sábado, abril 20, 2024

“Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera”

Por Irina Lavallena @iirinistica y Magalí Robles

El joven Ernesto ocupaba la posición de medio scrum y su equipo iba ganando, sin mucha diferencia, cuando el clima cambió rotundamente y comenzó a llover, Los colores azul y celeste de su camiseta número 5 se escondieron bajo el barro. Al ser un partido de rugby, el encuentro se debió seguir jugando, lo que produjo una anomalía característica en su cuerpo,que trajo consigo las secuelas del asma que le diagnosticaron apenas a los dos años. Llegó a patear el último balón cuando cayó desmayado en el campo, luego de que la falta de aire llegara al extremo. Ernesto Guevara, quien entonces no era el Che sino Fúser, es, sino el deportista más utópico que existió alguna vez, una alegoría del músico sordo, del escritor ciego: un deportista que sufre asma.

Mira, Ernesto, el doctor se acaba de ir y nos dijo que estuviste a punto del infarto, y que no sólo no puedes seguir jugando el rugby, sino que tienes que dejar de hacer deportes”, había manifestado Ernesto Guevara Lynch, su padre. “Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera, porque si no lo hago, me voy a morir de verdad”, fue su respuesta. Así eran su valentía, su constancia y su fuerza de voluntad.

Ernesto sintió la necesidad de vincularse al deporte y lo hizo por convicción, pese a la desventaja que significó el asma que lo acompañó desde sus dos años de vida hasta su asesinato, hace 50 años.

De esa manera, Ernesto desafió un obstáculo en diferentes ámbitos deportivos. “Lo combatió, al principio, con la natación y la gimnasia. Además, practicó esgrima, patinaje, equitación, boxeo, pelota a mano y con paleta, tenis, fútbol, rugby y alpinismo”, tal como había manifestado su padre en su libro Mi hijo el Che.

Nadie hubiese imaginado que el niño Ernesto iba a devenir en deportista. Fue por intermedio de la pasión por la natación de su madre, Celia, que practicó su primer deporte. Lo llevó a nadar junto a ella al Club Náutico de San Isidro, en el Río de la Plata.

Este acontecimiento es conocido por una carta, dirigida a su tía Beatriz: “Querida Beatriz la sorpresa es que lla se nadar justo el día de tu cumple años aprendí a nadar recibe besos Ernestito”, así, con las faltas de ortografía de un niño de cuatro años. Y el deporte continuó, ya que a los 12 tomó clases con el campeón argentino de estilo mariposa, Carlos Espejo. Contra el consejo de sus médicos, Ernesto continuó nadando.

Ya con domicilio en Alta Gracia, debido a la indicación de su médico de que éste era el lugar adecuado para combatir su asma, Ernesto fue un excelente jugador de golf. Además, los cerros de esa zona hicieron de aliados para que el joven practicara montañismo, que le serviría de ayuda para su futuro como guerrillero.

Y el fútbol, el deporte más popular en el país del Che, no podría haber quedado afuera de su vida. Hugo Gambini, en su libro El Che Guevara, explayó sus conocimientos sobre el vínculo entre el Che y el fútbol: “Leía crónicas deportivas para informarse sobre los campeonatos profesionales de fútbol”, además reconoció que era hincha de Rosario Central. Su padre también brindó otras anécdotas futboleras: “Cada vez que se sentía mejor del asma buscaba la ocasión de practicar algunos de sus deportes favoritos y uno de ellos era el fútbol”.

El asma le jugó en contra, pero no lo limitó en materia deportiva, por lo que el Che se vinculó con el arco, un puesto que no le exigía tanta movilidad y donde tenía a su alcance el inhalador. En un campeonato en Alta Gracia, Ernesto fue capitán de su equipo y le puso de nombre Aquí te paramos el carro. Según su hermano Roberto, el nombre los definía dentro del campo de juego: “Definitivamente, eran los más aguerridos”. Volcó sus convicciones tanto en su vida como deportista como en su vida de guerrillero años después.

El año 1939 lo marcaría para siempre y definiría el destino de su vida: a los once años, Ernesto conoció el ajedrez, su gran pasión. Y también supo de Cuba.

Durante su adolescencia, participó de cuanto deporte estuvo a su alcance, y un ejemplo es que en 1948, a sus 20 años, en su etapa como estudiante de medicina, participó de los Juegos Universitarios y llegó a los 2,80 metros en su salto con garrocha, y lo hizo “porque no había nadie anotado”.

También en ese mismo año, viajó a dedo desde Córdoba a Buenos Aires para asistir a una carrera en la que participó Juan Manuel Fangio, cuando todavía no había salido campeón.

El año 1951 fue en el que decidió, junto a su amigo Alberto Granado, recorrer varias provincias del sur y norte del país en su ya conocida motocicleta, La Poderosa II, y ese viaje estuvo plagado de deportes.

En la capital chilena fue contratado, junto con Granado, como futbolista. Hasta en su recorrido por Sudamérica, el fútbol fue protagonista. Es que mientras en un terreno de la Salitrera de Toco, obreros de una construcción de carreteras jugaban un partido, los viajeros de inmediato se incorporaron a patear la pelota. Fue 17 de marzo de 1952 y, según Ernesto: “El resultado fue espectacular: (fuimos) contratados para el partido del domingo siguiente; sueldo, casa, comida y transporte”.

En ese mismo viaje, trabajaron en un leprosario en San Pablo, Perú. Allí, los viajeros ganaron el afecto de los enfermos y en gran parte fue gracias al deporte. Con los leprosos jugaron al fútbol cerca del hospital y lo hicieron cada vez que les fue posible. A veces de arquero, a veces de defensor, el Che se hizo presente. También lo practicaron en Machu Picchu.

En Colombia ocurrió algo inesperado. La noche del 25 de junio de 1952, en Leticia, fueron contratados como entrenadores del equipo de fútbol de Independiente Sporting. Ernesto arbitró y su compañero de viaje dirigió el plantel. Salieron sin victoria, por lo que ambos decidieron formar parte del equipo.

En su diario, Granado escribió: “Ganamos los dos partidos de eliminación, el primero, 2 a 1. La hinchada en general aplaudió mucho. Me decían Pedernerita, lo cual no deja de halagarme, pero yo considero que el verdadero héroe de la tarde fue Fúser, tanto por la forma como atajó, como por la forma en que dirigió a los defensores”. Como el partido terminó 0 a 0, fueron a penales: “De los tres que nos patearon, el primero fue un cañonazo que se convirtió en gol. El segundo salió afuera y, el tercero, el Pelao lo atajó brillantemente. Fue un shot al ángulo superior derecho y Fúser, en una estirada formidable, sacó el balón sobre el travesaño, Los penales nuestros los ejecutó el centro delantero y tiró los tres afuera”.

En el diario del Che, se puede leer lo siguiente: “Al principio pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió el desempate con penales. Alberto estaba inspirado; con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de Pedernerita, precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”.

Su encuentro con Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas argentinos, tampoco puede quedar fuera en esta historia de anécdotas deportivas. En Bogotá, obtuvieron entradas para un partido de fútbol entre el Club Millonarios –en el que jugaban futbolistas argentinos, entre ellos Adolfo Pedernera- que resultó ser el ganador, y el Real Madrid. Di Stéfano, quien en ese entonces era parte del equipo colombiano, los alentó en el cumplimiento de la meta de recorrer Sudamérica y les regaló entradas para su próximo partido, el cual volvería a ganar Millonarios.

Cuando el viaje llegó a su fin, Ernesto volvió a Buenos Aires a recibirse de médico y luego, en julio de ese mismo año, volvió a viajar, esta vez con Carlos Ferrer. En 1955, conoció a Fidel Castro y su vida cambió para siempre.

Durante la lucha en La Sierra Maestra, el Comandante Camilo Cienfuegos lo introdujo en un nuevo deporte: el béisbol. Disputó encuentros con Fidel, además de partidos de golf. Una vez culminada la Revolución, le confesó a su madre mediante una carta: “Al rugby y al fútbol aquí no juega nadie y el béisbol no me gusta. Salvo alguna que otra partidita de ajedrez (cada tanto porque insume demasiado tiempo) o ir a pescar, no tengo evasiones”.

Luego de la Revolución, además del béisbol, el ajedrez y la pesca, practicó fútbol, golf, natación, tiro y softball. Sin embargo, ya siendo Comandante y habiendo triunfado la Revolución, la disciplina deportiva que más ejerció en Cuba fue el ajedrez. Luego se iría a Bolivia, a combatir por la Revolución, en un viaje que lo inmortalizó para siempre. En los reposos de batalla, no dejó de practicar el deporte, con tableros pequeños, que llevó justamente para tal fin.

En Alta Gracia, en leprosarios, en Machu Picchu, en cualquier rincón de Latinoamérica, desafiando los límites de lo lógicamente posible. Así, y para siempre: aún ya convertido en Comandante. Entre el niño Ernesto y el Che Revolucionario existe un nexo que los unirá eternamente: el deporte.

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