brillando. Pareciera que se siente a gusto.
-¿Por qué retirarse ahora y no después, con el torneo ya terminado?
-Por una necesidad personal. Si bien podía estar a la altura de los entrenamientos, ya me venía planteando dejar desde diciembre. No me retiré en ese mes porque quería acompañar un poco más a los más chicos. Si bien después agregaron la Copa de la Superliga, ya tenía la decisión tomada. Quería empezar a disfrutar otras cosas, de cumplir otro rol y de estar presente desde otro lado. Al final continué seis meses más, también, por mi hijo, que me había pedido que siguiera. “Seis meses más, dale, vos podés. Seis meses más”, me decía. Accedí, pero le tuve que plantear que jugaba esos partidos y listo. Casi que terminé negociándolo (risas).
–¿Cómo definirías tu carrera profesional?
-Exitosa. No por el lado de los logros ni de objetos materiales, sino desde mi crecimiento como ser humano. Tenía una dimensión de lo que podía llegar a ser la vida de futbolista, pero lo superé ampliamente. El deporte me dio una educación y unos valores que me permiten tomar mi carrera como un éxito.
–¿Qué valor destacarías?
-La tolerancia. Creo que el fútbol te da la posibilidad de convivir con muchas personas todos los días y eso te brinda una cierta tolerancia para con el otro y hasta podés desarrollar una amistad. Y, además, poder entender que en el fútbol, quizás más que en otros deportes, se mezclan clases sociales. Me enorgullece haber absorbido eso y haberme mantenido siempre en la media. Más allá del éxito que te pueda llegar a dar la carrera de futbolista y, en mi caso, haber recorrido eso durante 18 años, haber podido mantener una línea fue lo más importante.
–Recién hablabas sobre la mezcla de clases sociales en los planteles y Ricardo Centurión, quien viene siendo noticia por su conducta fuera del campo de juego, afirmó en una entrevista que su actitud estaba influida por el contexto de su lugar de origen (Villa Luján, Sarandí). ¿Qué análisis hacés con respecto a esto?
-Centurión tiene unas cualidades tremendas y es un futbolista extraordinario, sólo que necesita estar bien apoyado y contenido por personas capacitadas, porque muchos lo aconsejan y le dicen lo que debería hacer, pero él necesita que lo escuchen. Incluso, necesita escucharse a él mismo y entender que seguramente viene condicionado por su entorno. Uno forma su personalidad en torno a lo que ve hasta los siete años. Solamente observando. Y a veces no somos conscientes de que le estamos exigiendo a un chico, porque prácticamente lo sigue siendo, que resuelva cosas que todavía no ha tenido la posibilidad de aprenderlas con gente cercana. No hay que dejarlo de lado porque no sólo nos estaríamos perdiendo a un gran jugador, sino que nos perderíamos la posibilidad de mejorar a una persona.
El mediocampista de Huracán Israel Damonte fue el creador de su apodo payaso, el cual perduró a lo largo de su carrera. Luciano Aued y Lucas Licht, con quienes compartió vestuario en Racing y quienes vistieron -y visten, en el caso del defensor- la camiseta de Gimnasia y Esgrima de La Plata, le dedicaron un saludo en la red social Instagram. “Siempre he tratado de brindarme al otro de una manera sana”, explica Lugüercio. Parte de la parcialidad que se encontraba en el Cilindro cuando Racing recibió a Estudiantes el 3 de marzo aplaudió al payaso mientras precalentaba. “Si uno tiene respeto por la profesión, buenos hábitos y trata de ser lo más profesional posible, genera estas cosas que a veces resultan inexplicables porque, con esta pasión que muchas veces no tiene límites, parece que aplaudir a un rival está mal”, cuenta quien jugó 120 partidos con la camiseta de la Academia. Pero terminar su carrera no fue fácil.
-En 2017 volviste a tu último club siendo vegetariano, pero ahora dejaste de serlo, ¿por qué?
-Lo sostuve un año y lo tuve que dejar porque se me hacía difícil cuando comíamos. Todavía no hay lugares preparados ni entidades en donde un deportista de alto rendimiento pueda ser ayudado, aunque iba a un profesional que me acompañó. A cada persona le hacen bien diferentes cosas y a mí me hacía bien eso. Cada uno debería poder tomar conciencia y nadie debería prejuzgar ni pensar que, si uno toma la decisión de ser vegetariano, por ejemplo, está mal. Recibí desde cargadas hasta reproches. Sin embargo, esa época fue en la que mejor me sentí. Había tomado esa decisión por un cambio de perspectiva y por el hecho de haber aprendido cosas nuevas, como ser padre de familia, por ejemplo.
–Ahora vas a tener más tiempo para estar con tus hijos…
-Sí. Ahora estoy cumpliendo con otros roles y lo estoy disfrutando muchísimo. Vivo los problemas que van teniendo, cómo los van solucionando, y quizás antes me lo perdía un poco. Tanto a Iván, de 11 años, como Sara, de 9, les gusta mucho el fútbol y ahora los puedo acompañar más con eso.
–¿Los ves como jugadores?
-Ambos quieren ser futbolistas. La nena ahora está haciendo hockey, pero cada vez que le pregunto me dice que tiene ganas de jugar. Y en cualquier momento va a arrancar. Algo como lo que le pasó al Chapu (Braña), que empezó con hockey. Soy muy parecido a él y ambos somos muy abiertos a estos temas. Creemos en la felicidad de nuestros hijos. A mí no me importa si juega al básquet, o al hockey, o al fútbol. Yo sólo quiero verlos reír.
–¿Creés que Macarena Sánchez ayudó a pensar estas cosas?
-Es tremendo lo que consiguió. Pasó mucho tiempo de lucha sin obtener ninguna respuesta y por fin tuvo su recompensa. Y es un logro que nos sirve a todos. Tengo contacto con las chicas de fútbol de Estudiantes y seguimos hablando. Están arrancando prácticamente desde cero. Además, lograron que todas, sea la camiseta que sea, estén unidas para verse como colegas y no como rivales o como individuos, como muchas veces pasa en el fútbol masculino. Estaría bueno que mantengan eso a lo largo del tiempo.
“Gracias por venir” recita Gustavo Cerati en Puente, canción que el Payaso elige para sintetizar su carrera deportiva. “No por lo futbolístico en sí, sino por las amistades y los vínculos que generé”, explica el exdelantero. “Gracias por venir” le dijo el público pincharrata el primero de abril cuando se retiró. “Gracias por venir” le dijeron sus compañeros con abrazos de por medio dentro del campo de juego. “Gracias por venir” le dice Pablo Lugüercio a la pelota.